Borja Irizar
La identidad es una cuestión compleja. Más si cabe nuestra identidad nacional, una de las más grandes construcciones del yo. No hay nadie que de una u otra manera no haya construido, con los elementos que ha creído necesario atender, una forma de identidad nacional. Su complejidad implica, que toda ella se sostiene en una base sólida, una creación subjetiva compartida, sobre la que descansan matices variados que moldean la percepción sobre la idea de la nación, su naturaleza, su necesidad y su ponderación sobre otros valores.
Podemos entender la identidad nacional como la pertenencia a un grupo humano, en el que existe un reconocimiento mutuo entre sus miembros y un sentimiento tendente a la solidaridad y a la victoria y derrota colectiva. Y con ellas una simbología aceptada, que crea un hecho vinculante entre desconocidos. Este hecho constituye en sí la nación. Es decir, la nación como tal no se origina en las leyes, ni en el monopolio de la fuerza, ni en la existencia de instituciones. Eso son elementos de un Estado. La nación es una creación subjetiva, fruto de la natural agrupación de los hombres y mujeres respecto a ideas que moldean su presente, explican su pasado y aseguran su futuro.
De un tiempo a esta parte vivimos una corriente de deconstrucción nacional. La simbología en sí y la fuerza de la identidad, como ejes centrales del pensamiento político, sobre el que oscilan las actitudes ante una y otra materia, parecen pasar a segundo plano.
Todo el discurso de la identidad nacional se ve arrastrado por la radicalidad de viejas reivindicaciones, convertidas en nuevas. Con ellas se ha dibujado una confrontación de las ideas que empaña y domina el discurso político. Se ha creado un enemigo imaginario, que está en contra de todo derecho de la mujer, en contra de todo progreso social y en contra de toda igualdad.
La realidad es que ese enemigo, en Vasconia, no existe. Con matices cosmeticos un porcentaje abrumadoramente mayoritario de la sociedad no esta a gusto con las diferencias salariales hombre-mujer, con el acoso sexual o la desigualdad. Hemos sido un ejemplo de civismo y pioneros en la asimilación de derechos, teniendo la mujer un papel central en la cultura vasca durante siglos. Las leyes hace décadas que contemplan cualesquiera de esos aspectos, con delitos con severas penas. Me viene a la memoría un tal Miguel en Navarra, al que condenaron a bajar un río dentro de un tonel por asesinar a su mujer en el siglo XVII, en la revisión de la sentencia fue condenado a galeras de por vida.
La reivindicación radical de los derechos tiene la pega de que es infinita e inagotable. Siempre habrá alguien en riesgo de exclusión. Siempre llegará alguien que expresará una desigualdad de algún tipo, alguna formulación de su ser por la que socialmente no encuentra su sitio. Nunca llegaremos a la excelencia del derecho, porque la generación de derechos finalmente chocará con los existentes. De este nuevo discurso político somos la rana que juega con las burbujas (llamémoslas neo-viejas-reivindicaciones) mientras el agua se calienta hasta hervir.
Todos estamos de acuerdo en la igualdad, el respeto a la sexualidad, la integración y nos indigna por igual la violencia de cualquier tipo. Vamos con lo que es crucial para todos y cada uno de los ciudadanos forales, soberanía e identidad.
Los rápidos cambios en el mundo, la globalización, la emigración e inmigración, la tecnología… han modulado la sustancia férrea sobre la que se asientan conceptos como la nacionalidad. El sujeto vasco, omnipresente en nuestro discurso, fuente unívoca de nuestra identidad, está ahora sumergido en un mundo, que nos sobrepasa cada mañana leyendo cualquier periódico. La sociedad en general camina huérfana de ideas, que nos den respuestas claras y precisas a preguntas sencillas sobre el devenir político, sobre a dónde vamos en términos de desarrollo político y cómo vamos a llegar allí con lo que tenemos.
El andamio de la identidad nacional requiere hablar con claridad. Describir un proyecto tangible, que además debe ser el común denominador de los intereses de una sociedad diversa. Unir las voluntades, el discurso y los esfuerzos en torno a un proyecto compartido posible. Un proyecto ilusionante, una meta a la que podemos llegar y sobre todo sobre una nueva forma de sustanciar nuestra identidad nacional.
Hay una evolución pendiente en nuestra forma de entender nuestra identidad. La nacionalidad no se sostiene en la herencia, se desarrolla en cada uno de nosotros. La forma en que desarrollamos nuestro concepto de la nacionalidad lo hemos aprendido de nuestros padres, de nuestros círculos o de nuestra experiencia vital, pero más importante que aprenderlo, es poder explicarlo. El hecho vasco debe trascender hacia una nueva visión de su identidad nacional. Evolucionar hacia el denominador común del ciudadano foral y de la nación foral. Nacionalidad y ciudadanía foral antes que todo y por encima de todo. Para ello no se debe abandonar, descuidar ni malograr cada una de las referencias existentes, que ya dibujan nuestra nacionalidad, la lengua, el origen, la afinidad, sino dar espacio a un común denominador que nos une y nos refuerza: Nacionalidad y nación foral.
La foralidad, entendida como la sustancia política convertida en hecho social que moldea nuestro presente, explica nuestro pasado y asegura nuestro futuro. La foralidad es la fórmula que nos cohesiona y que nos explica quienes somos, la foralidad nos da un punto de definición y aporta en sí misma la diferenciación y singularidad que nos separa de otros y teje, entre la diversidad que nos enriquece como nación, los elementos de cohesión que nos permiten reconocernos defendiendo unos intereses comunes.
No hay dos formas idénticas de la foralidad política, pero sí una sola manera en que la foralidad ha inundado nuestro hecho social hasta suponer parte de nuestra identidad. En sí misma, en su propia existencia durante siglos, en su supervivencia contra poderes externos que no han tenido otro interés que hacerla desaparecer, esta es la forma en que da sentido a nuestra nacionalidad. Somos una nación, una nación foral.
Los siglos, y el poder militar de terceros, han provocado que la evolución de las foralidades políticas haya sido variada, pero sin embargo en todo ese tiempo han seguido siendo el centro de la definición de nuestra singularidad. La identidad foral, nuestra naturaleza de ciudadanos forales, no es el único pilar de la robusta casa de nuestro hecho nacional. Casa que debemos seguir construyendo. Pero si es el pilar en el que cabemos todos, y todos por igual.
Pero en la ciudadanía foral no caben los patriotismos a terceros, ni las dobles, triples y cuádruples nacionalidades, ni el discurso del ciudadano del mundo. Hay quien disfraza una falsa foralidad de postín, en un nacionalismo español descarado. La nacionalidad foral es el esfuerzo solidario de miles de hombres y mujeres por construir instituciones garantes de servicios públicos de calidad y protección social para todos los demás ciudadanos. Nos debemos el trabajo constante para conseguir victorias políticas, en pos de la soberanía de cada territorio, y con ello la convicción plena de respeto a las decisiones de cada sujeto político, sea Álava, Bizkaia, Gipuzkoa o Navarra, en el desarrollo de esa soberanía.
Sin ese esfuerzo solidario nada tendremos. Y sin respeto a cada marco de decisión tampoco. La nacionalidad foral se inicia en un abrazo cierto, sincero entre iguales y termina con la decisión libre de cada sujeto político de desarrollar instituciones comunes.
La identidad nacional foral es el fin de los miedos. Es el fin del cuento del “vienen los vascos” y el fin de las querencias anexionistas. La identidad foral es aquella han desarrollado y sentido, desde los 20.000 voluntarios que reunió Zumalakarregi a cada uno de los hombres y mujeres, de diverso signo político, que han levantado la voz para frenar la disolución de nuestras libertades, durante los últimos 200 años. La identidad foral, es el hecho cierto, consecuencia de la nación foral que formamos hoy en marcos políticos diferenciados.
La nación foral somos nosotros, todos. Ciudadanos forales de una nación foral.