Imanol Lizarralde / Joxan Rekondo
El objeto de este artículo es dar cuenta de las valoraciones críticas diversas que ha recibido nuestro libro ‘Resistencia vasca ante las violencias recientes’. Nos hemos querido centrar, particularmente, en la que ha publicado el historiador Raúl López Romo. La tesis que este defiende es que ETA y su entorno son más abertzales que de izquierdas, puesto que en la actitud del MLNV lo relevante sería un agudo antiespañolismo y una predilección por aliarse con partidos abertzales. De ahí que, según López Romo, la identidad ‘nacionalista radical’ sería la que mejor definiría a ese movimiento. En la primera parte del artículo, hemos planteado algunas importantes objeciones a esta tesis, recordando la inmersión de ETA en el maoísmo. En la segunda, trataremos de ampliar esos argumentos, y esbozaremos unas breves conclusiones.
Alianzas. López Romo apunta que la izquierda abertzale ha buscado entenderse y aliarse con el PNV, cosa que no vamos a negar. Lo que no es aceptable es que sostenga su tesis -que identifica a ETA con el nacionalismo radical- sobre la base de este argumento. No es aceptable puesto que la política de alianzas que los organismos del todo el MLNV han promovido se ha dirigido, en primera instancia, a los grupos de extrema izquierda no abertzale (fueran del ámbito vasco o estatal).
Ejemplos muchos. Sin ir más atrás, podemos comenzar por los antecedentes de la Euskadiko Ezkerra de 1977, en los que se incluían todas las fuerzas de KAS junto con partidos como EMK u OIC. Después de esa fecha, durante un largo ciclo que pudo durar hasta casi finalizar los 90, fueron tan incontables los ámbitos de colaboración y de trabajo en común de la izquierda abertzale con fuerzas de izquierda radical, en movimientos locales y sectoriales, en todo tipo de acciones de protesta, que resultaba difícil distinguir entre sus participantes a los militantes de unas fuerzas u otras. Se puede traer, además, al recuerdo el apoyo constante proporcionado por estos partidos no abertzales a las plataformas electorales de la izquierda abertzale. La participación activa de estos mismos grupos políticos, junto con la filial vasca de IU, en el pacto de Lizarra (1998) debería ser suficiente para al menos desdibujar la caracterización de aquel acuerdo como ‘abertzale’.
No fueron, por lo tanto, momentos puntuales que pudieran resultar insignificantes a la hora de situar la pertenencia ideológica del MLNV en el espacio de la izquierda. Fue un largo ciclo en el que se articuló un espacio de cooperación natural, tras el que no era impensable que pudiera realizarse un ensayo de confluencia. Este ensayo se materializó con la constitución de la plataforma electoral Euskal Herritarrok (EH), en la que participaron los grupos herederos – Zutik y Batzarre- de la extrema izquierda tradicional (LKI, EMK, OIC), y pervivió desde 1998 hasta 2003.
Estratagema. José Luis Zalbide debió ser, para Mario Onaindia, el “teórico más brillante e informado” de la época. Su idea de la ‘estrategia revolucionaria vasca’ (1968) reflejó la orientación que ETA siguió durante no pocos años. En sus trabajos, resaltó que el nacionalismo (incluso el más radical) había moderado las formas de lucha del fuerismo del siglo XIX. “Si la defensa de los fueros llevó a sus partidarios a la insurrección armada en más de una ocasión, ¿cómo es que el nacionalismo más radical no llegó nunca a nada semejante en 60 años de existencia?”.
Según Zalbide, esta moderación en los medios venía a ser el resultado de la propia identidad de la experiencia nacionalista vasca, que habría decantado una lógica refractaria hacia la promoción de una dinámica insurreccional. En contraposición, resaltaba que “la unidad de contenido y método de lucha revolucionaria” que se daba en ETA sí podría provocarla. Así, la salida en 1967 de la mayoría de sus fundadores, justificada en que ETA se había convertido “en un partido de tendencia claramente marxista-leninista”, sería entendida por Zalbide como una consecuencia de la cada vez mayor identificación entre medios y fines revolucionarios, que situaríamos en el contexto de la estrategia de Guerra Popular (de nuevo, el maoísmo como referencia) que aquella organización quiso activar.
Esta conclusión no impedía entonces, y tampoco después, que ETA invocara de manera incesante a la lucha de liberación nacional, recurso que proviene de la estrategia leninista de toma de poder que más tarde perfeccionó el maoísmo. Muy tempranamente, el Comintern (1925) advirtió a sus partidos asociados contra “el error de subestimar la cuestión nacional, error que les priva de la oportunidad de atraerse a estratos importantes, y a veces decisivos, de la población” (Walker Connor, 1998). Significativamente, Connor, en su valiosa tesis ‘La cuestión nacional en la teoría y estrategia marxista-leninista’, calificó esta posición como una ‘estratagema’ propagandística para sacar el mejor provecho de los sentimientos nacionales de las masas.
Conclusión. Evidentemente, para acercarse adecuadamente al debate riguroso sobre la naturaleza de ETA habría que hacerlo desde la intención de llegar al núcleo de la misma. ETA se ha autodefinido como Organización Socialista Revolucionaria de Liberación Nacional. Como reconoce López Romo, el apelativo ‘nacionalismo radical’ no puede resumir esa naturaleza. Lo que convierte en inexplicable el uso insistente de un término que no se ajusta al rigor que debiera exigirse, que es ambiguo y equívoco, y que obstaculiza la correcta clasificación política de lo que se pretende esclarecer. Esa lógica ‘nacionalista radical’ que se imputa a ETA no ha existido nunca en Euskadi. Definitivamente, en el ‘compuesto químico’ que dio origen al MLNV y la izquierda abertzale lo que caracterizó su racionalidad provino de la visión marxista-maoísta que se impuso en ETA tras 1967.
Imanol Lizarralde, historiador.
Joxan Rekondo, analista político