Joxe Martin Larburu
“Para que Euskal Herria fuera Pueblo, nos unió más la vecindad que el parentesco mismo. En nuestras costumbres que son ley, en nuestra sociología, si se llegan a comparar el «parentesco» y la «vecindad», siempre lleva la primacía la razón de vecindad.”
Hablar “del modelo vasco”, sin que ello sea una mera ocurrencia del momento, un significante vacío que cada uno llena como le da la gana, supone delimitar correctamente los valores nucleares que han presidido la construcción de nuestro pueblo. Esa fue una de las dedicaciones de Don M. de Lekuona, autor del párrafo que da inicio al artículo, donde atribuye la centralidad en la configuración del pueblo vasco a la vecindad. En el mismo contexto, la cultura de la reciprocidad, el compromiso con el ‘primer vecino’ (lehen auzoa) etc., nos dan muestra de la dimensión comunal de la vecindad vasca.
Los vascos, descendientes de una tradición comunal, hemos sido capaces de traer sus valores hasta el presente, no solo con recetas de reparto, muy de moda entre populistas, sino generando riqueza con iniciativas creadas atendiendo a nuestros propios valores.
De hecho, si queremos subrayar la dimensión más comunal de nuestra identidad estaremos obligados a evocar el auzolan, uno de los referentes principales de la cultura tradicional. Muchos creemos que es en este referente donde se concentran los valores más significativos que nos permiten hablar de un modelo vasco.
El compromiso de unir el pasado con el futuro que sugiere hablar de “Modelo Vasco” lo define perfectamente el pensamiento de Arizmendiarrieta cuando subraya la continuidad en la conformación del carácter del ser humano que, a su decir, “parte de cien años antes de su aparición”.
Volvamos la mirada hacia atrás, hace unos cien años. Por aquel entonces en Euskadi nacían las primeras cooperativas, vinculadas al consumo, que surgieron producto de la necesidad compartida. Desde el trabajo vecinal en equipo y, a partir de esa premisa, se ha ido tejiendo este modelo económico y social tan peculiar y tan fuertemente arraigado en nuestro territorio.
No solo las cooperativas, también innumerables empresas familiares, insertas en los valores de “la casa y el auzo” han supuesto el despertar de la economía vasca. Han propiciado el despliegue en el País Vasco de un potente sector industrial que ha permitido al “artefacto” que supone el modelo vasco navegar incluso en “sistemas” que querían acabar con la identidad que sustentaba el modelo.
El Modelo Vasco implica una cooperación que se establece desde abajo a través de la participación consciente de todos los implicados. Llama la atención que quienes en origen siempre se han mostrado contrarios a todas las iniciativas creadas bajo esta visión, quieran apropiarse, al menos terminológicamente, del modelo.
El modelo para ellos siempre ha estado supeditado a la consecución de un sistema. La incompatibilidad de las prácticas vecinales histórica de los vascos con los sistemas verticalistas, que al final concluyen en paternalismos totalitarios, ha hecho que muchas veces unas elites conscientes en su empeño de imponerse al resto, utilizando cualquier método, incluso el asesinato, nos hayan hecho a los demás vivir en un ambiente social indigno.
Si algo ha demostrado el modelo vasco a la izquierda, que la verdadera revolución se hace desde la libertad de la persona, y de abajo arriba; y a la derecha, que no hay verdadera libertad sin empeñarse personal y colectivamente por la justicia social. Es la principal enseñanza de nuestra experiencia histórica, la que nos trasmite el ‘sentido histórico de la dignidad humana y de la libertad’ que diría el lehendakari Agirre, la que nos ayudado a construir lo que hoy somos los vascos.
¿Estaremos esta vez de verdad dispuestos a aplicar el MODELO VASCO, a cooperar unos con otros, al servicio de una verdadera transformación personal y social?