Joxe Martin Larburu
Que el independentismo revolucionario haya sido obligado a abandonar la lucha armada, no quiere decir que haya desistido en su lucha por la hegemonía, en ello sigue. Con un programa básicamente importado, intenta montar en nuestro país un “frente amplio”, reactivar la lucha de posiciones (de bloques, de frentes …), que si bien ha tenido notables éxitos en el espacio latino-americano, en el espacio vasco lo más probable es que vuelva a fracasar. Nuestra comunidad nada tiene que ver con esas sociedades, conscientemente desestructuradas para facilitar el enriquecimiento de élites extractivas, que confían sus soluciones a organizaciones que prometen mucho desde arriba y construyen poco desde abajo.
Bajo la idea de “grandes mayorías sociales”, lo único que pretenden es consolidar una línea de choque, dividir y enfrentar a la vecindad vasca, al servicio de estrategias políticas particulares. Lo que pretenden es que todo el mundo asuma como propio un plan particular.
La lucha por la hegemonía está en el centro de su ADN político, lo practican tanto en el campo amigo como en el enemigo, la diferencia es que mientras en el segundo es antagónico no lo es en el primero. Los incidentes que este verano se están dando en torno a las txoznas tienen mucho que ver con esta idea, no pueden permitir que nadie cuestione su hegemonía en lo que creen sus espacios conquistados. Para que asuman que algo es cívico, comunal … ese algo debe de asumir estar bajo su hegemonía, de lo contrario no obtendrá la categoría de popular.
De todas formas y aunque los hegemonistas sigan a lo suyo, somos muchos los vascos que creemos que la situación actual, en una coyuntura de no violencia, supone una gran oportunidad para avanzar en todos los ámbitos en los que convivimos los vecinos y vecinas de Euskadi.
La cuestión es buscar el centro de nuestra acción en la colaboración, desplazando a la irrelevancia la confrontación. Este modelo de acción, por supuesto, no implica, nunca, la renuncia de nadie a intentar ganar las elecciones, a liderar las instituciones públicas y, por supuesto, a transformar el sistema.
La teoría es que no necesitamos importar el modelo, lo tenemos en casa. Si analizamos los valores del trabajo vecinal (AUZOLAN), encontraremos: la reciprocidad, el apoyo a la persona necesitada, la protección de la vida mutua y la responsabilidad de cada uno de ocuparse de la casa y del bien del vecindario …; en definitiva, cumplir las obligaciones con los convivientes nos llevará a conseguir la confianza social necesaria para lograr la colaboración en favor de una vida más digna, donde la libertad, la igualdad y la suficiencia de recursos para todos sean el signo de nuestra comunidad.
Cooperar buscando finalidades provechosas para la escuela, la empresa, la vecindad …; impulsar múltiples trabajos vecinales, estimulará la creación de un cuerpo comunitario transversal, que evitará las demagogias y creará oportunidades para la construcción de nuevos proyectos.
Una definición para el pueblo vasco que sería ampliamente aceptada, tanto por foráneos como por forasteros de todos los colores, sería la del “PAÍS DEL AUZOLAN”. Por ello, hoy más que nunca lo prioritario es que aparquemos los modelos liquidacionistas importados y nos dediquemos a potenciar nuestros propios valores.
La hegemonía en los términos de establecer “procesos de polarización/movilizaciones” “para las articulaciones hegemónicas” no se puede considerar abertzale, no busca integrar una comunidad histórica, lo que quiere es dividirla. Embridar a los que aceptan su hegemonía y desactivar, eliminar si hace falta, a quienes no se pliegan a sus intereses.