José Díaz Herrera y Los Mitos del Nacionalismo Vasco
Cuando uno elige un objetivo y un camino para alcanzarlo, si el camino no es el correcto, cuanto más se ande por él más perdido se hallará. Lo correcto, entonces, no es cambiar el objetivo para seguir caminando por la misma senda que nunca sabremos a dónde nos llevará; sino cambiar de camino, y a través del ensayo y comprobación, -sin dogmatismos- encontrar la vía correcta que nos lleve al objetivo. Esto sería lo razonable, pero en la política celtibérica, y en algunas autonómicas, lo más importante es mantenerse en el camino, aunque sea el malo, estar en la silla, aun a costa de cambiar el objetivo. Y así los problemas se van acumulando, y el político sólo está mirando su ombligo.
¿Cuál es el camino político sobre el que circulamos? Se podría decir en una sola palabra: jacobinismo. El jacobinismo es un punto de vista en la que la unidad formal cobra gran importancia. Dentro del término ‘unidad formal’ el término dominante es ‘formal’ y el secundario ‘unidad’. Es más importante ‘lo formal’ que la ‘unidad’. De hecho, un estado jacobino como Francia, intentó crear la Gran Francia con Argelia e Indochina como pivotes. Todo quedó en intento porque esas colonias dejaron de ser francesas por los problemas que traían a la metrópoli mantener el aspecto formal de la unidad centrada en la Asamblea Nacional Francesa. Y ahora ni son Francia, ni hay ligazón tipo Commonwealth ni nada entre esas comunidades. En el Estado español, se desmiembra el Sahara español y Marruecos queda con todo ello, sin más, en 1975. Y dentro de la península está el problema vasco, largo de casi dos centurias, que se enfoca siempre desde el punto de vista jacobino y en el que sólo se ven soluciones traumáticas poco civilizadas como la ‘solución final’ sugerida por José Díaz Herrera en Los Mitos del Nacionalismo Vasco.
En la Euskadi actual no hay un único ‘conflicto’. El MLNV con sus corifeos ‘ex etarras’, hablan ‘del conflicto’, en singular, cuando en realidad hay dos conflictos diferentes superpuestos: Uno es la que deriva de 1839 cuando se incluye a los vascos en el mundo jacobino de la Constitución de 1837; el otro es el que deriva de la voluntad revolucionaria marxista-maoísta del ETA y del MLNV. Son dos conflictos distintos y la tentación del atajo está cerca: ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro? Solo que el tiro elegido hasta ahora es el del ‘separatismo’ y se opta por la política del mono: ‘leña al mono hasta que se integre en la constitución’. ¿En qué constitución? En la de la lectura de Armada-Tejero, no hay otra. Resultado: los dos conflictos persisten. Lo lógico sería cambiar de camino, cambiar de punto de vista, enfocar los problemas desde otro lado para mejorar la situación y la población vea mejorada su situación general. Y este cambio, aunque difícil pues hay intereses que se oponen -ETA y los jacobinos a ultranza se unirían en esto- es posible siempre que hubiera una relación de fuerza favorable a ello.
El cambio que se precisa no es unilateral, no son el Estado ni los partidos españoles los únicos que debieran reflexionar. Al PNV también le corresponde su parte, porque también está imbuido, de jacobinismo y tiene problemas que ni los ha resuelto, ni están en vías de ello. Olvidándose de la rica variedad institucional vasca, de carácter consuetudinario y popular, no exento de unidad sociológica y cultural, se ha preferido un parlamento vasco de esquema jacobino, de brillante unidad formal, mezclada con aditamento que, dicen sus partidarios, es confederal -cada territorio cuenta con 25 diputados cada uno-, y por eso el diputado alavés se cotiza con menos votos que el bizkaino. Una mezcla que hace que la representatividad sea la que es. Y dejan otros 25 sitios vacantes para cuando Navarra decida integrarse, eso sí, “democráticamente” en el Parlamento de Vitoria. De ello deriva que ‘Nafarroa Euskadi da’ sea un típico eslogan jacobino. Y ello tiene unos resultados concretos: el PNV no pasa en Navarra de ser un partido pequeñito cuasi-marginal en el conjunto de la sociedad y potencialmente a merced del MLNV versión Aralar. Y es que el jacobinismo es el mismo, tanto si se trata de desterrar la ikurriña de Euskadi, como de extenderla a Navarra -que tiene sus propios símbolos- con la excusa ‘Nafarroa Euskadi da’. El PNV lleva en esto todas las de perder, porque una ortodoxia nacionalista mal entendida -jacobina-, nunca conseguirá que los navarros renieguen de sus símbolos ni de instituciones que son suyas, que, por otra parte, siempre las han tenido, para integrarse en otra de reciente constitución. Enfocada de esta manera, ‘la integración’ es una causa perdida, porque la vía elegida es incorrecta. El PNV es, en Navarra, un partido pequeño que seguirá siendo más pequeño en el futuro sino cambia de enfoque.
De ahí que se haya propuesto al PNV desde hace, nada menos que cinco o seis décadas (véanse los escritos ideológicos de Antón de Irala depositados en el Archivo del Partido Nacionalista y en otros posteriores de la colección Bultzagileak) el alejamiento de la tentación de asirse a fórmulas absolutistas como soberanía, independencia, etc, porque son fórmulas confusas -como luego veremos- y orientadas a la imponer las cosas por la fuerza. Conviene alejarse de ellas porque son formulaciones poco civilizadas.
Algunos dogmáticos del nacionalismo hacen fetichismo del término ‘nacionalista’. Antaño, con el sistema foral el pueblo gozó de libertades. Después se eliminaron esas libertades y se nos introdujo en la jacobina Constitución de 1837. Los dogmático-jacobinos no se dan cuenta que en tiempos de Sabino y años posteriores el principio de las nacionalidades estaba muy en boga. De ahí el término elegido para nombrar el partido recién fundado en 1895. Pero los tiempos cambian. En tiempos de la República se optó la vía estatutaria, pensando que era lo adecuado a los tiempos, y en verdad, aunque dificil fue su obtención, tuvo cuerda y dio ilusiones al país, tanta que cuarenta años más tarde se insistió en lo mismo. Y como telón de fondo la reintegración foral plena. Hoy, en algunos patriotas, bulle más el llamado derecho de autodeterminación, les parece más actual, aunque no sé si es el de Lenin o el de Woodrow Wilson. Hay quienes reclaman la independencia. Pero en todos ellos late algo que es común: el pueblo vasco quiere la libertad, perdida en 1839. Las formulaciones concretas, son diferentes, según épocas, pero en todas, late el mismo deseo de libertad. Hacer doctrina desde el mero término y polemizar artificialmente sobre las formulaciones es estéril y aleja, a quien lo hace, del pueblo. En todo este trayecto de lucha, hemos dejado pelos en la gatera, y el jacobinismo ha cogido fuerza entre nosotros, y crea más problemas que soluciones: Navarra; los territorios de Iparralde; en los inicios hubo profundas diferencias entre el papel de las Diputaciones y el Gobierno vasco por el choque entre las tradiciones forales y la mentalidad centralista inherente al jacobinismo, la LTH, etc.
Hemos hablado de anhelos de libertad. ¿Qué significa para los vascos la libertad? Somos partidarios de considerar la libertad del pueblo vasco como un rechazo de las dependencias impuestas y una aceptación de las dependencias voluntarias, fieles al lema foral “se obedece pero no se cumple”: se obedecerá en todo aquello que sea aceptado (solidaridad) y no se cumplirá aquello que se nos imponga (mantener la condición de estar libre). Es una combinación permanente e inseparable de lucha y solidaridad. Se lucha contra la imposición pero se tiene como objetivo la solidaridad. Los dos términos son importantes y según las circunstancias una dominará sobre la otra pero en cada fase y circunstancia se necesitan de las dos a la vez. La libertad se concibe para solidarizarse, pues sin ella, la solidaridad no existe. En euskera llamamos a esto ‘burujabetza’, que es la libertad que tienen las personas adultas sanas, a diferencia de niños, presos y disminuidos varios, que no son ‘bere buruaren jabe’. Y este principio es civilizado porque se rechazan imposiciones apriorísticas: supone libertad para acordar y solidaridad mutua en su cumplimiento. Acordar sin libertad (imponer acuerdos), no son acuerdos; y los acuerdos que no se cumplen tampoco lo son. Términos como, independencia, soberanía, etc, no son equivalentes ni sustituyen en modo alguno al término ’burujabetza’ pues pertenecen al mundo del absolutismo político y del imperialismo.
No en vano, todas las actividades de la vida están interrelacionadas, no hay nada que no dependa de algo. La ley de la dependencia es una ley general de la naturaleza. La no dependencia (independencia) va contra esta ley general, es contrario a ’burujabetza’ que, utiliza la libertad para crear solidaridad. Además, hoy día es un término confuso. En efecto, desde el punto de vista jacobino, independencia significa ‘no depender de’ y tiene una visualización formal separadora -creación de frontera-. Desde otro punto de vista, el marxista, que divide la sociedad en dos clases, la trabajadora y la burguesa, independencia significa que la clase trabajadora no debe depender, de ninguna manera, de la clase burguesa. Dicho de otra forma, si en la sociedad capitalista la clase burguesa domina sobre la trabajadora, los marxistas buscan su independencia, es decir, crear la sociedad socialista donde -dicen- la clase trabajadora dominará a la burguesa. Para quien así concibe, independencia es sinónimo de revolución. Nada que ver con creación de fronteras. Para los que sólo dominan el punto de vista jacobino todo independentista es separatista, y al no saber distinguir los problemas, los marxistas se aprovechan de esta deficiencia y hacen la revolución con la discreción ideológica que les proporciona la bandera de la ‘independencia’, aunque con el mayor ruido posible en la sociedad. En Euskadi ya se conocen los efectos que ello produce: lo confuso del término independencia se convierte en ‘clarísimo’ tanto para jacobinos como, sobre todo, para los jóvenes que son las primeras víctimas.
Así como es conveniente hablar más de un idioma en el mundo de hoy, es asímismo conveniente, dominar al menos dos puntos de vista para evitar la unilateralidad, que es la más perjudicial de las visiones: con un sólo ojo no se aprecian fondos, distancias, matices necesarios para tomar decisiones correctas. Es necesario el paralaje mental. El lenguaje formal ultrasabiniano que ETA utiliza desde 1995, (enterrando, de momento, el anterior ‘pueblo trabajador vasco’) y que tanto gusta a cierto sector del PNV, está concebido para incordiar y encelar tanto a sus dirigentes, como a los políticos de Madrid. Con conocimiento de los dos puntos de vista señalados, quizás, no se habrían deslumbrado quienes firmaron los documentos de 1998, ni cegados quienes, por motivos contrarios, empujaron a ello, por aquello del choque de trenes.
Respecto de la soberanía hay que decir poco de ella, es un término antiguo, justificativo del absolutismo, de la imposición y del imperialismo. Por eso es útil al jacobinismo. Nadie acepta, sin embargo, en nuestros días una invasión ni una dominación, por bien intencionada que ella sea. Dominaciones que los vascos siempre hemos rechazado por ley (institución del Arbol Malato)
El llamado pacto con la Corona de los territorios vascos, se daba en épocas anteriores a la época jacobina. Y duró siglos, con buenos resultados por ambas partes. Cuando la Corona ganaba, los vascos ganábamos y cuando perdía, también perdíamos y mucho en ambos casos. El problema comenzó, cuando con las ideas jacobinas, se construyó otro Estado diferente que no concebía otra solidaridad que la formal, y ninguna ley más que la nacida de la Asamblea que se arroga soberanía. Se eliminaba la libertad de pactar -de la que siempre quedaba a salvo la potestad legislativa de los vascos sobre su sociedad, aunque también se aceptaban leyes reales si no hubiera usos propios- y el acuerdo ya no era posible, porque una de las partes se había arrogado la libertad del otro. Se nos cercenó nuestra burujabetza al quitar la condición de estar libres, y sin esta condición, es imposible acordar nada; y desde entonces, 1839, sólo se abre la vía del rechazo a lo impuesto. Y esto no es ni independentismo ni separatismo. Añorar fidelidades pasadas desde posiciones jacobinas es incongruente. Nunca volverán esas solidaridades si la regulación de la sociedad vasca no se saca del ámbito jacobino por aquellos que la introdujeron y, en concreto, del Parlamento donde aquellos la introdujeron. La solidaridad debe regularse desde la libertad. En eso consiste la responsabilidad.
Cara al futuro, aun siendo importante lograr la paz, y dialogar multilateralmente, considero social y políticamente mucho más relevante, el organizar en Euskadi y en otros sitios, proyectos sociales de relevancia, sistemas productivos alternativos más democráticos y participativos, involucrar a gente en concebir proyectos de beneficios sociales y culturales, elevar el nivel de coherencia social con participación de todo el abanico político -sin exclusiones- con proyectos que afecten a toda la sociedad vasca y se expanda, si es bueno, por otras zonas. Los que hoy, optan por la violencia, o por la represión pura y dura, es posible que vean que el cambio social pueda venir por la transformación de la empresa. La experiencia que sobre ello hay, indica que la violencia es innecesaria. Transformación en la que la izquierda, toda la izquierda junta, no ha hecho ningún esfuerzo todavía. Porque los próximos años puede que sean épocas de deslocalizaciones de empresas y años de crisis. Crisis que, en realidad viendo con aspecto positivo, son oportunidades de futuro, de cambio a mejor.
Para terminar, decir que, el libro que se ha analizado no encierra valor positivo alguno. Corrijo, algunos documentos y situaciones que narra de la transición, parecen correctos. José Díaz Herrera está interesado en reverdecer viejos odios, que no están olvidados. Además quiere reverdecerlos mediante el sistema del igualitarismo: equiparar maldades e igualar el número de víctimas, como si eso convirtiera a los dos bandos en algo venerable. Inversión de valores. Sobre valores democráticos, positivos, de futuro, ninguno. Se ancla firmemente en redistribuir odios pasados y, al parecer, goza con ello. Recurre frecuentemente al chismorreo, al infundio y a la calumnia. En fin, un libro de intenciones malévolas de autor deshonesto. No recomendable.
Hemen bukatzen da Jon Mimentzak 2006-an José Díaz Herrera-ren Los Mitos del Nacionalismo Vasco-ri egindako erantzuna. Espero dugu zuen gustuko izatea.