Joxan Rekondo
Podemos anotar, como lecciones para el presente, que, frente a la esperanza puesta en teorías liberadoras de gran escala, nos han resultado más beneficiosos los compromisos prácticos con la dignidad de las personas que se realizan en la escala institucional más próxima a las propias personas. No cabe ninguna duda que muchas de las experiencias cotidianas más significativas se escapan de los marcos comprensivos de las elaboraciones que han realizado los grandes sistemas ideológicos. Lo que tiene y lo que le falta a dicha cotidianidad se puede observar y experimentar, sin necesidad de someterse a los dogmas globales, centrándose en la búsqueda de cooperaciones de tipo natural a escala local, en torno a finalidades provechosas para el hogar, la vecindad y la empresa, …
Junto con experiencias trágicas, nuestra historia nos ofrece abundantes motivos de inspiración que pueden sernos útiles ante los desafíos que no dejarán de presentarse, siempre enormes ante la escala que puede representar un pueblo pequeño como el nuestro. El relato que apela al espíritu tradicional vasco, que esgrimió repetidamente Arizmendiarrieta, nos ofrece una idea de comunidad que se desarrolla a partir de la seguridad que, en la búsqueda del bien común, ofrecen a sus integrantes las instituciones sociales que son expresión de una personalidad de tipo comunitario.
Tal y como hemos visto antes, se afirma un sentido de dignidad humana y libertad “fehacientemente acreditadas en las instituciones tradicionales y democráticas de nuestra tierra y, por tanto, exponentes de la idiosincrasia de sus hombres”[i]. Estas instituciones representarían en lo político la participación democrática y el carácter complementario de las plurales posiciones ideológicas. En lo social, un carácter asociativo y mutualista consolidado. En lo económico, la humanización de las empresas, puestas al servicio de los agentes del trabajo y del país. Por este motivo, Arizmendiarrieta llegó a instar a los participantes en el movimiento cooperativo a que operaran con la vista puesta más allá de lo que exige la coyuntura, actuando como “precisa se actúe un país que tiene en su haber en el pasado el haber conseguido un nivel envidiable de desarrollo como de haber sido cuna de una capacidad democrática de gestión en sus instituciones populares”[ii].
Arizmendiarrieta apelaba al roble como elemento simbólico de transmisión de las ‘esencias del pasado’ y su ensamblaje a lo largo del proceso histórico, en la búsqueda de “un orden social evolutivo”[iii]. José María Arizmendiarrieta estaba convencido de que “el árbol se renueva, no tanto desde la copa o la corteza, cuanto desde las raíces”[iv].
Este axioma arizmendiano nos inspira dos imágenes significativas. Una que es biológica. Según esta, todo proceso de renovación social requiere de un enraizamiento cultural que vivifique el fluir histórico[v] en un sentido transformador y expansivo, “en correspondencia a la inspiración de los valores humanos y sociales de la conciencia activa de los hombres y pueblos de nuestra tierra”[vi]. La segunda imagen es física, expresando que un proceso social solo puede afianzarse desde la base que componen las personas libremente asociadas. Arizmendiarrieta advertía que estos “procesos de asociación no son viables sin moderación” y señalaba taxativamente que “las radicalizaciones contravienen a las cualidades más constantes de nuestro pueblo y a las virtudes humanas y sociales de sus hombres”[vii].
Arizmendiarrieta focalizaba su acción en la empresa, e indicaba que no hay que verla como si se tratara de “un simple concierto de intereses económicos individuales”, sino como una comunidad humana. Para su grupo, transformar la empresa equivalía a iniciar el camino de la transformación social. “La posibilidad más notable que gravita en nuestro pueblo en marcha, con solera de gestión y autogestión democrática, aplicada cada vez en más amplios sectores, no puede minusvalorar su economía que sería lo mismo que subestimar el trabajo que nos ha levantado a un nivel discreto pero envidiable de opciones de bienestar común”[viii].
Ahora bien, Arizmendiarrieta tampoco ignoraba que no es poca la gente que se sentiría extraña ante fórmulas que fueran concordantes “con nuestro secular espíritu democrático, liberal y práctico a la vez que comunitario y dinámico”, gente que preferiría otorgar más resonancia a los “productos de importación”[ix]. Por ello, exhortaba a los que eran partidarios de fórmulas no cooperativas (capitalistas, socialistas o de otro tipo) a que “emplearan más positivamente sus energías” en construir sus propias experiencias, y no las malgastaran en frustrar proyectos ajenos[x].
[i] JMA. Memoria 1971. CLP, lib 08. Archivo Arizmendiarrieta, edición digital, 2008.
[ii] JMA. La fuerza que se impone. TU, feb. 1973
[iii] JMA. Un ejemplo concreto: Ulgor en su clima. Estructura de Ulgor. CLP, lib. 10. Archivo Arizmendiarrieta, edición digital, 2008.
[iv] JMA. Contraste efectivo. TU, diciembre 1970.
[v] “Corresponder a lo heredado o recibido más o menos gratuitamente con nuestro esfuerzo, para ensamblar el presente en el futuro, apoyándolo en la solera de nuestra tierra y transformarla en Pueblo o País revitalizado”. JMA. Pedagogía y cooperación. TU, julio-agosto 1975
[vi] JMA. Memoria 1972. CLP, lib 08. Archivo Arizmendiarrieta, edición digital, 2008.
[vii] JMA. Memoria 1971. CLP, lib.08. Archivo Arizmendiarrieta, edición digital, 2008.
[viii] JMA. Por el cambio y para el cambio. TU, junio 1974
[ix] JMA. Lo que va con el hombre va con el pueblo. TU, dic. 1972
[x] JMA. Sin monopolios. TU, mayo 1971. La misma convocatoria se puede ver en otros boletines en los que choca con las fuerzas de la izquierda radical. JMA. Multiplicando opciones. TU, enero 1971. Órbita vital. TU, febrero 1971.