Joxan Rekondo
Al contrario que lo que sucede a otros sistemas de pensamiento, las reflexiones y planeamientos de Arizmendiarrieta han adquirido su mayor realce cuando al comprobarse el éxito obtenido en el desarrollo práctico han tenido, y la solidez que a largo plazo ha mostrado la experiencia empresarial que se originó a partir de aquellos. Sin embargo, en medio del agitado clima de los 60 y 70 del XX, no eran pocos los participantes en el movimiento cooperativo en los que se podría percibir un cierto acomplejamiento.
La propagación de una idea de revolución que debía ser “universal, total, instantánea y avasalladora”, y que fascinaba a muchos vascos, parecía empequeñecer el compromiso completo y diario por el que habían optado los integrantes de aquella experiencia de cooperación. Arizmendiarrieta consideró oportuno recordar que una de las contrapartidas que conllevaría esa ‘fascinante revolución’ era la hipoteca de la libertad, un efecto que sería contradictorio con el espíritu secular vasco y que, de acuerdo con sus propias palabras, “significaría que somos capaces de vivir sin dignidad”. Ante el encantamiento de los discursos que propugnaban la revolución como un acontecimiento insurreccional, concluyó que “los cooperativistas hemos sabido estar a la altura de nuestros planes y propósitos, con realidades más que con palabras que se lleva el viento”. Algo que, con el paso del tiempo, adquiere la solemnidad de una sentencia confirmada por la propia historia.
En aquella época, se vivía bajo una atmósfera excitada por “las campanas de agonía de un pueblo viejo” que convocaban a una liberación instantánea, por referirnos al lamento que Xabier Lete expresó en su poema ‘Nik ez dut amets haundirik’. Arizmendiarrieta también dio cuenta de ese clima en muchos de sus textos para Lankide. Era el periodo en el que explotó el ‘volcán ideológico’, denominado así por Bernardo Estornes. En los sectores más inflamados de ese ambiente se apoyó la fuerte corriente política que decía no contemplar otro remedio que la insurrección (Matxinada), sustentada en las armas. En medio de tal excitación revolucionaria, ETA y sus diferentes ramificaciones desplegaron una gran actividad.
A pesar de los que querían arrastrar a los vascos a una insurrección de masas, la opción de la mayoría social fue otra diferente. El resurgimiento social originado a partir de la segunda mitad de los años 50 del siglo pasado siguió creciendo y expandiéndose, a través de una miríada de Auzolanes desplegados desde la sociedad civil, tanto en el ámbito cultural y educativo como en el económico-empresarial.
Los puntos de intersección entre ambas tendencias existían, algo inevitable en el escenario de una sociedad de pequeña escala. Pero, el choque entre las dos era muy frecuente, puesto que partían de fundamentos teóricos y prácticos abiertamente contradictorios. La estrategia revolucionaria de los primeros se sostenía en una pequeña vanguardia consciente y organizada que, ubicada al margen de las masas populares, aspiraba a organizarlas y dirigirlas para sacarlas de su condición ‘alienada’. El pueblo sería, en consecuencia, una mera creación de la élite dirigente y de sus estructuras instrumentales.
La violencia como último recurso no dejaba de ser el corolario que deriva de esta visión mesiánica. Bajo esta concepción, se ocultaba una desconfianza en las facultades de la persona, a la que se presentaba como si fuera un ser incapaz de asumir responsabilidades en el proceso de su propia emancipación, debiendo someterse por ello a la tutela y conducción de minorías ilustradas.
Por fortuna, el planteamiento en el que enraizó el resurgimiento vasco fue otro radicalmente diferente, y se fundamentó en la plena confianza en la potencialidad y energía social que son características inherentes a personas y comunidades activas. Arizmendiarrieta sostenía que “en la entraña del estado de conciencia prevalente en la comunidad existe mayor potencial de iniciativa y responsabilidad aprovechable que la que tendemos a reconocer” …, potencial que “fluye de la idiosincrasia de nuestro pueblo y se anida en lo más entrañable de sus hombres”. Este el fundamento principal de la concepción vasca del ‘burujabetza’, sin el que es imposible sostener ninguna estructura ‘burujabe’. No caben vanguardias tuteladoras para esta concepción de la dinámica social, son las propias personas las que, en el marco de acción de la comunidad a la que pertenecen, las que seleccionan democráticamente a sus líderes y dirigentes. Incluso bajo la dictadura, personas asociadas y comprometidas para el trabajo/acción pueden hacer casi todo lo que se propongan. Bajo este criterio, un pueblo en marcha desbordó y ridiculizó al régimen dictatorial.
La diferencia entre las dos tendencias es clara: la desconfianza (el pesimismo radical, diría Mounier) de las élites revolucionarias ante la capacidad de agencia de las personas de unos frente a los que no dejaron de confiar en las personas, en la responsabilidad y la disposición humanas para comprometerse en la acción. Arizmendiarrieta subraya en diversas ocasiones esta distinción, que es seguramente la más importante de cuántas diferencian a las dos tendencias aludidas, y apela al arraigo de la segunda en el que llama repetidamente ‘espíritu secular vasco’.
«Incluso bajo la dictadura, personas asociadas y comprometidas para el trabajo/acción pueden hacer casi todo lo que se propongan. Bajo este criterio, un pueblo en marcha desbordó y ridiculizó al régimen dictatorial.».
Este ridículo lo llevan tatuado en la frente todos (también los revolucionarios) los que han despreciado el humanismo vasco, autentica base del auzolan.
Bueno, bueno menos lobos
Pocos humanistas en Jel fueron a dar con sus huesos en prisiones durante el tardofranquismo
Aunque no digo que no los hubiera
Cierto es que la delincuencia con motivación política en el tardofranquismo lo protagonizaba el MLNV.
Pero mientras que esa delincuencia era gratuita y criminal, la persecución era necesaria, la del nacionalismo era injusta.
No se debe presumir por ser detenido por el franquismo, sino por el delito cometido.