Gabriel Otalora
Acabo de finalizar la lectura del libro «Al servicio de la causa vasca». Se trata de la biografía de Francisco Javier Landaburu, escrito por la historiadora Leyre Arrieta y publicado en la prestigiosa editorial Tecnos. El título, como nos contó la autora en la presentación, es una paráfrasis del libro del propio Landaburu, La causa del pueblo vasco o el ideario político que ha servido de marco conceptual al discurso europeísta del nacionalismo mayoritario. Un discurso recogido en lo que ha venido en llamarse la “Doctrina Aguirre” que, en resumen, pretendía una Euskadi libre que facilitara la construcción de la Europa federal integrando a las naciones sin Estado.
Afortunadamente, son varias las figuras que dirigieron los destinos vascos en aquellos infaustos años las que están siendo biografiadas por plumas de prestigio, aportando información muy valiosa para comprender el contexto actual. Entonces, la calidad humana fue tan importante como las decisiones políticas que se tomaron durante la guerra y posteriormente en el exilio. Es el caso de Landaburu que fue uno de los principales dirigentes con responsabilidades de primer nivel. Detenido dos veces con el alzamiento fascista y después de estar escondido un año, que se dice pronto, huye primero a Iparralde, oculto en un coche, y posteriormente a París. Allí comenzaría la etapa más fecunda: fue requerido por el lehendakari Aguirre para ocupar el cargo de secretario de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, entidad que contó entre sus filas a personalidades como François Mauriac o Jacques Maritain junto a Jesús Mª Leizaola, entre otros. Asimismo, fue el designado para ocuparse de la política exterior del Gobierno Vasco en el exilio. Llegó a desempeñar el cargo de vice-lehendakari a la muerte de Aguirre, ya en la última parte de su vida, truncada a los 55 años en el exilio de París.
Anteriormente, participó desde Eusko Ikaskuntza en la preparación del Estatuto de Autonomía. Quizá sea menos conocido su importante y difícil trabajo en el servicio de información vasco que funcionaba en la clandestinidad. Brilló con luz propia en su papel impulsor de la cultura vasca y de una Europa unida con un ideario progresista para su época, quizá por haber sido un adelantado de su tiempo en el sentido de que las ideas que se gestaron en el Club de Roma, el germen de la Europa de hoy, estaban escritas una década antes en sus textos. “Somos la fuerza política peninsular más avanzada en el progreso de lo internacional”, llegó a escribir.
Destacaría dos realidades que recorren casi todo el libro de Arrieta: la gran dificultad que supuso para Landaburu y sus compañeros de gobierno trabajar a la contra permanentemente en un escenario europeo de incertidumbres y peligros, comenzando en su propia nación vasca con la invasión genocida de Franco. La segunda realidad, más profunda, es que aquellos políticos formaron un equipo de personas comprometidas con su causa a costa de su bienestar, de la libertad e incluso de su vida (el consejero Espinosa fue asesinado). Su actitud, en ocasiones contra toda esperanza, hizo posible mantener el testigo hasta que sus seguidores lograron lo que aquellos no vieron sus ojos. Es decir, que estemos reconocidos como entidad nacional con el formato jurídico de “estatuto” que recupera derechos y buena parte del poder político en su día arrebatado, para tomar decisiones propias de gobierno de manera democrática. No sé yo si las generaciones siguientes hemos valorado el sacrificio honesto de Landaburu y sus compañeros como se merecen.
La ideología de Landaburu evolucionó desde la madurez hacia un nacionalismo europeísta y federalista. Algunos pasajes fueron para él especialmente difíciles, tales como los contactos con representantes nazis o las relaciones mantenidas con la Primera Asamblea de ETA. Su talante profundamente democrático aceptaba todo tipo de opiniones salvo los totalitarismos.
La década de los sesenta no pudo empezar peor con la muerte inesperada del lehendakari Aguirre. El partido se enfrentaba a una situación muy complicada; por un lado, estaba el temor a la perpetuación del régimen franquista ahora apoyado por Estados Unidos ante el miedo al comunismo. Y por otro, estaba ETA, además de una Europa que no era la soñada por Landaburu. A pesar de ello, se siguió apostando por una estrategia vocacional de país europeísta. De hecho, el calificativo más usado por el PNV sigue siendo “Europa de los Pueblos”, el mismo que utilizó Landaburu para explicar el concepto de Europa federal que tanto anhelaba.
Al terminar de leer esta excelente biografía, veo que no casa el dicho popular de que el patriotismo se cura viajando. Un gran libro este sobre Landaburu que merece la pena leer porque si un pueblo pierde su memoria, pierde su identidad y se arriesga a perderlo todo.