Gabriel Otalora
Javier Vizcaíno opina que sigue mereciendo la pena dedicar un tiempo a nuestro «pasado imperfecto» en torno al terrorismo y a las víctimas. Estoy muy de acuerdo. En esta misma dirección, no son pocos los artículos que siguen publicándose sobre este tema, quizá porque la memoria pretendida por algunos desde la construcción del relato del pasado político violento es una presa mayor que se está trabajando con uñas y dientes para condicionar la historia a instancia de parte. Pero los hechos son tozudos, y de ahí mi voluntad por seguir recordando lo evidente y esencial, es decir, que el dolor injusto lo es dando igual quien lo haya causado.
Desde 2010 se mantiene el 10 de noviembre como el Día de la Memoria, instituido por el gobierno de Patxi López en recuerdo de las víctimas del terrorismo. Lo cierto es que hasta ahora no se ha logrado la unidad política en torno a este tema. Para empezar, la fecha escogida no ayuda al haberse elegido por ser la única del calendario en el que ETA no provocó víctimas, sin tener presente al resto de terrorismos en torno al GAL y demás grupos paraestatales.
Pero si ya es grave que la fecha en cuestión marque una zanja entre unas víctimas y otras, dependiendo de donde salieron las balas y las bombas, ha surgido un nuevo frente precisamente porque Vox. PP+C’s y algunos colectivos de familiares de víctimas de ETA han exigido este año que se debe recordar solo a las víctimas de ETA sin mezclarlas con las víctimas de la violencia terrorista parapolicial, a las que se niegan a calificar de terroristas y tampoco a recordar; menos todavía a que se les pida perdón o se planteen posibles indemnizaciones, aunque se trate de crímenes de Estado con dinero público de todos, incluido el de estas víctimas. Las formas no dejan lugar a dudas en el caso del colectivo Covite de víctimas del terrorismo (de ETA) al considerar que el Día de la Memoria «se ha transformado en una pantomima a medida de los intereses de quienes justifican el terrorismo». Se les ha olvidado que la utilización política de cualquier terrorismo oculta que las víctimas son víctimas, no por el color de sus ideas, sino por su sufrimiento.
Y por si fuera poco, resulta casi imposible un diálogo sereno sobre las víctimas del terrorismo franquista perpetrado desde un gobierno ilegítimo e ilegal en forma de dictadura, con cientos de miles de víctimas, durante décadas, que encontró la reacción violenta en ETA; no hay que olvidarlo porque se quiere sacarlo del foco. Dicho todo lo anterior, no permitamos relatos mendaces que tergiversan no solo la historia, sino el dolor de las víctimas de todas las violencias políticas que hemos padecido.
Si en algo nos hemos equivocado gravemente y sigue sin estar entre las cosas a remediar a corto plazo, es no valorar lo suficiente, ni tampoco potenciar y esforzarnos más por atraer a amplios sectores sociales hacia lo que tiene que ver con el perdón y la reconciliación de manera aceptable por las víctimas que incluya, claro, la memoria de lo ocurrido. Al menos ponerles de ejemplo social a todas las personas que siendo sufridoras directas de la violencia, han perdonado, han pedido perdón e incluso se han prestado a participar unos y otros en experiencias de relatos compartidos como las de Grenclee. En esta iniciativa, tomaron parte tanto víctimas de ETA, como víctimas del GAL y de otros grupos similares; tal y como ellos relataron, «fueron con una mochila llena de carga y volvieron sin esta carga», más fuertes. Estas iniciativas de madurez humana y de convivencia, han sido boicoteadas a base de bien para que no se conviertan en ejemplo social de la deslegitimación de la violencia porque se chafaría el relato inmoral de parte que ahora vemos recrudecido, tal como señalábamos al comienzo de esta reflexión.
Nos hemos embarrado en el apoyo a la violencia de unos u otros, o en el reconocimiento expreso del daño causado, en lugar de en el apoyo radical a las víctimas por serlo. Seguimos enredados en quién hizo qué y debe pagarlo, sin afrontar algo todavía más básico: el apoyo real a todas las personas que sufrieron daños terribles que necesitan cerrar heridas sin sentirse identificados por su color o el de sus victimarios. A pesar de todo, mi esperanza es radical en el sentido de que, el mucho camino por delante se va a recorrer gracias a tantísimos esfuerzos en la buena dirección que van quebrando, poco a poco, los palos en las ruedas a los que no es ajena la indiferencia a la compasión.