Carlos Andrés Uranga
Por nadie previsto y por todos deseado
Cuando se presentó con rotundidad la crisis económica, se demostró que muchas de sus prácticas no habían hecho sino agravar las consecuencias. La estabilidad que la derecha navarra ofrecía en régimen de exclusividad de servicios no era tal, y se permitió el lujo de gobernar tres de los cuatro años presumiendo de una inacción que la sociedad no podía comprender.
El consenso público era evidente y provocó un cambio de gobierno histórico. Geroa Bai jugó un papel clave: permitió que la energía que posibilitó los cambios en 2015 no se difuminase en un desahogo tan satisfactorio como impotente.
Aunque aquel hartazgo contribuyó en gran medida a la llegada del gobierno de Uxue Barkos, su éxito jamás fue el desalojo de UPN. Esa bien pudo ser la recompensa de otras fuerzas que carecen de un proyecto para Navarra. Ya se cobraron su pieza.
Una fuerza que aspire a ser representativa no debe vincularse únicamente al recuerdo de un trauma, ya que este es pasajero y se define por la forma en que es recordado. Tan intenso como voluble.
Lejos de esto, el gobierno del cambio conectaba con otras raíces y respondía a una exigencia democrática profunda de una parte de la sociedad navarra que había sido ignorada en el despacho de los asuntos públicos. No era un artefacto casual, había densidad histórica.
La paradoja era evidente: a pesar de situarse en el corazón de Pamplona, reinaba el sentimiento de que se accedía a una institución extraña, vedada hasta hace poco. A pesar de las resistencias, se hicieron cosas. Sin caer en el forofismo, es objetivable que la vida de las y los navarros mejoró según criterios de justicia social y progreso. Es iluso pretender cambiar el mundo en cuatro años. Es más iluso todavía pretender cambiarlo desde una administración regional. Pero es innegable que se trabajó con una orientación definida. Desde aquí mi reconocimiento.
A nivel interno, los años de gobierno provocaron una sobriedad en las formas, dotaron a la organización de una mejor percepción de los límites de la realidad. Este conocimiento no puede ser desperdiciado: tiene un valor incalculable.
En esta época de aceleración exponencial, es fácil que el idealismo decaiga en favor del pragmatismo, que caigan en el olvido las motivaciones primigenias, las exigencias profundas que motivaron la construcción del espacio político, la misión histórica a la que se da continuidad y el escenario de futuro hacia el cual se desea orientar a la sociedad.
Aquella visión que se hacía evidente a los ojos de todos comienza a difuminarse dentro la pelea diaria y los motivos legítimos se confunden con los espurios. Esto no debería sorprender a nadie, ya que la lucha es el medio en el que se desenvuelve la política. Pero deben existir mecanismos de contrapeso.
Un espíritu de objetividad debe ser el que guíe esta transición y alimente su permanente cuestionamiento. Tan importante es el frente como la retaguardia.
Nuevas prácticas y nuevas tareas
El entorno no es sencillo, ya que las dimensiones subjetivas de los grupos humanos tienden a predominar sobre las dimensiones objetivas. Las diferencias doctrinales casi nunca son tales.
De modo que el reto que se nos plantea es el siguiente, ¿Cómo se cohesiona un grupo humano y se mantiene operativo? Tomando consciencia de su imperiosa necesidad. Recuperando esa misma noción de necesidad histórica que informó los primeros momentos.
A pesar de aquejar los rigores de la continua exposición pública, debemos alegrarnos porque la voluntad de unidad se ha mantenido. Según el profesor José Luis Villacañas, esa voluntad “nos da una idea de que hay algo más sustantivo que la circunstancialidad de las mayorías y las minorías, más profundo que las heridas que hayan producido en sus portadores las luchas del pasado”. La voluntad de unidad es un poderoso elemento disuasorio ante posibles conflagraciones, pero el problema de esa voluntad de unidad es que “solo emerge cuando los problemas han llegado a ese punto de gravedad en el que la decisión consciente detiene la escalada, y la domina para evitar el abismo”.
No puede ser usada alegremente. No se puede caminar todos los días cerca del abismo.
Nada es insignificante en política, los detalles y las prácticas moldean las relaciones personales, y dejan huella en la dimensión humana de las personas.
El imaginario de la época institucional ha sido útil, y ésta mejor percepción de los límites de la realidad debe ser aprovechada. Ha sido un aprendizaje necesario. Pero como cualquier organización con vocación de perdurar en el tiempo, del mismo modo que no puede vincularse únicamente al trauma, tampoco puede vincularse solo a la euforia.
La tarea es ardua y constante. Y tiene que estar presidida por un espíritu de objetividad. Este será nuestra ancla más firme al terreno.
La capacidad de escucha mantiene en forma el sentido de la realidad y nos aleja de las tentaciones de estrechamiento de la base social. No es el momento. Nunca fue el momento: ahora se nos abre el futuro.
Recomponer la brújula: dispositivos de inteligencia
Si bien la presencia institucional ha producido unos valiosos aprendizajes, no se ha aprovechado para generar dispositivos de inteligencia, esto es, elementos que permitan una toma de distancia con respecto a la imperiosa urgencia de los días, que nos ofrezcan una narrativa amigable del pasado reciente, un prisma común que ofrecer a la militancia para amarrar la siempre inestable dimensión subjetiva de la política. En definitiva, evitar una militancia sostenida en creencias. Trabajo de retaguardia.
Quien no esté dispuesto a ofrecer esta batalla de las ideas, debe prepararse para ser una fuerza testimonial. Así lo habrá querido.
La crisis originada por la pandemia no ha catalizado cambios drásticos, pero ha acelerado tendencias latentes. La urgencia de la “buena política” es ahora mayor si cabe.
La naturaleza de los problemas, cada vez más multidisciplinar y resueltos en instancias más elevadas, implica necesariamente la construcción de dispositivos de inteligencia, que se dediquen a esta ingente tarea de generación de unos marcos amables, de unos criterios estables en el tiempo que actúen como termómetro de lo justo cuando tengamos que enfrentar situaciones imprevistas.
Esto está íntimamente relacionado con la capacidad de ofrecer un programa convincente y reconocible, de diseñar y poner en marcha una agenda de cambios. Las recurrentes apelaciones a la formación de un Gobierno en la sombra no serán más que buenas intenciones si se carece de estas herramientas previas.
Derecho de reforma y afinidad electiva
La calificación de un periodo como cambio epocal no banal ni caprichosa. Responde al hecho de que operan de fondo tendencias de más largo recorrido que las que están al alcance de los gobernantes públicos y su obsolescencia programada.
La clave es que provocan una reasignación de los grupos humanos y de sus funciones sociales. Generan una gran inquietud entre los implicados, pero su diagnóstico es sencillo: solo hay que saber identificar al grupo humano al que le asiste el derecho de reforma.
Sostengo una tesis: ese derecho de reforma corresponde en Navarra a Geroa Bai. Existe una afinidad electiva entre los planteamientos de esta formación y una veta central de la sociedad navarra. Cuestiones como un fomento no intrusivo del vasquismo, una concepción pluralista de la sociedad y consciente de sus beneficios, una noción de la necesidad de servicios públicos fuertes, la idea de gradual de autogobierno como fuente de mejoras objetivas, un radar activado ante posibles cambios globales… todo ello informado por los referentes democráticos que aporta una organización centenaria.
Este derecho de reforma no es privativo de una organización: se justifica en base al consenso que es capaz de crear en torno a una noción de lo justo. Un sentido común navarro.
Reconozco que la tesis es atrevida, pero creo que el panorama me da la razón. Navarra Suma ha demostrado ser un matrimonio de conveniencia que sufre una terrible paradoja: es capaz de generar sinergias electorales, pero eso mismo es lo que le impide acceder al poder.
Coquetea con el populismo en la mayoría de sus propuestas y hace bandera del simplismo, por ejemplo, equiparando la mejor fiscalidad a la más baja, invitando a la sociedad navarra a deslizarse por el peligroso tobogán de la competencia fiscal, que no es más que la otra cara de la competencia en salarios y en derechos. El catecismo que recita hace tiempo que va a contracorriente de las democracias europeas occidentales. Ellos sabrán sus referentes.
Además, esta coalición vincula a UPN a dos partidos amortizados electoralmente en la España periférica, como se ha visto en Cataluña. Por un lado Cs, un partido que, pudiendo representar un liberalismo reformista, decidió empantanarse en la confrontación identitaria, único terreno en el que se encuentra cómodo. El PP, por su parte, acusa una llamativa falta de cuadros en las autonomías irredentas. Navarra no es una excepción.
El PSOE sigue surfeando la ola Sánchez. La evidencia es que Chivite solo tiene credibilidad en la medida en que se posiciona con el bloque del cambio. A nadie se le escapa que los elementos del tradicional pacto con UPN era meramente coyunturales, vinculados a trayectorias personales de poder y obedientes a directrices dictadas fuera de Navarra.
Su compromiso cuestionable con el autogobierno, siempre favorable a un estatus quo de incumplimiento sistemático, haciendo de elemento retardatorio de cualquier avance, arroja muchas dudas sobre su eslogan foralista.
Los años de dogmatismo pesan en EH Bildu, a pesar del esfuerzo que está haciendo por desvincularse de su pasado más reciente. Como todas las operaciones estéticas, hablan más de los deseos de olvidar un pasado que de la intención de proyectar un futuro. No obstante, está aprendiendo a interpretar la partitura que llega de Europa, y no siempre desafina.
En esta tesitura se requiere una corriente, un grupo humano, un movimiento cívico si se quiere -evitaré usar el término organización- que sea capaz de incorporar a las mejores cabezas del país, de escapar de la autorreferencialidad que aqueja a las organizaciones políticas, de entender los grandes retos a los que nos enfrentamos como sociedad a la vez que los explica de manera inteligible y lo más difícil, de conectar nuestro legado histórico político con las preocupaciones de una sociedad inevitablemente posmoderna. En definitiva, que sepa aflorar esa razón que la militancia sabe que lleva dentro.
Para ello es necesario contar con dispositivos de distanciamiento, ya que como no se conseguirá este objetivo es con una visión sesgada, apegada a lo meramente subjetivo y a la afirmación ciega de nuestros prejuicios. Existe una fuerza motora en la militancia de Geroa Bai, que comparte una imagen nítida de la tierra en la que quiere vivir los próximos años y que está deseando construirla si se le dan las herramientas necesarias. Además, cuenta con las mejores cabezas jóvenes que, entregados a una militancia política, cargan con la pesada tarea no solo de producir esperanza en ellos mismos, sino también de inspirarla en los demás.
Sirva esta carta como un humilde llamamiento a la necesidad de generar estas herramientas de inteligencia, que se han observado inherentes a cualquier poder estable. Un recordatorio a la delicadeza de la materia prima con la que trabaja la política: la voluntad humana y su deseo de proyectarse con esperanza al futuro.
El artículo está muy bien, recoge las luces y las sombras del gran cambio inaugurado por Uxue Barkos.
Si bien sus cuatro años no son suficientes, tienen cierta continuidad con el gobierno de Chivite.
La lucha de las ideas, la instalación de un relato constructivo y de cara al futuro, y el engranaje con sectores de la población navarra, es la asignatura pendiente.
Esperemos que el PNV y Geroa consoliden su alianza en diferentes espacios para que este proyecto consiga mayor fuste.