Gabriel Otalora
Una persona cercana me dice que para qué tanto escribir –y hablar– de temas éticos y del anhelado buen rollito, si lo que impera ahora es el vil metal y el sálvese quien pueda. Que esto de la ética y de los comportamientos humanizados son cosas que están muy bien pero como anacronismos propios de finales de siglo pasado. Que la ética sirvió durante un tiempo, sí, y es patrimonio de la humanidad en los libros de filosofía, pero luce más o menos como una catedral gótica del pasado, cuya contemplación nos procura goces estéticos, no prácticos. Aceptemos pues –me decía mi interlocutor– que las posibilidades de la ética y sus comportamientos, ya no sirven para transitar por esta sociedad cainita.
Entiendo el fondo de este desencanto porque la esperanza que nos acompañaba, se ha difuminado; algunos, la han perdido; o se la han robado: es inútil, parece, no podemos influir ni cambiar esta crisis de decadencia global. De lo que se trata ahora es de sobrevivir con fórmulas más pragmáticas y que se salve el que pueda.
Pero frente al abatimiento general, el verdadero sálvese quien pueda solo puede triunfar desde las conductas éticas, empezando con las personas cercanas en los sucesos cotidianos. Ellas nos proporcionan la oportunidad de desplegar una u otra actitud cuyos resultados, lo reconozcamos o no, van a influir no poco en ellas y en nosotros. Ante esta crisis que todo lo desvaloriza, la ética es más necesaria que nunca por la repercusión que nuestras actitudes (codicia, solidaridad, indiferencia) tienen en el resultado. Entre las reflexiones que nos dejó Freud, me gusta especialmente esta: «He sido un hombre afortunado: nada en la vida me fue fácil.» Y desde ahí la pregunta subsiguiente que nos plantea su confesión: ¿cómo superar la adversidad, tantas veces inevitable? No de cualquier manera, desde luego.
Todo lo bueno que existe, y es mucho más de lo que nuestros cansados ojos del corazón quieren ver, es gracias a los millones de comportamientos éticos que están tejiendo vida, ahora mismo, desplegando capacidades y esfuerzos, mientras otros la destejen a su favor egoísta, o eso creen. Fijémonos en la solidaridad silente pero transformadora que existe en estas fechas en forma de alimentos, acompañamiento, servicios de inclusión social, miles de personas voluntarias o profesionales comprometidos que mejoran la vida concreta también de miles de personas bien cerca nuestro ¿Por qué debemos unirnos a quienes deshacen, o comportarnos con indiferencia, ajenos a quienes trabajan por una sociedad mejor sin destrozar los derechos consolidados y las relaciones humanas gratificantes y solidarias?
Quien lee estas líneas es, de alguna manera, persona cercana. Y le recuerdo que, frente a la claudicación moral, los «muchos pocos» son los que generan los espacios de vida ética, es decir, de vida plena. Afrontar la realidad a favor de la dignidad humana no es inútil sino imprescindible para sobrevivir en esta sociedad. La ética, además de una parcela de la sabiduría (filosofía) que enseña el buen vivir de verdad, es una praxis que se apoya en la libertad que exige responsabilidad para lograrlo: el propio interés no debe lograrse a pesar del interés de los demás. Nuestra civilización lo viene enseñando desde los diálogos socráticos: el Gorgias busca superar el hedonismo y la ley del más fuerte; El banquete es un canto encendido al amor y a todo lo bueno. Y así sucesivamente hasta llegar a los libros del Nuevo Testamento, que redoblan la sabiduría que atesora la solidaridad indiscriminada.
Por tanto, la regla universal de hacer a los demás lo que te gustaría que te hagan, sigue siendo un axioma para no vivir como hienas. Esta regla la divulgó Confucio, la ejemplarizó Cristo y Kant le dio naturaleza científica («imperativo categórico»). Incluso en el siglo XX, que fue el más cruento de la Historia, hubo grandísimos ejemplos de heroicidad y ética en medio de las aberraciones de las dos Guerras Mundiales, los gulag soviéticos y los lager nazis.
Inmersos ahora en la enésima crisis, pandemia inimaginable incluida, ¿creemos de verdad que lo mejor para atajar las consecuencias de tanta inseguridad y zozobra es bajar los brazos y esforzarnos en sobrevivir a base de intentar «ser como ellos»? No; el camino, sobre todo en tiempos difíciles, es el que indica la antropóloga Margaret Mead: «Ayudar a alguien durante la dificultad es donde comienza la civilización». Y coincide plenamente con la verdadera Navidad.
Totalmente de acuerdo con usted. Y se agradecen las menciones a los clásicos. Hay que volver a ellos. Basta con leer a Platón, Aristoteles, San Agustín, Cicerón, el nuevo testamento,… para tomar conciencia de que la búsqueda de una vida plena pasa por una educación en las virtudes, en la ética, el amor al prójimo, la búsqueda de la verdad y el rechazo de la mentira, el engaño, el relativismo moral, el materialismo,…