Imanol Lizarralde
Una cuestión que hay que destacar de La línea invisible (serie que trata sobre la vida del dirigente de ETA Txabi Etxebarrieta a fines de los 60) es que responde a una de las lógicas del llamado “relato”. No hubiera sido posible sin el compromiso de poderes financieros y mediáticos, cuyo objetivo no es el económico habitual sino el de difundir una interesada perspectiva de la historia reciente del País Vasco. La próxima emisión de la serie Patria (basada en la novela de Fernando Aramburu) que trata un periodo posterior, completará el cuadro de un “relato”, que es, sin duda, el que los poderes del Estado español (y sus historiadores afines) pretenden imponer.
La serie tiene valores positivos pues recoge, por lo general de forma convincente, la época y su situación. Pretende explorar el aspecto más humano de ETA, tanto desde la perspectiva de sus militantes como de la policía como de las primeras víctimas de ETA (que son policías). En general, los actores/actrices realizan un buen trabajo, sobre todo, en mi opinión, el que representa a Txabi Etxebarrieta (Alex Monner), a su hermano José Antonio (Enric Auquer) y el de Melitón Manzanas (Antonio de la Torre): tienen gran naturalidad y parecen creíbles como vascos. Lo mejor que se puede decir de esta serie es que, al menos, nos muestra algunos elementos con los que se puede refutar su propio mensaje explícito. Veamos algunos ejemplos.
Nos ubicamos el momento en el que la organización ETA toma la decisión de matar. Dice al respecto Mariano Barroso, el director de La línea invisible: “las ideas se impusieron a las emociones. La mente sin mando es destructiva, en cambio, los sentimientos nos hacen vulnerables y nos unen. Gandhi decía que por una causa uno puede estar dispuesto a morir, pero nunca a matar” .
Estas palabras corroboran la experiencia de los totalitarismos que nos enseña que una ideología, que es una especie de lógica, cuando se sobrepone a los valores (que residen en los “sentimientos”) plantea una determinada racionalidad como podría ser la de la ejecución y la justificación sistemática del asesinato político. Sin embargo, esta declaración se contradice con la propia serie que sitúa tal responsabilidad en el personaje de El Inglés (Asier Etxeandia), basado en Julen Madariaga, supuesto inductor de la lucha armada, que profiere al protagonista Txabi que “las ideologías van y vienen, los sentimientos quedan, la identidad queda”. Son los “sentimientos” (generadores del supuesto nacionalismo radical de ETA) los que llevarían al asesinato.
¿Qué ideas fueron realmente las que indujeron a ETA (y a Txabi) a tomar la decisión de matar? La película nos muestra al Txabi poeta cuyos poemas son facilitados por el inspector Manzanas a una monja que deduce certeramente que su autor es ateo y marxista. Y junto con eso, se puede añadir, Txabi era existencialista, de la escuela de Jean Paul Sartre, según la cual “el hombre está condenado a ser libre”. Toda elección individual supondría la obligación de un “compromiso” con un sujeto revolucionario (en el caso de Sartre el Partido Comunista Francés, en el caso de Txabi ETA).
Sartre fue también el gran vindicador de “el sano principio de la violencia revolucionaria”. Un temprano militante de ETA recordaba el dicho sartreano de que “el burgués es aquel que tiene más miedo de matar que de morir” que podemos ligar a otro aserto del mismo autor, aparecido en una obra de Franz Fanon (teórico del anticolonialismo y autor de uno de los libros de cabecera de los militantes de ETA), “hay que matar: matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido”. El propio Txabi repetía a menudo: “no hay revolución sin sangre”. El principio marxista de “violencia revolucionaria” y el compromiso “existencial” (que abomina los frenos de la moralidad burguesa-cristiana), proveniente de las revoluciones del tercer mundo y que iba a extenderse a múltiples grupos armados europeos, conforman la ideología que, en el caso de Txabi y ETA, propugna el asesinato político. Más allá de algunas alusiones a Argelia y Cuba y al movimiento de mayo de 1968, esta serie elude la raíz real de la determinación violenta de ETA para remar a favor de la tesis del historiador del grupo de Foronda, Gorka Fernández Soldevilla, y asesor histórico de la película, en consonancia con lo que dice el personaje de El Inglés.
La invención inevitable a una obra de ficción siempre cuenta con la posibilidad de la fidelidad al espíritu de los hechos. Las conversaciones políticas son breves, demasiado vagas y se limitan a un recuento de eslóganes apresurados. La V Asamblea de ETA se nos muestra de forma claramente falseada. Los que entonces tomaron el poder (Txabi y su grupo) rompieron tanto con la cúpula oficial, la llamada “Oficina Política” como con los antiguos dirigentes de ETA, los denominados “culturalistas” que no aparecen más que por la distorsión de El Inglés (Julen Madariaga era marxista, no culturalista). No muestra el verdadero juego de poder: las dos últimas tendencias expulsan a la primera, y la tercera, al final, queda autoexcluida, al no querer aceptar la nueva definición marxista-leninista de ETA.
Dos pequeños apuntes :
1. La serie no muestra en su crudeza la violencia de originaria , «de carácter básico o fundamental, a la que corrientemente se denomina “violencia institucional”, y que está representada por los « 150 años de incomprensión del problema vasco» por parte del cesarismo jacobino franco-español, agudizado por los cuarenta años de despiadado antivasquismo del régimen franquista.»
2. Esa supuesta frase que dijo el » inglés»: “las
ideologías van y vienen, los sentimientos quedan, la identidad
queda”. Se puede entender que la violencia, en el caso de ETA, es consecuencia de la identidad vasca. Esto es absolutamente falso, a modo de ejemplo valga decir que en el «Fuero» vasco se puede » comprobar que las garantías judiciales —adelantándose, dicho sea de pase paso, en siglo y medio a la ley inglesa del Habeas Corpus— se fijan alegando no primeramente los derechos del acusado sino más bien las obligaciones o deberes de las instituciones judiciales en relación al acusado.»
Seguiremos comentando….
Como televidente para mí la serie tiene altibajos, empieza muy mal, el primer episodio no es muy diferente a otras pelis del «contencioso», sin vida y mortecinas y el episodio final es catástrofico. Entremedio la serie tiene virtudes y está bien comprobar que el mismo tío que mató casi por las buenas a un policía de tráfico era también profesor universitario de la rama cibernética.