Koldo San Sebastián bere blogean
Millones de personas lo han leído y es, sin duda, uno de los documentos clave del horror del Holocausto declarado por la Unesco como Memoria del Mundo. Tras leerlo, conociendo el desenlace, uno acaba sumido en una profunda desolación producto de un horror indescriptibe. El escritor católico francés Daniel Rop, en un prefacio al Diario, comienza con esta frase: «Acabo de volver la última página de este libro y no puedo contener mi emoción».
La primera vez que lo leí se titulaba «Las habitaciones de atrás», que era el titulo soñado por Ana para una novela sobre su experiencia. Luego, una hermana me pasó el Diario y descubrí que ya lo había leído. No importaba. Cada vez que lo leo siento lo mismo que la primera vez. Sensación que se repite (y acrecienta) cuando se visita la casa-museo de Ana Frank en Amsterdam (que cada año recibe un millón y medio de visitas).
Beigbeder señala por su parte que «probablemente existen libros más importantes que el Diario de Ana Frank para evocar el Holocausto: Si esto es un hombre de Primno Levi, el guión de la película Shoa, de Claude Lanzmann, los testimonios de David Rousset, Jorge Semprún y Robert Antelme, pero ninguno alcanza la carga emocional de este cuaderno íntimo redactado por una adolescente escondada en el número 263 de Prinsegract, en Amsterdam, bajo la ocucación alemana».
Ana Frank era una de cientos de miles de niños judíos que murieron en el Holocausto. Nació en Frankfurt, Alemania en 1929, y huyó con su familia a Holanda después de la toma del poder por los nazis en 1933.
Los alemanes ocuparon Ámsterdam en mayo de 1940. En julio de 1942, cuando Alemania empezó la deportación de los judíos de Holanda a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau y Sobibor en la Polonia ocupada, Ana y su familia se escondieron con cuatro personas más, todos judíos. Por dos años, vivieron en un desván secreto atrás de la oficina de un negocio en la calle Prinsengracht No. 263. Amigos de la familia contrabandeaban comida y ropa para ellos, con gran riesgo a sus propias vidas.
El paso a la clandestinidad de los Frank llegó el 5 de julio de 1942. Era un domingo habitual, salvo porque a eso de las tres de la tarde, llamaron a la puerta. Cuando Edith abrió, vio al cartero. Venía a entregarles una citación dirigida a Margot. La niña tenía dieciséis años y querían que se presentara en la Central del Servicio Obligatorio de Trabajo en Alemania para ser trasladada al campo de concentración de Westerbork.
El diario
Con muy pocas tareas que hacer en el escondite, Ana se volcó en su diario. Primero, como desahogo con una amiga, pero poco a poco desarrolló una voluntad de estilo, manifestando cualidades literarias. Ana dejó constancia de todo: las reflexiones sobre la relación conflictiva con su madre, la cada vez más complicada convivencia con los otros escondidos, sus miedos, el terror nocturno por las alarmas antiaéreas que le hacía ir a buscar refugio a la cama de sus padres. Hay pasajes en los que logra expresar ideas tan profundas que aún hoy en día son usadas de modo reivindicativo.
Para Beigbeder, «toda la fuerza de este documento radica precisamente en eso: Ana Frank es una adolescente como cualquier otra, que le escribe a una amiga imaginaria llamada Kitty, para desahogar sus anhelos (el princpio de un idilio con su vecino Peter Van Pels), sus sueños de gloria hollywoodense, lo harta que está de su madre y de su hermana Margot«.
El 4 de agosto de 1944 los Frank fueron delatados y conducidos al campo de concentración de Auschwitz. Las mujeres y las niñas fueron separadas de Otto, el padre, quien terminaría por ser el único familiar superviviente. Ana y su hermana Margot murieron de tifus pocas semanas antes de la liberación del campo. Ana cumplió su sueño de convertirse en una escritora famosa. Eso sí, a título póstumo. de su «Diario» se han vendido 110 millones de ejemplares.