Koldo San Sebastian bere blogean
Nací y me crié en medio de una guerra fría. La guerra fue tan larga (y sangrienta) que hizo posible que corrieran ríos de tinta (me refiero a la creativa) y celuloide. Hay películas con las que sigo disfrutando, como Un, dos, tres, de Billy Wilder, o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick. Mención aparte merece Doctor Zhivago por la personalidad del autor de la novela (Boris Pasternak). La únicas piezas literarias que recuerdo haber leído tienen que ver con espías. Por ejemplo a John Le Carré (El espía que surgió del frio).
Conocíamos poco del mundo soviético, por dentro y contado por rusos. Curiosamente, contábamos con la referencia fundacional escrita por John Reed, un periodista norteamericano y militante comunista (Diez días que estremecieron al mundo). Entonces llegó Alexadr Solzhenitzyn.
El primer libro que leí de Solzhenitzyn fue Un día en la vida de Ivan Dnisovich. En él describía las terribles condiciones de los presos en los campos de trabajo (GULAGs) estalinistas. El autor sabía de lo que hablaba: había pasado cuatro años en uno de ellos. Fue condenado por haber escrito contra Stalin sin nombrarlo. Confieso que el libro me impresionó, por el tema que trataba y cómo lo hacía. Pero, aún faltaba Archipiélago GULAG, un retrato devastador para el comunismo soviético.
Archipiélago GULAG ocupa el décimo quinto lugar en el inventario de los lectores de Le Monde y clientes franceses de la FNAC. Se presentaba como «ensayo de investigación literaia», y es una bora abrumadora de 476 páginas. Beigbeder es bastante rotundo: «Quisiera ser muy claro: este reportaje en directo desde el infierno es uno de los libros más insoportables que jamás he leído, y eso que sólo Dios sabe cuántos libros he llegado a leer (…) En general me encanta lo insoportable cuando se trata de ficción. Por desgracia todo lo que cuenta Solzhenitzyn es verdad: las torturas psicológicas y mentales, los trabajos forzados, los castigos el hambre, el frío siberiano (o los escupitajos que se hielan antes de llegar al suelo a temperaturas de 50 grados bajo cero), las tentativas de rebelión reprimidas con implacable violencia».
A Boris Pasternak -que se había librado de un GULAG de milagro- le fue concedido el Premio Nobel de Literatura de 1958, pero tras una primera aceptación, presionado por la KGB se vio obligado a renunciar al galardon. Murió dos años más tarde. Quién sí lo recogió fue Solzhenitzyn que había sido expulsado de la Unión Soviética en 1969 y premiado en 1970.