Iñaki Anasagasti bere blogean
“¡Ha fallecido el Lehendakari!”. ”¿Qué”?. ”¡Que el Lehendakari Aguirre ha fallecido en Paris!”. ”No puede ser. No puede ser. No puede ser. No puede ser”. Fue el 22 de marzo de 1960. Tenía 56 años. Era la máxima referencia institucional de un pueblo derrotado en una guerra internacional. Un pueblo perseguido, machacado, encarcelado, sin su idioma, con presos, exiliados, y soportando medios de comunicación únicos y manipulados. ”No puede ser, no puede ser, no puede ser”. A tres generaciones se les abrió el suelo bajo sus pies. A la derrota se le añadía la pérdida de la cálida referencia política y familiar que les decía que ganarían y que él volvería a Gernika a rendir cuentas. Por eso aquella noticia se vivió como una tragedia colectiva y sobre todo personal.
Juan de Ajuriaguerra se movió con celeridad. Habló con el Consejero de ANV Gonzalo Nardiz, convocaron Consejo de gobierno y eligieron a D. Jesús M. de Leizaola como segundo Lehendakari de la historia vasca. Un donostiarra que tenía toda la enciclopedia en su ordenada cabeza y que había sido secretario de la Diputación de Gipuzkoa, Jefe de Hacienda del Ayuntamiento de Bilbao, diputado en el Congreso, creador de la Universidad Vasca, Consejero de Justicia y Cultura y el hombre que estuvo, con Santiago Aznar y Juan de Astigarrabia, en la caída de Bilbao. El periodista del Times, lo describía así:
“Sería difícil exagerar el valor y la sangre fría de Leizaola aquella noche. No era él, como el resto de nosotros, un hombre de guerra o un hombre que amara el peligro. En el fondo de su corazón detestaba la guerra; a nosotros nos gustaba, o al menos, la aceptábamos. Los rasgos simples alargados de su rostro, la tez oscura, sus ojos melancólicos, de mirada fija y sincera, todo en él era sobrio, poco militar. Siempre llevaba una boina oscura. Tenía aire de león. Dominaba a la gente”.
Aquel hombre que dominaba la escena como Gary Cooper en las películas, sobrio, discreto y que imponía respeto por su figura coronada por un elegante sombrero fue el protagonista de la triste fotografía jurando, no en, Gernika sino bajo un paraguas y ante el féretro de su amigo en el cementerio de Donibane Lohitzun, que vemos en este espacio. Las gotas de lluvia chocando contra la tela de los paraguas circundantes eran como el tamborileo solemne de una escena irrepetible. ”Ante ti, José Antonio de Aguirre y Lekube, presidente que el pueblo vasco eligió al constituirse el Gobierno de Euzkadi. Conforme a los acuerdos del mismo Gobierno y de las organizaciones políticas y sindicales democráticas del país, que han sostenido la causa de éste en la guerra y en la postguerra, en la patria y en el exilio, juro consagrarme a las tareas de la liberación hasta que el pueblo vasco libre pueda elegir a las autoridades legítimas, asumo las funciones que te fueron encomendadas como presidente, las cuales, poniendo sin reserva mi voluntad y esfuerzo, cumpliré siguiendo tus enseñanzas y tu ejemplo, y seré fiel a ellas y al pueblo vasco como hasta la muerte lo has sido tú con tanta ejemplaridad y celo”.
Pocas palabras para seguir manteniendo en lo más alto del mástil la ikurriña y la institucionalidad vasca, algo que cumplió hasta el final regresando del exilio hace cuarenta años un 15 de diciembre de 1979 con todo lo que aquello supuso de cumplimiento democrático y de respeto al pasado tras haberse aprobado en referéndum el segundo estatuto de la historia, el de Gernika, hacía un mes, el 25 de Octubre de 1979.
Tras la usurpación, por una dictadura apoyada por la debilidad francesa, de la Delegación Vasca de la Av. Marceau, las puertas de la rue Singer en Paris estaban abiertas para todos, hasta para los que le pusieron una bomba. Aquella Delegación era una colmena activa, aunque silenciosa, viviendo con la llama encendida a costa del sacrificio de muchos compatriotas, especialmente de la colectividad vasca de Venezuela que mantuvo económicamente el gobierno en el exilio. Editaban la mensual Euzko Deya, cantera informativa incomparable, el Boletín de noticias O.P.E (Oficina de prensa Euzkadi), en más de 7.000 números, ejemplares que cada uno pasaba por las manos de Leizaola, que anotaba, corregía, aprobaba, lo mismo los informes de escucha de la Radio Euzkadi clandestina que funcionaba en Venezuela.
Se mantuvo comunicación epistolar con todas las Delegaciones Vascas esparcidas por el mundo, con el mundo republicano en el exilio, con los catalanes y gallegos, visitó más de una vez aquellos países donde había vascos que habían llegado refugiados, informó y gestionó ante los gobiernos de Londres, Washington y Paris, logró en Roma y en el Vaticano que el juicio de Burgos fuera a puerta abierta, participó en reuniones de todo tipo, congresos y asambleas europeístas y de demócratas cristianos, invitado a veces a sentarse en la mesa presidencial, contactó con la Cruz Roja Internacional, Amnesty International, Unión Parlamentaria Internacional y la de Juristas en favor de los presos detenidos en estados de excepción de la dictadura como miembros de ETA y firmaba avales ante las autoridades de París a refugiados, renovación de documentación, liberación de detenidos. Escribía libros de economía o sobre poesía y sobre el mar vasco que le gustaba porque decía que la política era estar sobre un gran lanchón, nunca pisando tierra firme. En 1974, pasó clandestinamente y bajo el Árbol de Gernika, pronunció unas palabras animando a la juventud a seguir con la lucha constatando que la dictadura estaba a punto de fenecer como así fue.
Me tocó en nombre del EBB organizar su viaje de vuelta y lo hice junto a Begoña Ezpeleta. Fletamos un avión de Aviaco, el Francisco de Orellana, un DC9 estrenado hacía un mes, para darle a la bienvenida la solemnidad de quien venía desde el túnel del tiempo. Lo hicimos con el avión lleno de periodistas y tres de sus hijas, Begoña, Arantza y Estibaliz. Cuando estuvimos en la vertical de la muga, el comandante saludó al Lehendakari y le dijo respetuosamente que estaba en casa y nos ofrecía un sorbito de champán. Fue un momento mágico. La recepción en Sondica fue de una emoción inenarrable. Allí estaban sus gudaris, sus colaboradores y gentes de todos los partidos en su trayecto del aeropuerto a un atiborrado San Mamés pues con él volvía también el Lehendakari Aguirre y tantos caídos en el camino, personas honradas, modelos de probidad, compañeros leales, ejemplos de tolerancia y cooperación. Alberto de Onaindia recordaba lo que una madre le había dicho al Lehendakari. ”Presidente, soy madre de dos gudaris muertos en el frente de guerra. Siga usted trabajando. Se lo pide una madre. ¿Quién soy yo?. La mujer que cuando usted vuelva a Euzkadi, le esperará emocionada y le saludará en Euzkadi”.
Tarradellas, que había suprimido el gobierno catalán en el exilio, antes de llegar a Catalunya viajó a Madrid a negociar su puesto con Suárez. Leizaola volvía presidiendo un gobierno en el exilio, directamente a tierra vasca, a rendir cuentas y a traspasar su poder simbólico al presidente del Consejo General Vasco, Carlos Garaikoetxea, como así fue al día siguiente en Gernika. Un acto que demostraba que la legitimidad de los poderes vascos no provenía de Constitución alguna sino de la voluntad mayoritaria del pueblo. Era el pasado que volvía a hacerse futuro. Cuando algunos quieren llevarnos por caminos insondables, conviene recordar esta historia, que marca la forma de proceder del nacionalismo institucional vasco, fundamentalmente del EAJ-PNV. Ante esta historia de gente decente, ¿qué quieren que les diga?. Pues que me siento orgulloso de ella .Aguirre y Leizaola y toda aquella magnífica generación fueron un lujo para Euzkadi. Dos Quijotes o dos caballeros del ideal que creían en valores más sólidos y más estables que el confort, el dinero o el espectáculo social. Vivieron humildemente con dignidad y volvieron a rendir cuentas y a diluirse en una historia que desgraciadamente hoy no la cuenta casi nadie. Pronto me da que seremos un árbol con las raíces al aire. Siendo Joxe Joan González de Txabarri Diputado General de Gipuzkoa le encargó al artista azkoitiarra Sebas Larrañaga una escultura del Lehendakari que Odón Elorza se negó a colocarla en la calle que lleva su nombre en la Zurriola. Bueno sería que aquel trabajo se colocara mirando al mar de los vascos y no estuviera escondida en el salón del trono de la Diputación para que las nuevas generaciones supieran que aquel donostiarra mantuvo la cadena sin romperse, cumplió con su deber y hace cuarenta años volvió del exilio.