Ernesto Unzurrunzaga
D. El nacionalismo una ideología monstruosa: tribalismo, supremacismo, racismo, narcisismo, origen de guerras y violencia.
Los reproches de insolidaridad o de falsificación de la historia pueden tener algún fundamento y ser discutidos como se ha hecho en páginas anteriores, pero a medida que ha ido subiendo la temperatura de la cuestión catalana se ha elevado también la agresividad del nacionalismo español que con el apoyo de escritores e intelectuales y a través de sus potentes terminales culturales y mediáticos ha tratado de desacreditar la demanda de los nacionalismos periféricos arremetiendo contra ellos no con argumentos razonados sino, cada vez más, con insultos y calificativos hirientes: el nacionalismo sería una ideología “monstruosa”(Vargas Llosa); “el nacionalismo es la peor de todas las pestes”(Alfonso Guerra); una ideología generadora de guerra y violencia (“el nacionalismo es la guerra” Manuel Vals); Una ideología basada en el narcisismo, racista, aldeana, “propia de descerebrados” (J. Cercas); una ideología supremacista, (J. Cercas, Gonzalez, Torreblanca) etc, etc…
No es así. La ideología que inspira a los nacionalismos periféricos es la misma que anima a los Estados nación ya existentes, en ambos casos se trata de un colectivo de personas que comparten un sentimiento de pertenencia a una comunidad y desea autogobernarse, decidir entre ellos, directamente, o a través de sus instituciones representativas sobre los asuntos que les conciernen, y que personas ajenas al colectivo, no les impongan desde el exterior un proyecto que no es el suyo. Es una ideología que defiende el mayor protagonismo de ese colectivo que constituye la nación y su reconocimiento como sujeto político, en pie de igualdad, por el resto de las naciones. No se pretende ser más que los demás pero tampoco menos. (porque “nadie es más que nadie”). El principio de autogobierno es lo esencial y lo que comparten y defienden todos los nacionalismos.
El sentimiento nacionalista es en buena medida natural. Nuestra empatía es mayor hacia las personas que nos son más cercanas culturalmente, geográficamente o étnicamente y nuestra inclinación natural es a sentir más compasión hacia personas desfavorecidas que pertenecen a nuestra propia comunidad que por los niños de África, víctimas de la guerra y del hambre, sin escuelas ni atención sanitaria, aunque reconozcamos que éstos necesitan más ayuda.
Volviendo a las sentencias de nuestros intelectuales, esa afirmación de que el “nacionalismo es la peor de las pestes” la hizo Alfonso Guerra en una Conferencia pronunciada en Sevilla (Eldiario.es 21/05/2018) donde comenzaba haciendo suyas estas palabras de Indalecio Prieto “A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más español. Siento a España dentro de mi corazón, y la llevo hasta en el tuétano mismo de mis huesos. Todas mis luchas todos mis entusiasmos, todas mis energías derrochadas con prodigalidad que quebrantó mi salud los he consagrado a España. No pongo por encima de este amor a la patria sino otro más sagrado: el de la justicia”. Estas palabras de gran lirismo revelan un profundo sentimiento patriótico (o nacionalista español) por parte de A. Guerra, del mismo hombre que se vanagloriaba de cepillar en las Cortes el proyecto de Reforma del Estatuto catalán, y son respetables, pero ¿qué ocurriría si en ese párrafo sustituimos las palabras “español” y “España” por “catalán” y “Cataluña”? que, probablemente, entonces, esas palabras dejarían de ser respetables para convertirse en “la peor de las pestes”, lo que a nuestro modo de ver, revela un déficit del sentimiento de empatía, una incapacidad para ponerse en el lugar del otro y darse cuenta de que, ese otro, puede sentir lo mismo que yo pero relativo a su propio país y que ese sentimiento merece el mismo respeto .
Mario Vargas Llosa, escritor célebre y premio Nobel de Literatura ha sido también utilizado o ha prestado su pluma y oratoria con entusiasmo a la campaña nacionalista española (utilizo en todo el texto el término nacionalista sin darle un sentido peyorativo). En una intervención ante una gran manifestación por la unidad de España celebrada en Barcelona por Societat Civil Catalana (8-10-2017) decía ”… es verdad que la pasión puede ser generosa y altruista cuando inspira la lucha contra la pobreza y el paro. Pero la pasión puede ser también destructiva y feroz cuando la mueven el fanatismo y el racismo”, “el nacionalismo es la peor de todas las pasiones”. «La pasión nacionalista es la que ha causado más daños en la historia”, «El nacionalismo ha llenado la historia de Europa, del mundo y de España, de guerras, de sangre y de cadáveres». “Desde hace tiempo el nacionalismo está causando estragos también en Cataluña. Estamos aquí para pararlo”
En su discurso-mitin Mario hace una descalificación tremenda (tremendista) del nacionalismo en general, un término polisémico de significados muy diversos, para desembocar en el nacionalismo concreto de Cataluña. Da una visión parcial y, a mi juicio, equivocada de esa ideología porque si bien, como dice, un determinado nacionalismo ha estado en el origen de guerras y violencias como el nazismo durante la II Guerra Mundial, otros nacionalismos, en cambio, han inspirado a multitud de movimientos de emancipación y de descolonización de países oprimidos de Asia y Africa y en general el nacionalismo puede asociarse tanto a corrientes políticas de derecha como de izquierda y a estrategias violentas y pacifistas como, por ejemplo, la lucha por la independencia de India con Gandhi.
Podríamos extendernos en el análisis de estas afirmaciones pero vayamos a lo que nos interesa. Este alegato antinacionalista lo hace MVLl ante una multitud inmensa de personas que ondean banderas rojigualdas y portan carteles que proclaman que “Cataluña es España”, mientras gritan “Puigdemont a prisión”. No es creíble que el orador que clama contra el nacionalismo “monstruoso” no perciba que el público al que se dirige es una masa “apasionada” de nacionalistas españoles, un público que reclama la españolidad de Cataluña, aunque sea en contra de la voluntad de una mayoría de sus ciudadanos. Pero no es a ellos, a los nacionalistas-unionistas, a los que van dirigidos los denuestos y descalificaciones, sino a sus adversarios los nacionalistas-catalanistas. Puede aceptarse que ese sentimiento que considera a Cataluña parte inseparable de España sea algo legítimo y respetable pero ¿por qué no tiene la misma legitimidad y respetabilidad el sentimiento de los catalanes que no se sienten españoles y que desean la separación y un gobierno independiente, y por qué el orador los descalifica de forma tan brutal e injusta? ¿Existe, como ha teorizado el expresidente de Gobierno José María Aznar, un nacionalismo bueno que él llama sano patriotismo y un nacionalismo malo, el de los otros, al que se estigmatiza? Es una pregunta retórica, porque para cualquier observador imparcial existen en la península varios demos pero solo uno tiene la cobertura constitucional y un Estado para protegerlo y preservar su hegemonía.
Otra argumentación para desacreditar al nacionalismo periférico y negar validez a sus reivindicaciones ha sido la de calificar a éste de supremacista y de racista y a los nacionalistas catalanes de narcisistas sin remedio. En esta línea han destacado políticos (Guerra, Gonzalez, Ibarra), intelectuales (F. Savater), o escritores (J. Cercas, Vargas Llosa) que se han prodigado en los medios, principalmente en la prensa escrita (El Pais, el Mundo etc.). Felipe González es una de esas personalidades que no ha tenido empacho alguno en utilizar esta palabra “supremacista” para referirse a los independentistas catalanes, aunque ha añadido que “no es (un) supremacismo tan explícito como el de Donald Trump”. El que fue líder socialista afirma que el independentismo exhibe la idea según la cual “si no nos lo impidieran, seríamos los mejores”, una tesis que demostraría este sesgo supremacista. Al parecer querer hacer las cosas sin pasar por Madrid y querer hacerlas mejor sería ser supremacista
La línea seguida por la mayoría de esos intelectuales críticos ha sido la de basarse en alguna o algunas intervenciones desafortunadas de algún dirigente para desacreditar a todo el movimiento independentista catalán asociándolo a los grupos extremistas y populistas europeos, al Frente Nacional de Le Pen, o a los gobiernos euroescépticos y xenófobos de países del Este. En nuestra opinión es una fake news, una noticia falsa y despreciable que se intenta propagar para influir en la opinión pública española e internacional.
El término supremacismo procede de EEUU de contextos alejados de nuestra realidad, designa a los miembros WASP, de esa sociedad, es decir varones blancos, anglosajones y protestantes que se sentían o se sienten superiores al resto de ciudadanos, es una corriente de ultraderecha vinculada a las ideologías racistas que defienden la dominación del hombre blanco sobre el resto de las etnias. El supremacismo blanco es especialmente activo en algunas zonas de Estados Unidos y también se da en sociedades europeas, en el seno de grupos extremistas y populistas que difunden un discurso xenófobo y antieuropeo, articulados de manera más o menos pública en organizaciones reaccionarias, contrarias al modelo de sociedad abierta y multicultural.
Los nacionalismos periféricos no tienen nada que ver con eso. El independentismo no propugna que los catalanes sean superiores a los españoles, lo que defiende es la creación de un Estado catalán independiente, basado en la igualdad y en los derechos de ciudadanía, y no en la superioridad de ninguna supuesta etnia. No es cierto que haya en el movimiento nacionalista catalán, ni tampoco en el vasco un componente xenófobo. No ha habido, ni podría haber, una política de discriminación en razón del origen nacional en las políticas de la actual Administración autonómica y, de haber alguna, habrá sido de discriminación positiva, de integración, hacia personas que en razón a sus circunstancias vitales se encuentran particularmente necesitadas de apoyo social. Tampoco en la opinión pública catalana (ni en la vasca) han tenido al más mínimo arraigo los discursos contra la emigración, ni hay noticia de que en los programas de partidos políticos nacionalistas catalanes o vascos, ni de derecha o de izquierda se propongan medidas racistas o xenófobas. Ni el nacionalismo catalán ni el vasco son nacionalismos étnicos o etnicistas sino nacionalismos cívicos.
Creo que con el supuesto supremacismo catalán o vasco sucede lo que a veces pasa con algunos delitos de odio, que al que protesta pacíficamente se le presenta como victimario, cuando es en realidad la víctima y es que el término supremacismo cuadra como anillo al dedo con el comportamiento hegemónico del nacional-constitucionalismo español con respecto a los nacionalismos periféricos.
La expresión más clara de ese supremacismo es que en tiempos normales el nacional constitucionalismo español no necesita ganar las elecciones en el País Vasco y Cataluña para controlar desde Madrid el autogobierno autonómico y, en caso de crisis constitucional como la que se ha vivido recientemente en Cataluña dispone de un verdadero arsenal para reducir sin contemplaciones cualquier desafío al statu quo que le otorga una clara supremacía en la jerarquía de la distribución territorial del poder .
Ese hegemonismo (o supremacismo) está respaldado de forma nítida por la CE que, en su artículo segundo, dice de ella misma, que se fundamenta en la “indisoluble unidad de la Nación (con mayúsculas) española, patria común e indivisible de todos los españoles” y “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran”. Se establece de este modo una clara jerarquía entre, por un lado, la “Nación española” cuya existencia se da por supuesta y, por otra, las “nacionalidades y regiones” a las que la primera reconoce el derecho a la autonomía, lo que deja claro que son entidades de rango inferior y subordinadas a la Nación española.
Un conjunto de instituciones y disposiciones contempladas en la misma CE garantizan y aseguran el respeto a esta jerarquía. En caso de conflicto entre los dos niveles el nacional constitucionalismo puede imponer su criterio a las instituciones conflictivas autonómicas a través del Tribunal Constitucional, cuya configuración controla. En caso de crisis puede activar disposiciones coercitivas como la suspensión de la autonomía, puede ejercer el monopolio de la violencia a través de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, emplear la Justicia para neutralizar a los insumisos como de hecho se ha hecho en el caso de Cataluña y que ha permitido que la ex Vicepresidenta se jactara diciendo: ¿Quién ha hecho que, hoy por hoy, ERC, Junts per Catalalunya y el resto de independentistas no tengan lideres porque están descabezados?. Cuenta, además, con el apoyo de otras instituciones como la monarquía, la jerarquía eclesiástica, los medios de comunicación y, lamentablemente, de un sector muy amplio de la opinión pública española. En última instancia, aún dispondrían, en la reserva, al Ejército, columna vertebral de la nación tal como se nos enseñaba en la escuela franquista, al que por supuesto la Constitución en su Artículo 8 le encomienda entre otras cosas la “defensa de la integridad territorial”.
Quizás no haga falta darle tantas vueltas. Las ideologías nacionalistas exacerbadas imponen sus arquetipos y su identidad y no respetan aquellos y aquella libremente elegidos.
Imaginen ustedes que a un niño TransGender, uno solo, llega a la escuela obligatoria y se le dice que él no es «TransGender» que debe ser «Hetero».
¿Se imaginan la que organizarían entre la Masonería y el Lobby del Género?
Pues bien, hay millones de niños en entornos nacionalistas periféricos –la mayoría– a los que se niega sistemáticamente el derecho a su identidad y la de su familia.
No solo, en Cataluña, la propia Generalitat, –en su inmenso cinismo–, reconoce que los niños en cuya casa se habla español (3.3 millones de residentes lo declaran) tienen el doble de fracaso escolar que los que hablan catalán en casa (1.9 Millones lo declaran)
Incontrovertible. Niños Anna Frank que nunca lo olvidan y por eso dicen lo de «Oye, no me hables en euskera que ya no estamos en el colegio». Interesantísimo preguntarles por qué lo dicen.
Sobra el resto de argumentos aunque también podemos recurrir a ellos con muy buenas razones.
Primero la Libertad Personal. Luego el resto incluyendo el amor a lo propio.
Saludos
Tranquilo Manolo, lo mejor que nos puede pasar es que la independencia llegue a feliz término tambien aquí no solo en Catalunya.
Contando eso sí con que los aberrriberrianos se apunten al asunto con o sin teorías de Arizmendiarrieta y Paco Garmendia y se olviden un poco de DIos incluso.
Observa sino lo que pasa cuando Spain se pone borde con el asunto económico…
» Como resultado del boicot a los supermercado españoles, BON PREU abrirá 20 nuevas instalaciones comerciales.
Recuerden, marco mental catalán…
El Grupo Bonpreu prevé abrir 20 nuevas instalaciones durante el segundo semestre de 2018, en concreto 7 supermercados Bonpreu y Esclat, 9 gasolineras EsclatOil y 4 puntos de recogida de compra en línea.
En un comunicado, la empresa ha informado de que las aperturas supondrán una inversión de más de 78 millones de euros y generarán 450 puestos de trabajo.
Los 5 nuevos supermercados Esclat se ubicarán en los municipios gerundenses de Castelló d’Empúries, Tossa de Mar y Lloret de Mar, en la ciudad de Girona, y en Sant Cugat del Vallès (Barcelona); y los 2 supermercados Bonpreu en Barcelona y El Masnou (Barcelona).
Las 9 gasolineras que el grupo abrirá en el segundo semestre entrarán en funcionamiento en las localidades barcelonesas de Vilanova del Vallès, Lliçà d’Amunt, Sant Cugat del Vallès y Mollet del Vallès; Ulldecona y El Vendrell (Tarragona); Tàrrega (Lleida) y Castelló d’Empúries (Girona) y Girona ciudad.
Por último, como medida para «impulsar el servicio de compra online», se ampliarán los puntos de venta en los municipios de Mollet de Vallès, Castellbisbal y Sant Cugat del Vallès, en Barcelona, y en El Vendrell (Tarragona).
Actualmente, el Grupo Bonpreu emplea a 6.700 personas y dispone de 177 establecimientos, entre Bonpreu y Esclat, 44 gasolineras y 11 puntos de recogida de venta en línea, que la compañía espera ir ampliando progresivamente.»
Qué te parece, hasta Anna Frank estaría contenta con ello, no lo niegues
…mirri , aurrera …
Manu, hay un nacionalismo extremista español empeñado en construir un relato desintegrador de lo vasco, el de una identidad construida en el rechazo al diferente. Sin negar que entre nosotros la exclusión del diferente ha existido, hay que aclarar que esta ha tenido que ver más con las “nuevas” ideologías que con las ideas basadas en nuestra cultura tradicional.
Gracias al pensamiento propio el grado de integración de los habitantes en nuestras ciudades ha sido espectacular, tanto en de las grandes urbes tipo Bilbo, como en las aldeas poco pobladas estilo Atiega. Todos se sienten vecinos (bizilagun) y auzokides orgullosos, son participes y defensores de sus pueblos. Se sigue en la senda de la teoría de Dn. Manuel Lekuona:
“Para que Euskalerría fuera Pueblo, nos unió más la vecindad que el parentesco mismo…”
Otros como Txillardegi, alguna vez mencionado por ti, en 1960 ya criticaban al PNV diciendo que no daba la importancia debida a la exclusividad que debía tener el Euskera, acusándole de pretender una especie de Katanga Belga. Para él, lo único que nos hacia euskaldunes era el euskara.
Otros sin embargo creyeron que ser euskaldun, (eskualdun (esku para los vascos además de mano es sinónimo de hacer), sin renunciar a la complementariedad del euskera, era tanto o más que una forma de ser una forma de hacer. Esta última teoría, creo yo, es la base del triunfo de la vecindad vasca.
Frente a los que creen que no hay nada más allá de la constitución española o de la independencia socialista, los vascos siguen apoyando a los que defienden la Auzokidetza y la Herrigintza.