Joxan Rekondo
Tras su disolución, ETA quiere poner de manifiesto el poder de su relato, con la pretensión de dar sentido a su ‘bietan jarrai’ político-militar. Puede entenderse que, a través de su legado, la que era vanguardia armada del MLNV ha venido a instar a la izquierda abertzale a que mantenga intacta la cadena de transmisión de su causa revolucionaria.
En este marco de reafirmación de su larga trayectoria, y contrariamente a lo demandado por la mayoría social vasca, la organización terrorista no ha renegado de los daños y calamidades que ha causado. Por eso, más allá de esa profunda huella de dramas y sufrimiento que ha dejado, los que queremos contribuir a la deslegitimación de su violencia estamos obligados a la revisión crítica de toda su completa trayectoria, comenzando desde el examen de las circunstancias bajo las que se produjo el surgimiento de ETA (1958).
Colocados en ese punto, nos hemos preguntado si la evolución que siguió a la crisis del Eusko Gaztedi de finales de los 50 del siglo XX llevaba ya en germen la ETA que buscó combinar el crimen y la política. Tras su fundación por miembros del grupo conocido como Ekin, la nueva organización se distanció paulatinamente y no tardó en ignorar la autoridad del Gobierno en el exilio, que representaba la legitimidad vasca y, como veremos, era la institución que encarnaba la auténtica alternativa democrática ante el régimen dictatorial.
Agirre: “evitar la violencia que divide y destruye”. Ante la dictadura franquista, la legitimidad vasca se sostenía en un sólido eje definido por dos acontecimientos que constituían la llamada Unión vasca: la instauración del Gobierno en Gernika (1936) y el pacto de Baiona (1945), con los que se identificaban todas las fuerzas políticas y sindicales vascas, prohibidas por el régimen. En lo sucesivo, el Gobierno de Agirre priorizó el mantenimiento de la Unión vasca, objetivo que consideró imprescindible para la estrategia a aplicar en el interior, que buscaba el mejor despliegue de la resistencia contra el régimen ilegítimo y quería a la vez empujar la reconstrucción del país evitando “la violencia que divide y destruye”, requerimiento que se proclama con claridad tras la gran Asamblea de país que se reúne en el Congreso Mundial Vasco (1956).
Ciertamente, perdiendo el respaldo de la Unión y la vitalidad de la acción política, la legitimidad podría terminar siendo un atributo vacío. Por eso, en su actuación estratégica, a la vez que se implicaba en mantener la primera, el Gobierno Vasco se abría a promover un amplio abanico de acciones de lucha. Su determinación le llevó a apoyar toda fórmula de lucha por la libertad con la única condición de que tales fórmulas no perturbaran la Unión vasca, buscando proteger las actividades de todas aquellas personas que buscaban unirse en fines concretos y constructivos al servicio del país (Agirre, discurso ante el Congreso Mundial Vasco, 1956).
Gorroneo de prosélitos. El impulso que la unión de los jóvenes vascos nacionalistas en una Eusko Gaztedi reconstruida (1956) recibió de la lehendakaritza del GV hay que entenderlo en este contexto, en el que se pretendía desactivar la tentación de acudir a las vías armadas y al mismo tiempo unificar a la juventud en una estrategia de reconstrucción del país a través de la movilización de la sociedad civil. Lo que se buscaba con esta estrategia era transformar progresivamente las bases de la convivencia social cotidiana, neutralizado la desnacionalización que estaba sufriendo el país a través de iniciativas que buscaban emprender proyectos patrióticos en los ámbitos de la educación, la cultura, la economía y otros.
“La acción indirecta es superior al ataque frontal”, dicen los clásicos de la estrategia. En esta línea, el gabinete del lehendakari José Antonio Agirre tenía dispuesto un programa de múltiples actividades que, evitando el choque directo con el régimen, podrían iniciarse en sus márgenes e intersticios. Este dato era expuesto repetidamente por Joxe Murua, secretario general de aquel organismo juvenil, a la vez que añadía que los Servicios del Gobierno estaban convencidos que, a través de rodeos y operaciones indirectas, “se podía hacer casi todo”.
Sin embargo, en el seno de la Eusko Gaztedi de Murua, renovada en 1956, la organización Ekin no llegaba a comprometerse con la plena integración interna. La reconstrucción social podía parecerles una vía lenta, por lo que sus miembros más representativos nunca abandonaron la atracción por la violencia y su disposición a practicarla, como forma de lucha prevalente. Además, funcionaron como una camarilla cerrada y juramentada que quiso aprovechar su relación con las conexiones del PNV para gorronear prosélitos, lo que acarreó el incremento de la desconfianza por parte de la organización del Partido en el interior (cfr. Jon de Rekondo, “A los 75 años de Gernika”).
Fue esta actitud de los componentes de Ekin, y el enroque que provocó entre los dirigentes nacionalistas del interior, la que cebó el conflicto y terminó rompiendo el proyecto nacional de Eusko Gaztedi. El relato que alimentó la separación fue simplificado y expuesto como una lucha entre jóvenes activos y competentes contra viejos agotados y pusilánimes cuya experiencia era inservible. Al poco de consumarse la ruptura, Ekin se transformó en ETA (fines de 1958), manifestándose como organización apolítica, definición que tendría consecuencias en su evolución futura.
Inestabilidad estratégica. En el origen, la ruptura tuvo efectos inmediatos en el ámbito del encuadramiento. Unos se quedaron junto al PNV, otros se incorporaron a ETA, y muchos se dispersaron. A pesar de ello, durante un tiempo, entre los jóvenes adscritos a diferentes organizaciones, subsistieron las interconexiones a la hora de desarrollar la actividad resistente. E incluso la primera ETA dijo integrarse bajo la “trayectoria y principio” del Gobierno Vasco. En virtud de esta ambigua declaración fundacional, podría suponerse que ETA se sometería a la autoridad legítima de la máxima autoridad vasca. Pero, esta suposición no tardaría en verse refutada, como mínimo a partir de los documentos que comenzó a elaborar desde la primera de sus Asambleas (1962).
Al rechazo a acumular la experiencia y estrategia políticas de los que la precedieron se añadió, entonces, el pronto distanciamiento de ETA respecto al eje de legitimidad democrática del país, originando una confrontación de paradigmas que analizaremos más adelante. En todo caso, con un origen marcado por su apoliticidad voluntarista y recelosos de la cultura política dominante entre las generaciones con mayor veteranía, el nuevo itinerario que siguieron los promotores de la nueva formación fue la tabla rasa, el corte con el pasado. No es, por lo tanto, extraño que ETA se viera abocada a una inestabilidad estratégica que la llevó a la imitación de las experiencias revolucionarias y a la postulación abierta de la guerra popular teorizada por el chino Mao Zedong.
Benetan lan bikaina egiten ari zarena Rekondo jauna. Benjamin, hernaniartutako, lagunak dioen bezala Hernaniar bikaina izendatzea merezi du.
JELen agur
Gracias Joxan.
Interesante información.
Creo que la serie va a ser interesante.
“(…) Fue el I Congreso de Historia Vasca. Al que fueron invitados, y participaron varios miembros de EKIN. Y de lo que luego sería ETA. (…) . Por parte de EKIN, aquellos días terminaron de convencerles que con el PNV, todas las puertas estaban cerradas.” (El “Contrahistoriador” Josemari Lorenzo Espinosa)
Es más que evidente que la parte rectora de los miembros del grupo conocido como Ekin, llevaba ya en germen a ETA, lo que habría que aclarar es si la conversión en organización marxista-leninista, aunque no publicitada estaba ya diseñada?
En lugar de Congreso de Historia Vasca, habría de decirse Congreso Mundial Vasco, como dice el autor del artículo. No te parece Olaizola?
Efectivamente Congreso Mundial Vasco, lo que dice Josemari Lorenzo es que “No se sabe muy bien con qué propósito se incluyó en este, un programa dedicado a la Historia”.
El sr. Lorenzo trae a escena este suceso para criticar, hoy, como entonces lo hicieron los de Ekin, -en general- la interpretación de la historia vasca que hacia el nacionalismo histórico y -en particular- la interpretación histórica que de ETA hace hoy todo el mundo, incluidos sus camaradas de la IA oficial.
Jm Lorenzo defiende, frente a la teoría del “acontecimiento” de la IA oficial, que desde la historia ” se puede suscribir sin ningún reparo que ETA no engendró la violencia. Sino que la violencia histórica ejercida por España, contra el pueblo vasco, engendró a ETA”.
Curiosamente defiende la misma tesis que los de Foronda sobre ETA. Los vascos somos los responsables-“culpables” de la creación de la organización.
“ETA la crearon también, los trabajadores y estudiantes vascos, de las nuevas generaciones que no estaban dispuestos a seguir tolerando la inercia y quietismo de sus mayores. También la crearon los numerosos vascos y españoles, que en diciembre de 1970, protagonizaron las primeras protestas políticas generalizadas. Contra el régimen militar que había condenado a 15 de sus miembros en el proceso de Burgos. Y la creó la solidaridad de catalanes y otros europeos, que protestaron eficazmente contra Franco aquel año. Incluso una parte del clero vasco, que apoyaba a un grupo nacionalista vasco, en lucha armada contra la dictadura.” (Josemari Lorenzo)
La diferencia entre Foronda y Jm Lorenzo es que mientras los primeros, generalizan el apoyo de los “vascos” para culpabilizar a la mayoría de los mismos; el segundo, además de extenderlo a los españoles, lo hace para absolver a ETA.