Joxan Rekondo Pyrenaeus-eko Talaian
La salida de las más importantes crisis que hemos vivido en este país ha sido posible gracias a un espíritu general de cooperación. Una cooperación que, implicando a agentes vascos de carácter público y privado, se ha desenvuelto en medio de una dinámica que ha solido transcurrir desde la acción reivindicativa hasta la asociación para la participación más constructiva.
Ahora mismo, para salir de la crisis importa concretar alianzas entre nuestras instituciones públicas y los representantes del capital y el trabajo del país. Así, podríamos activar de la manera más provechosa las interacciones entre la Administración vasca y los agentes sociales, de tal manera que el desarrollo económico sea efecto del ejercicio de la libertad económica y de la intervención pública en una operación equilibrada (evitando caer en manos de la tutela burocrática y de la espontaneidad del mercado) que buscaría lo que Setién ha llamado “una sana socialización de la economía”. Sin embargo, la realidad de hoy es dura. En Euskadi se ha perdido ese espíritu cooperativo y no se ve la manera de superar el estado de conflicto social en el que parecemos haber caído.
Es muy difícil reconstruir ese espíritu de manera estable si no es desde abajo. La cultura de asociarse y cooperar implica la participación de personas en las esferas que las que desarrollan su actividad. Tuvo razón Tocqueville, cuando relacionó asociación con democratización. Y para democratizar el ámbito de la economía habrá de recurrirse también a la misma ciencia madre, la asociación económica entre personas allí donde éstas se desenvuelven para tal finalidad económica, en la empresa. “La dinámica de la empresa, cooperativa, cuyo recurso específico son los valores humanos en proceso expansivo y dinámico de asociación, tanto horizontal como vertical”, en definición arizmendiana.
En este marco están pasando cosas que no conviene ignorar. Podría decirse que el futuro del cambio social pasa por la empresa. El primer sindicato del país quiere sindicalizar la empresa. Tras la caída de los convenios colectivos, otros sindicatos ha adoptado la misma línea de reflexión. La patronal guipuzcoana, por su parte, ha publicado un manual que propone centrar las relaciones laborales en el contexto de la empresa y la competitividad. Y el Gobierno Vasco plantea una estrategia de innovación social que persigue “democratizar las empresas”. Si juntáramos todas estas posiciones sin tener en cuenta los puntos de choque entre ellas, compondríamos una visión global de la empresa muy interesante y atractiva. Una empresa competitiva (adaptada al mercado), redistributiva (como medio de cohesión social) y participativa (como proyecto compartido).
La realidad hoy es que los puntos de conflicto prevalecen, al menos entre los agentes sociales. Pero, no cabe renunciar a que el contraste entre las diferentes posiciones genere un círculo virtuoso. De principio, si de verdad creemos en las capacidades de las personas que componen la empresa, la mera aceptación de que ésta es el terreno de interlocución y lucha es un factor muy positivo.
Además, una empresa que busca la cohesión interna a través de la participación activa de sus agentes productivos es un foro muy arriesgado para que intervengan agentes externos. Cuando los colectivos sindicales quieren localizar el conflicto en los centros de trabajo es posible que busquen hacerse fuertes allí para mantenerse quietos en una guerra de posiciones que puede llevar al cierre a algunas empresas. No obstante, deben de saber que la lucha sindical es muy delicada en este ámbito y que la apuesta por sindicalizar las empresas puede acabar siendo un auténtico desafío para la supervivencia de los propios aparatos sindicales. Algo parecido puede pasarle a ADEGI con su propuesta. Tradicionalmente, empresarios y trabajadores han descargado en las organizaciones sindicales la responsabilidad de representar las relaciones laborales, pero este viejo modelo podría quedar descartado de triunfar un modelo de empresa como proyecto participado y compartido.
El conflicto es inevitable, por supuesto. Tras la desregulación de la negociación colectiva, la realidad se ha complicado de tal manera que ha pillado a contrapié al conjunto de los actores sociales. La perplejidad resultante de que ha ocurrido algo inesperado puede llevar a que éstos escojan respuestas equivocadas. Las grandes centrales pueden estar tentadas de atrincherarse en los centros de trabajo negándose a participar y compartir responsabilidades en la marcha ordinaria de las empresas. La patronal también debe disipar las dudas que ha podido crear con los contenidos de su manual. No es lo mismo abogar por “individualizar las relaciones laborales” que buscar que la empresa sea un auténtico proyecto compartido, en el que se pueda visibilizar que la empresa es lo común que a todos sus integrantes pertenece. No estaría de más que la organización empresarial se reafirmara en su adhesión al “Compromiso territorial para promover la participación social en la empresa”, firmado junto con otras entidades y empresas en abril del año 2011.
No hay duda de que vivimos en un tiempo de transformación social. No vamos hacia nada nuevo que hasta ahora hayamos desconocido. Lo nuevo –la participación- ya vivía entre nosotros. La línea de “democratizar las empresas” que quiere impulsar el Gobierno Vasco responde a una realidad hiriente, la pérdida de control democrático sobre la economía, y bebe de la importante experiencia asociativa y participativa que ha perfilado históricamente nuestra cultura popular, creyendo que puede ser útil para el nuevo impulso que necesitan nuestras empresas. De esta manera, no hay duda que la cultura asociativa, de cooperación y diálogo, sólidamente asentada abajo se reflejará en una disposición más proclive de los agentes sociales y económicos a acordar, junto con las instituciones públicas, el plan de país que necesitamos.
El “corpus ideológico” que señala Rekondo me parece adecuado. Pero es necesaria una participación social amplia, sin la cual es imposible su desarrollo.
Existen asociaciones de intereses, pero hacen falta asociaciones altruistas que trabajen por el bien común. Sin estas, es difícil crear el “cuerpo social” que lleve los proyectos a buen puerto. Deben de ser asociaciones incluyentes que promuevan la participación de trabajadores, profesionales, políticos, empresarios locales etc., que son quienes viven y sufren más directamente las consecuencias de la crisis.
Es necesario activar sociedades culturales, foros, observatorios etc. que trabajen por los dos principales objetivos del momento: La consolidación de la convivencia y la generación de puestos de trabajo.
Hay que pedir responsabilidad a los dirigentes políticos, empresariales, sindicales, hoy la solución de todo esto esta en nuestras manos.
Trabajar por un nuevo estatus, no esta reñido con estos objetivos pero ello no debe impedirnos trabajar para mejorar la situación actual.
Hau bai bada herrigintzak behar duen eztabaida eta ez desfile ( manifestazioei) buruzkoa.!.