Joxan Rekondo Pyrenaeus-eko Talaian
1. El teatro de operaciones donde se despliega la pugna entre los diferentes proyectos de país no se limita ya a las instituciones públicas. Aunque el choque de fuerzas sea muy visible en éstas, hoy es evidente que el punto de atención (y con él la batalla principal) se está desplazando al ámbito de lo social.
La razón parece sencilla. Atrás quedó la época del relax complaciente en la que hemos mantenido una fe religiosa en la suficiencia con la que el mercado y el estado proveerían nuestras necesidades materiales como individuos. Ahora, muchos clamamos por la activación de procesos sociales. Para unos, estos procesos deben empujar cambios a gran escala en la configuración del poder político y económico. Para otros, el cambio sólo puede iniciarse desde abajo, a partir del reconocimiento de las personas y del desarrollo de su genética asociativa.
2. Este deslizamiento de lo institucional a lo social es perfectamente perceptible a través de los hechos que más están tensando el pulso de nuestro día a día. La reacción ante el cierre de empresas, la reubicación de la negociación colectiva en los centros de trabajo, la protesta ante el deterioro de la cobertura de los servicios públicos, la recuperación de la acción solidaria de carácter vecinal, la crítica social ante la política instituida, las iniciativas de reconstrucción local de la convivencia tras los años de violencia, las demandas de participación social en decisiones de ámbito municipal…, son ejemplos, de distinto alcance y consecuencias, de la cada vez mayor predisposición de la gente corriente a movilizarse y protagonizar procesos que, no hace tanto, esperaba que fueran resueltos por los agentes económicos o por sus representantes públicos.
En este crítico marco, entiendo que se están dando las condiciones para que se afiance un tejido social cooperativo, que únicamente puede construirse desde abajo. Tenemos un modelo que puede servirnos de estímulo. En medio de un clima social de iniciativa, cooperación y compromiso se inició y afianzó la experiencia cooperativa, se crearon las ikastolas modernas y se recuperó el autogobierno. Los vascos conseguimos en poco tiempo consolidar nuestra personalidad como pueblo, modernizar nuestro sistema productivo y crear un modelo de bienestar que, a pesar del lastre de la larga crisis, sigue siendo muestra de cohesión social. Liderazgos que estuvieron a la altura y una disposición social al compromiso personal y colectivo fueron las claves de este resurgimiento.
3. Sin embargo, cooperar no tiene porqué identificarse con construir. Hemos vivido aquí mismo este ejemplo negativo. El despliegue de conflicto destructivo que ha protagonizado el MLNV, tejido de múltiples organizaciones inscritas en la lógica político-militar de la que forma parte ETA, ha querido obstaculizar y destruir todas las oportunidades de progreso, crecimiento y construcción de país que se pudieran ocasionar en la calle, en las empresas o en las instituciones vascas.
La visión todavía predominante en la sociedad vasca es la que entiende la cooperación como una estrategia eminentemente constructiva. En la península, al decir de Mañé i Flaquer, las masas se levantaban para derribar a sus instituciones, mientras que el pueblo vasco se movilizaba para defenderlas. En nuestra experiencia más reciente, la estima por las instituciones públicas ha dependido de su interrelación constante y fructífera con una sociedad dinámica, asociativa y con un alto grado de aprecio por su función, dispuesta a asumir responsabilidades y promover servicios y actividades por sí misma y en régimen de colaboración con la administración. Fiel a esta tradición, la política institucional vasca debe traspasar la barrera del desencanto social creciente si no quiere que lo social se convierta en un entorno hostil.
El múltiple del MLNV ya está en trabajando sobre ese escenario. Su nueva modalidad de intervención social es la hegemonía, término de origen militar, que significa el establecimiento de un ‘pensamiento único’, con el fin de reprimir la eventual aparición de reflexiones alternativas. Ante una sociedad irreflexiva y alienada, la hegemonía precisa ser dirigida por una vanguardia consciente y monolítica (Sortu) que establece desde arriba las prioridades estratégicas sobre unas masas gregarias. Un ejemplo típico de cómo aplica la izquierda abertzale esta ingeniería de lo social lo podemos encontrar en los conflictos locales en torno a la recogida de residuos urbanos. Pero, en las mismas localidades vemos también la resistencia, llena de sentido común, de mayorías de vecinos que se oponen a esta versión moderna de la vieja ‘ley del embudo’.
4. Lo social es lo relevante y en gran medida es efecto de la crisis, pero no solo de ella. La incertidumbre asociada a los momentos críticos origina una ebullición social de la que puede derivarse, por una parte, una opinión pública exaltada, a la espera de liderazgos mesiánicos que anuncien rupturas radicales. Aunque puede llevar también a otros a redescubrir el valor de la cooperación en la realización positiva de fines compartidos, al lado de mucha gente que nunca ha de dejado de buscar en el apoyo mutuo (auzolan) un avance hacia el bien común. Es la pleamar de lo social. El que quede al margen “trabaja por su propio exterminio”, según diría Agirre.
“Ahora, muchos clamamos por la activación de procesos sociales.”
Pero en la realidad diaria coexisten diferentes formas de interpretar el proceso social. Una cuestión que es fundamental y que sin embargo adolece de un contraste sereno. En la práctica diaria vemos a gran número de personas, ideologías y organizaciones políticas y sociales disputando agriamente entre ellos, discrepando abiertamente sobre los medios concretos a utilizar para desarrollar un proceso social.
Y aunque se coincide en general en la gran importancia que tienen tanto los factores humanos como los económicos, se difiere al definir cuál de ellos determina la naturaleza de la sociedad, siendo el resultado dos maneras opuestas de entender el proceso social.
Y es normal que desde un punto de partida diferente los caminos propuestos también lo sean. En definitiva: ¿Cuál es el factor que determina en última instancia el proceso social? El humano? El económico?
Personalmente me parece muy interesante el acertado modo de plantearlo por parte de Erich Fromm (el miedo a la libertad):
“Las fuerzas económicas, psicológicas e ideológicas operan en el proceso social de este modo: el ser humano reacciona frente a los cambios en la situación externa transformándose el mismo, mientras a su vez, los factores psicológicos contribuyen a moldear el proceso económico y social. Las fuerzas económicas tienen una parte activa, pero han de ser comprendidas no ya como motivaciones psicológicas, sino como condiciones objetivas. Por su parte, también las fuerzas psicológicas participan en forma activa, pero han de ser entendidas como históricamente condicionadas; y por último, las ideas son fuerzas efectivas, pero solo en tanto estén arraigadas en la estructura del carácter de los miembros de un grupo social.”