Joxan Rekondo Pyrenaeus-eko Talaian
1. ¿Metástasis de podredumbre en el sistema político español? No es sólo el levante descompuesto por corruptelas variadas. Es el centro y también el sur, y con afloramientos de purulencia en el norte vecino. El Oasis Vasco marca de nuevo el hecho diferencial.
Los estudios de opinión pública reflejan cada vez más la insatisfacción social con los responsables públicos. Esta realidad no ha llegado con la crisis económica. Hoy, la insatisfacción se ha transformado en indignación. Pero, hubo un tiempo en el que la desconfianza o el distanciamiento social se malinterpretaba como un síntoma de calidad democrática, de una sociedad que basculaba entre una actitud exigente con sus políticos y un ánimo satisfecho con su situación personal.
Sin embargo, bajo el distanciamiento y la desconfianza de los ‘buenos tiempos’ latía ya una grave enfermedad que afecta al nexo mismo entre las instituciones (incluidos partidos) y la ciudadanía. En el fondo, el declive de la política democrática.
2. Coincido con los que advierten que en los sistemas pluralistas conviven dos visiones de la política, que pueden presentarse con mayor o menor pureza, incluso entremezcladas. Una que entiende la relación entre política y ciudadanía como una relación comercial, el mensaje como producto de consumo, la campaña como espectáculo y marketing publicitario. Es decir, un ‘busque, compare y se encuentra algo mejor, cómprelo’. La política, en este caso, sería propia de un estamento social específico, la ‘clase política’, que buscaría activar, en los momentos electorales, a una ciudadanía por lo demás pasiva.
Según la segunda visión, política y ciudadanía deberían estar interrelacionadas por un vínculo permanente de comunicación y compromiso activo. Ni la política es un coto privilegiado de unos pocos, ni el ciudadano puede ser relegado al status de consumidor. Para practicar este último tipo de política se requieren, al menos, dos condiciones. Instituciones abiertas -que rinden cuentas y que buscan constantemente la integración política con sus ciudadanos- y una sólida cultura cívica.
3. La casi unánime preferencia de los partidos por la más mercantil de las 2 acepciones de la política está logrando que el sistema vaya perdiendo perfil democrático. Esto está intrínsecamente relacionado con la pérdida de calidad de las instituciones. Pero, son los partidos los que encauzan la participación política, designan y marcan de cerca a los responsables de las instituciones, administrando el mandato de los representantes populares. Y la gente no conoce a quién pertenecen los partidos. La opacidad de los aparatos, la falta de democracia interna de los partidos y el oscurantismo de sus finanzas lo impiden.
Así, se habla de que el sistema vigente de partidos está sostenido sobre un pacto constituyente que blindó las actividades de las fuerzas políticas y que les otorgó una inmunidad bajo la que se han bandeado las oligarquías internas de partido que han copado las instituciones públicas y han practicado una gobernanza no inclusiva, a la que han tenido más fácil acceso unas elites privilegiadas. Por ello, hay autores que, en referencia al sistema español, hablan persistentemente de ‘elites extractivas’. De esta idea proviene la tipificación como clase de los que ostentan responsabilidades políticas. Algunos de los que así opinan expresan que la corrupción es una de las manifestaciones, la más reprobable moralmente, de un sistema que ya portaba desde su mismo origen los vicios que lo han desgastado.
No hay alternativa, sin embargo, a los partidos. No creo en la regeneración desde fuera. La demagogia populista y el rupturismo social están al acecho. Si los partidos se cierran en torno a sus aparatos, lo que avanzará será la deslegitimación democrática. En cambio, si prevalecen la responsabilidad pública, el mandato popular y la rendición de cuentas ante la ciudadanía respecto de la disciplina partidista y todas las modalidades de abuso de poder, caerá una de las más importantes causas de la insatisfacción democrática.
4. Es cierto que se pueden crear nuevos mecanismos institucionales y corregir el funcionamiento de los que existen para impedir los abusos de poder. Para ello, es importante primero proteger la actividad de las instituciones de la discrecionalidad de los partidos. También sirven los dispositivos de frenos y contrapesos que deberían repartir el poder, mediante una división horizontal del mismo (“la ambición que contrarresta a la ambición” que diría Madison) que hoy está cuestionada y la ampliación de los cauces de control y participación vertical (popular).
Es importante remarcar este hecho en este momento de crisis, en el que la demagogia del ahorro de costes lleva a que la recentralización, la simplificación o la pura eliminación de poderes institucionales que ejercen de contrapeso sean aceptadas de muy buen grado por una parte de la opinión pública, convenientemente preparada por los media.
5. Caben las reformas institucionales, procesuales y estructurales. Pero, el factor decisivo es el cultural, que es el factor más ligado a la conducta humana. La democracia, igual que toda creación humana, son las personas y los grupos sociales que la construyen, la conservan y la modifican en la buena o en la mala dirección.
La rehabilitación del sistema democrático sólo podrá hacerse bajo el empuje de personas y grupos conscientes y activos. Muchos de los cuales, o la mayoría, nunca han dejado de estar activos políticamente, incluso desempeñando responsabilidades públicas en las instituciones. Como primer compromiso, su programa político debería erradicar la expresión ‘clase política’ del lenguaje regenerador. Por ser un término que implica, en primer lugar, una reducción de lo político a la actividad que realizan unos pocos. Por que supone, en segundo lugar, un corte estamental, reflejando la imagen de un grupo de intereses afines, segregados del bien común social. Y porque subestima, por último, la idea de autoridad democrática, originalmente vinculada de manera inseparable a su raíz popular.
Erradicar expresiones viciadas para cambiar de marco de referencia y plasmar correctamente un pensamiento regenerador. Como dice Lakoff: “Cambiar de marco es cambiar el modo que tiene la gente de ver el mundo. Es cambiar lo que se entiende por sentido común. Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente.”
Lo que dice Rekondo es verdad: el sistema de partidos está mal, pero hoy por hoy es el único que garantiza la democracia. Los españoles tienen al acecho personajes populistas como el difunto Jesús Gil -o Rosa Díez, su mejor heredera- en todo caso, algún mesianismo de la derecha. Nosotros tenemos los mesías de la izquierda, dispuestos a hacernos gozar de las delicias del socialismo bolivariano. Debemos ser conscientes de estas tentaciones y hacer que los partidos y el lenguaje de ellos cambie.
“La democracia, igual que toda creación humana, son las personas y los grupos sociales que la construyen, la conservan y la modifican en la buena o en la mala dirección.”
Es en la propia naturaleza dinámica y dual de las personas donde llevamos incorporados tanto nuestros factores individuales como los sociales y que acaban trasladándose a nuestras relaciones sociales, siendo el resultado final una estructura social vertical u horizontal según predominen los factores individuales o los sociales.
El problema central es como se resuelve esta contradicción. A mi parecer es positivo el desarrollo de ambos factores porque suponen un enriquecimiento y dinamismo tanto personal como social pero manteniendo en la práctica el criterio general de que lo social debe prevalecer sobre lo individual.
Eso mismo vale para los partidos políticos, es decir, sus intereses particulares no pueden estar por encima de los generales de la sociedad. Listas abiertas y cauces de control y participación servirían para modificar la democracia en la buena dirección.