Sixto Jimenez
La historia de la humanidad nos muestra que la convivencia con la pobreza extrema nunca creó mayor preocupación ni problemas de conciencia a la minoría privilegiada. Los seres humanos adaptamos nuestro discurso ético con facilidad en la dirección que favorece a nuestros intereses y el espectáculo de la miseria ajena deja de impactarnos cuando se convierte en “lo normal” o se produce fuera de nuestra vista.
Pero no hace falta remontarse a tiempos pasados. Un viaje a cualquier país no desarrollado nos presenta la convivencia actual de la exhibición de riqueza y de consumo suntuario al lado de la miseria. Las ONG´s de esos países se alimentan de ayuda exterior ante la indiferencia de la mayoría de los detentadores de la riqueza interior.
Y tampoco hace falta ir tan lejos. En nuestras ciudades no faltan los sin techo. Algunos que dejan ver su condición y bastantes más que la disimulan, porque hay mucha pobreza oculta y, lo que es peor, avergonzada. En una sociedad que adora el éxito y culpabiliza el fracaso, los derrotados se ocultan y los favorecidos no ven el problema, o al menos no lo perciben como injusticia y mucho menos como algo que deba implicarles.
Un estudio de psicología social puso de manifiesto la tendencia de los favorecidos a creer en cierta culpabilidad de los indigentes. Ya se sabe, el alcohol, la vida desordenada, el juego, la falta de previsión o de esfuerzo… Juega también en nuestro favor el conocido efecto psicológico que nos hace tener una imagen distorsionadamente favorable de nosotros mismos. Así, por ejemplo, se ha comprobado que más del 80% de los directivos creen ser más éticos que la mayoría. Muchos se equivocan, evidentemente. Pero todos ellos encuentran en esa opinión una clara satisfacción psicológica y un excelente motivo para no actuar solidariamente.
Y así, los seres humanos sobrevaloramos nuestros propios méritos y calidad, infravaloramos y presumimos culpabilidad en los desfavorecidos, nos acostumbramos al paisaje de la pobreza y percibimos como “normal” lo que deviene habitual. Anestesiamos nuestra responsabilidad con el ejercicio de la caridad y no diferenciamos entre lo legal y lo justo. El resultado es una sociedad menos solidaria, en la que la necesidad es prueba de fracaso que uno debe ocultar y que las autoridades cuidarán de desterrar de los lugares emblemáticos porque afean la ciudad.
La actual crisis y el dominio de las políticas neoliberales van a dejar a muchos en las orillas. Bueno será que ellos muestren su situación sin recato, reclamen la solidaridad que merecen en justicia y no nos dejen adormecer nuestras conciencias. Si el sistema deja al margen a millones de personas, el sistema no es válido. En esta nave navegamos juntos y a todos nos corresponde remar y a todos nos debe alcanzar el rancho. Todos debemos todo a la sociedad que constituimos juntos y nada seríamos sin ella. La sociedad necesita confianza, seriedad, libertad, estímulo y exigencia, pero en equilibrio con la igualdad de oportunidades y la solidaridad con quien no puede dar más o se ve maltratado por las circunstancias.
Las diferencias de riqueza que derivan del mérito y del esfuerzo son justas por su origen, pero no ilimitadas en su derecho. Las que derivan de la especulación, la usurpación y la herencia ni siquiera son justas, aunque sean legales o se sitúen fuera del alcance de la ley. Los largos años de crisis vividos y por vivir y la propia salida de la crisis reclaman solidaridad. En sentido contrario van, sin embargo, la reducción de la escasa capacidad adquisitiva de los perceptores del salario mínimo y de los pensionistas; el recorte de derechos de dependientes y parados; el desmantelamiento, empobrecimiento, o privatización de servicios básicos indispensables para gran parte de la población; y la negación de servicios de salud a inmigrantes sin residencia legal, algunos de los cuales fallecerán a consecuencia de nuestras medidas de ahorro. Sangriento ahorro que no movilizará conciencias ni tal vez costará votos.
Así es la política neoliberal, quienes la han votado masivamente o quienes no la desenmascaramos suficientemente. Eso sí, la caridad, los hechiceros, su propaganda y nuestra propia psicología tratarán de hacernos creer que no hay alternativa, que no es momento para disentir, que no es culpa nuestra, que siempre habrá pobres y que los pobres deberían esforzarse más y gorronear menos. Pobres pobres.