Imanol Lizarralde
La revolución francesa es todavía un tema de intenso debate tanto entre políticos como historiadores y escritores. El catedrático de Filosofía del Derecho, José Ignacio Lacasta-Zabalza escribe un artículo («Jacobinos», Diario de Noticias de Navarra) acerca de los jacobinos y el jacobinismo en torno a los posibles malentendidos acerca de su legado. En este sentido, refiriéndose al estado español, Lacasta-Zabalza afirma que existe un error al plantear el binomio que establece la equivalencia entre jacobinismo y al centralismo: “llamar jacobinos a todos los centralistas es, además de inexacto, profundamente ignorante e injusto. ¿Qué tendrá que ver La Marsellesa con Francisco Franco y la Falange?”. Uno de los articulistas de la web Rebelión, Salvador López Arnal, también se escandalizó, hace ya tiempo («Centralismo y ‘Jacobinos'»), en relación a una afirmación de ese tipo por parte del profesor Vicenc Navarro:
“Los jacobinos, como el profesor Navarro sabe bien, fueron una cosa muy distinta. Asociar su historia, su nombre, su significado y finalidades políticas a la dictadura de Franco y a partidos españolistas de derecha desbocada, centralistas y neoliberales como son el PP y la UpD, es un dislate impropio de un intelectual con su sensibilidad política e histórica”.
¿Por qué adoptaron el centralismo los jacobinos? Dice Lacasta-Zabalza que “si se examina la Historia, fueron razones sobre todo de índole militar las que condujeron a los jacobinos a adoptar medidas y concepciones centralistas”. Sin embargo, la disputa entre girondinos y jacobinos en torno a la naturaleza del estado, en la que los primeros defendían un modelo federal y los segundos otro centralista, es anterior a la guerra que mantuvo la República francesa contra las monarquías europeas. Como bien nos lo prueba el historiador de la revolución francesa Francois Furet, la elección por el centralismo fue constitutiva al propio jacobinismo que, además, heredaba de buena gana tal concepción del régimen absolutista:
“En la exaltación del Comité de Salvación Pública encontramos (…) el culto al Estado bajo todas sus formas, ya se trate de su papel militar, económico, político, pedagógico e incluso religioso. Al respecto, es muy significativo que los historiadores jacobinos de la revolución se muestren partidarios de manera aún más sistemática que sus predecesores liberales de la monarquía absoluta (incluido Luis XIV). Con generoso empleo de las obras de dichos autores liberales, coinciden con estos en la admiración de la antigua monarquía como forjadora de la nación y del bien público, representado y defendido por encima de las clases, en nombre de la totalidad del pueblo” (Furet, La revolución a debate, Encuentro, p. 63).
El jacobinismo, asimila la perspectiva divina del estado que Luis XIV le dio al constructo absolutista (de ahí la “sagrada unidad nacional” como valor intrínseco del jacobinismo y el franquismo). La palabra “soberanía” –que viene de “soberano” y de un soberano de un determinado tipo, como es el absolutista- acompaña al adjetivo “nacional”. El historiador británico Tony Judt resume esta concepción: “para que una república funcione, sus ciudadanos y representantes han de ser “un todo único e indivisible” (Sieyes): el cuerpo del rey debía ser sustituido por el de la Asamblea” (Judt, Pasado imperfecto, Taurus, p. 270). La revolución francesa rechaza la división e independencia de poderes planteada por Montesquieu y, como dice Hannah Arendt “en nombre de la soberanía nacional cuya “majestad” — majestad fue el vocablo empleado originariamente por Jean Bodin antes de que él mismo lo tradujese por souveraineté — al parecer exigía un poder centralizado e indiviso” (Arendt, Sobre la revolución, Alianza, p. 29).
La soberanía y la majestad, atributos antes del monarca por derecho divino, en el cual se identificaba el Estado –“el estado soy yo”– pasan ahora a pertenecer al Estado revolucionario jacobino. El poder político, antes absoluto e indiviso en manos del rey, sigue siendo absoluto e indiviso en manos de la Convención. Nos encontramos ante la paradoja lo que Furet llama una “ruptura absolutista” con el absolutismo monárquico (Furet, p. Es el escritor francés Alexis de Tocqueville el primero que anunció, en el siglo XIX, el fondo de continuidad que existía entre el centralismo monárquico y el centralismo de la revolución:
“Si se me pregunta cómo esa porción del Antiguo Régimen pudo ser transportada en bloque a la sociedad nueva e incorporarse a ella, contestaré que si la centralización no pereció en la Revolución, es que ella misma era el comienzo de esa revolución y su signo (…). La revolución democrática, que ha destruido tantas instituciones del Antiguo Régimen, debía pues consolidar ésta, y la centralización encontraba tan naturalmente su sitio en la sociedad que esa revolución había formado, que fácilmente ha podido tomarse por una de sus obras” (Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, Crítica, p. 115-6).
El centralismo no es un simple rasgo sino un rasgo esencial en un proceso de destrucción de las jurisdicciones intermedias entre Estado e individuo (parlamentos regionales, diversos derechos consetudinarios, derechos de asociaciones) que comenzó la monarquía absolutista allá en el siglo XVII. Según Furet, “la destrucción de la antigua constitución del reino fue obra del absolutismo” (p. 73). Entre ambos regímenes existe una continuidad más allá de la forma, pues los propios agentes del control centralista en la época monárquica, como eran los intendentes y los interventores generales, persisten en el Estado revolucionario francés. Y es que los jacobinos, no admirarían “más que lo que anticipa 1793: la encarnación del Estado tentacular” (p. 63). La divinización del Estado (ahora en nombre de la “virtud” revolucionaria), su poder omnímodo, su capacidad de llegar hasta el último de los ciudadanos, son los rasgos que los jacobinos adoptan del absolutismo monárquico y a los que otorgan una remozada legitimidad, con lo que Antón Irala denominaba como el “absolutismo de asamblea”.
¿Por qué las cosas fueron así? ¿Por qué fue hijo de la revolución francesa un emperador, como Napoleón, mucho más poderoso y absolutista, con un estado más controlador y eficaz, que el del propio Rey Sol? Según el constitucionalista norteamericano John Adams, porque “ninguno de esos señores –se refiere a los líderes de la Revolución francesa- había conocido la experiencia de un gobierno en libertad”. O, inversamente, como decía Alexis de Tocqueville, “la gran ventaja de los norteamericanos es la de haber llegado a la democracia sin sufrir revoluciones democráticas, y de haber nacido iguales sin tener que llegar a serlo” (Furet, p. 71). Es por ello que las democracias anglosajonas, con su libertad y su filosofía práctica de los pesos y contrapesos, rechazan de plano la concepción absolutista del estado que tenían los jacobinos.
¿Y qué pasa con el estado franquista? ¿Qué pasa con el Estado español? Digamos primero que la institución que llevó a efecto las revoluciones liberales en España a lo largo del siglo XIX, y, en forma de cruenta guerra, la nivelación última de las jurisdicciones que quedaban en pié –los regímenes forales de las provincias vascas- fue el ejército español, que no hizo otra cosa que continuar la labor absolutista y centralizadora de los borbones de la época del absolutismo monárquico. Francisco Franco no es más que el heredero del caudillismo constitucionalista-jacobino español de Espartero y Narváez. Hay que decir, además, que el franquismo fue revolucionario: destruyó el aparato administrativo del Estado, las instituciones civiles españolas (universidad, prensa libre, sindicatos, partidos políticos), creó un nuevo estado, con una nueva ideología y con un nuevo partido único, el Movimiento Nacional. Su represión no fue menor que la de los jacobinos ya que, según Anthony Beevor, más allá de los caídos en la guerra, aniquiló por razones políticas, en la guerra y la postguerra, a más de 200.000 personas. A veces la revolución la hace la derecha y otras la izquierda. Pero sus víctimas no sienten la diferencia. La divinización de la “sagrada unidad” del estado español es un fruto tardío del jacobinismo, de la mano del caudillo Francisco Franco. Dice Lacasta-Zabalza:
“Leer los discursos de Robespierre y de Saint-Just, las ideas de Desmoulins, nos trae a la mente aspectos bien modernos (…) la crítica al lujo y a la riqueza injusta, la defensa de la austeridad, siempre con el modelo de Esparta al fondo, entendida como una posesión frugal de cosas necesarias para vivir y nada más. Y una confianza enorme, a través de la educación, en la infancia y la juventud, que serán concebidos como seres completamente nuevos”.
En estos momentos de publicidad de la corrupción política del estado español, no es el recuerdo más adecuado el de unos individuos –Robespierre y Saint-Just- que ejercieron su “virtud” cortando la cabeza y fusilando a millares de inocentes. ¿Qué podemos decir de Francisco Franco sino que fue continuador de este tipo de moral en su propia versión hispánica? El que presumía de frugal y austero, que decía que España tenía que ser como un cuartel. Toda dictadura tiene ventajas sobre los sistemas democráticos, pero hay que hacer una elección entre la una y los otros. Por mucho que haya políticos corruptos, la austeridad y la frugalidad no son el bálsamo, siendo el precio de eso el arrebatar a los ciudadanos y los pueblos la libertad. Y la educación sin libertad, no es educación sino adoctrinamiento obligatorio por parte del Estado absoluto. Sea este monárquico, franquista o jacobino, tres versiones de la misma cosa.
Enhrabuena por el artículo. Muy necesario en estos tiempos. Al Jacobinismo ni agua ni revisionismo.
El Jacobinismo es neoabsolutismo, totalitarismo uniformizador.
El poder tiene una sola residencia, la asamblea nacional, solo nación tiene el poder, y por casualidad la nación era igual al antiguo reino absolutista. Cambiaron los delitos de lesa majestad por los delitos de lesa patria.
Solo el Estado que persoanliza a esta Nación es el que tiene capacidad jurídica para dar vida a las relaciones juridico politicas mientras que los ciudadanos tienen por igual la misma capacidad para dar vida a la relaciones juridico privadas.
Qué poco que ver tienen estos princpios con los princpio de la revolució norteamericna de la que surgieros los EEUU!
La libertad que tenemos en europa se lo debemos a la intervención de EEUU en la II GM, mientras que a la revolución francesos, la real la que constituye la Francia del princpios del XIX le debemos los tatalitarismos que surgieron en Europa a comienzos del Siglo XXI el Fascismo, el Nacionalsocialismo, el Comunismo. Todos ellos hablaban de igualdad, de protección del individuo a través de un estado fuerte etc…..
Me entristeza la falta de claridad de idea de gente como Lacasta en estos temas.
Me amntendré siempre euroesceptico mientras Europa no se libre del falso mito de la Revolución Francese como una revolución emancipadora.
Desde el renacimiento, ninguna revolución en la europa continental ha servido para emancipar a los individuos, slo la «gloriuos revolution» de Cromwell en el Reino Unido sirvió para cambiar y apuntar en una dirección correcta en la que poder ir sumando nuevas emancipaciones.
Los europeos continentales nos hemos movido en el espejismo de la división izquierda/derecha y para una determinada izquierda hay iconos que sons sagrados, como los jacobinos y la revolución francesa. En los países anglosajones las cosas son mucho más directas, mucho menos filtradas por la ideología y por los prejuicios heredados por las banderías políticas.
La verdad es que los jacobinos no son más que una forma de divinización del estado y de la idea de revolución, que siempre está pendiente y siempre tiene la oportunidad de echar la culpa a imponderables exteriores e interiores para excusarse de sus barbaridades. Lo peor de todo que el mismo nazismo o el fascismo acude a ese tipo de justificaciones, como la Paz de Versalles era el mantra de Hitler para justificar a su partido.
Es una verdad, Andoni, por muy poco reconocida que sea, que el sistema democrático -incluido el francés- en Europa tiene una raíz muy reciente, como es la liberación protagonizada por los ejércitos británico y norteamericano en la 2ª Guerra Mundial.
Sino fuera por ello, los europeos, del oeste y del este, estarían bajo regímenes de partido único, policiacos, muy similares, sólo que unos de derecha y otros de izquierda.
Aja, entonces es verdad que los vascos viven en democracia?.
Victor bigarrena,bere errege izen horrekin beti eltzean kutxarea sartu nahirik,lentejak daudeneanan berak bainak sartzen ditu,eta makarroiak prestatzen badaude bera ahaleginduko da porrruak jartzen.
Koño motel,eltzean dauden janariak hobeagotzen saiatu adi,baiñan gauzak aldatu gabe,Jakin dezagun behintzat heltzean zer dagoen eta ze gustoa daukaten¡.Ze karaxo gero!.
JELen agur
¿Como consideras que vives tu victorii?
¿Que alternativa intelectual ideologica politica estas proponiendo como solucion?
Como siempre un placer leerle a Lizarralde y coincidiendo siempre con él.
Una visión contraria a la del post por si a alguien le interesa
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=46