Asier Alea
Según una recientemente extendida fábula popular, la actual crisis del Euro fue causada por el exceso de gasto público en ciertos países periféricos de la Eurozona. La moraleja de la historia concluye de esta manera con que tanto la resolución de la crisis, como la prevención de trances similares en el futuro, requieren simplemente de la imposición de una drástica reducción en los presupuestos gubernamentales en los países deficitarios. Y colorín, colorado…
Este es un diagnóstico si no interesado por lo menos engañoso y difícilmente se puede resolver un problema, y menos aún tomar medidas preventivas a futuro, con una prognosis equivocada. La mayoría de los países de la Eurozona han llevado a cabo políticas fiscales relativamente prudentes, acumulando en los últimos años déficits públicos menores que aquellos de Japón o EEUU. Tan solo Grecia y Portugal presentaban grandes desequilibrios en sus cuentas antes de la crisis, mientras que otros como España ostentaban un superávit.
La ineficiencia de ciertas administraciones es notoria, pero el despilfarro público no fue la causa principal. El mayor lastre a la economía de estados como España o Irlanda deriva de la inversión masiva en el sector inmobiliario, las prácticas imprudentes de sus bancos durante la consiguiente burbuja y el correspondiente endeudamiento privado.
Tampoco hay razón alguna para achacar indirectamente la actual situación al modelo social europeo el cual, supuestamente, habría socavado las cuentas públicas. La solvencia de las economías escandinavas, los mayores exponentes de este modelo, sugiere de hecho que la apuesta por un tejido económico competitivo puede sustentar un estado del bienestar viable.
La presión sobre la deuda soberana y la imposibilidad de recurrir al endeudamiento en la periferia de la Eurozona, son resultado de la tormenta perfecta generada por el estallido de la crisis financiera en el 2008 por un lado y el corsé macroeconómico disfuncional creado por el incompleto proyecto del Euro, que acabó de ahogar unas economías necesitadas de crédito.
La moneda única eliminó los instrumentos de política económica cruciales sin proveer mecanismos alternativos. Corregir las deficiencias de diseño institucional del Euro y restablecer de paso el crédito y tomar medidas contracíclicas aumentando la liquidez y facilitando la inversión, son todas acciones que se requieren urgentemente.
Pero tan importante como paliar los actuales síntomas, es comprender y afrontar las raíces del problema. El dispar comportamiento de las economías europeas ante la misma tormenta financiera global, con una pujante Alemania y una cuenca mediterránea en recesión, es una consecuencia directa de los desiguales niveles de competitividad y posicionamientos económicos nacionales.
La integración de los mercados en virtud de una unión monetaria en Europa, podía conducir a su tejido económico a una especialización de tipo inter-industrial o uno intra-industrial. En la primera hipótesis se produciría una inexorable concentración industrial en un área impulsada por las economías de escala. Alemania tomaría, por ejemplo, en el sector del automóvil europeo el mismo papel de dominio absoluto que tiene Michigan en EEUU. Esta especialización regional aumentaría la divergencia económica y si la disparidad del tejido productivo europeo se incrementa, los países se verán afectados de forma diferente por los schocks macroeconómicos, como una crisis financiera e, irónicamente, debido a las crecientes diferencias en sus estructuras económicas acabarían resultando menos compatibles para formar una unión monetaria
Una segunda posibilidad consistía en que la integración económica condujera a una mayor especialización intra-industrial, aquella en la que los tejidos económicos nacionales se benefician de la unificación e interactúan en las mismas categorías complementarias de productos. Retomando el ejemplo anterior, en este escenario España o Portugal aumentarían sus ventas de automoción a Francia y Alemania y, a su vez, comprarían automóviles franceses y alemanes. Este efecto acrecentaría la simetría de las economías asemejando sus reacciones a una crisis exógena.
Sendos estudios, realizados con anterioridad al Euro por Bini Smaghi y Paul Krugman, comparando la estructura productiva de los miembros de la UE y aquella de los estados norteamericanos, ofrecían la misma conclusión: las economías europeas eran en promedio más parecidas entre si que aquellas de los EEUU. El grado de dispersión industrial de Europa era casi el doble que el de EEUU. En este ámbito la actual Eurozona era entonces un mejor candidato para compartir una sola moneda.
Sin embargo, las sendas tomadas por estas economías en la última década han sido antagónicas. Mientras que Alemania, el “niño enfermo de Europa” en el 2000, apostaba por una transformación basada en aumentar la competitividad de su industria vis-á-vis sus socios europeos y resto del mundo, otros países europeos… digamos tan solo que no lo hicieron.
Observemos la evolución de uno de los principales componentes en la medición de la competitividad externa de una economía: el costo de la mano de obra por unidad producida. Andrew Moravcsik, director del programa de estudios europeos de Princeton, resaltaba recientemente como entre 1999 y el 2008 el costo de la mano de obra por unidad producida en Alemania había aumentado tan solo una media anual del 1%, mientras que el mismo indicador en ese periodo en Italia, España, Portugal y Grecia aumentó a un ritmo medio del 3%. Tras una década, esta tendencia ha abierto una brecha diferencial media de un 25% entre Alemania y estos países. Al encontrarse Alemania en la misma zona monetaria que Grecia o España el aumento de su competitividad externa no se ha visto contrarrestado por el incremento del valor se su moneda.
Incluso si la Eurozona logra capear la actual tempestad, se mantendrán otros problemas acentuados por la unión monetaria. La diferencia entre sus miembros, en términos de competitividad, conlleva a desequilibrios sostenidos en las balanzas comerciales que no pueden ser financiados.
A pesar de la popularidad de la fábula, el principal problema no es el gasto público de los países deudores. El gran desafío europeo sigue siendo el hacer que las economías nacionales converjan, es decir, asegurar que sus conductas macroeconómicas internas sean lo suficientemente similares entre sí para permitir una política monetaria única. Acometer esta tarea requiere en primer lugar rechazar los errores diagnósticos comunes de esta crisis. Debe producirse una profunda restructuración de las economías para hacerlas más eficientes y competitivas en un entorno europeo y global, posicionándonos y apostando por motores de riqueza a largo plazo como nuestros ecosistemas industriales. Lo demás son cuentos.
Ave JEL
Efectivamente los trabajadores deben ver sus sueldos recortados en como mínimo el 25% sino queremos que nos arruine nuestro déficit competitivo relativo respecto de Alemania.
Es evidente.
Por tanto, bien por el Sr. Bilbao poniendo coto a los trampeos de autónomos y pequeñas empresas. Toda recaudación será poca para el TAV y las grandes infraestructuras.
Kutxabank-en, Supersur-en eta Alta Velocidad Española-n Agur Jaunak
Muy acertado el articulo. Cometar ademas que el aumento del diferencial de competitividad respecto a Alemania y algunas de las economías emergentes está generando en Euskadi otro preocupante círculo vicioso y es la perdida de gran parte de nuestros jovenes mas capaces y mejor formados hacia Alemania, Londres, EEUU … quien sabe si con billete solo de ida.
No podría estar mas de acuerdo en que debemos concentrarnos en nuestro tejido industrial para acabar el circulo de decadencia en el que hemos caido. Esperemos que el nuevo Gobienro Vasco se vuelque en este cometido por que de otro modo …
El artículo no dice que debamos de bajar los salarios un 25% sino recuperar y mejorar el diferencial competitivo que se puede obtener de muchas maneras, entre ellas, con inversión en mejoras productivas reorientando tu industria posicionandote en segmentos de mayor valor añadido.
Por mencionar unos pocos.
Ondo ibili.
Aupa Betiko,
Que algunos reduzcáis el complejo debate sobre la competitividad, y el área de coste que es una variable de la misma compuesta a su vez por una larga serie de factores (podríamos hablar de la inflación, el coste de financiación, el coste de la energía …), que algunos reduzcáis todo este debate decía, a un alegato contra la reducción salarial seguido por una sarta de eslogan de políticos aporta poco o nada al debate que plantea aquí Asier en estos dos artículos y dice bastante sobre las obsesiones de algunos.
Sin mas.
Buen conjunto de dos artículos por cierto.
Es poco frecuente leer artículos en los que no se insista en el tópico de la mala administración pública como causa de la crisis actual. La realidad ha sido como bien sugiere el autor más bien la contraria: durante los últimos años los gobiernos occidentales, fieles a un planteamiento estratégico neoliberal que ha dado muy buenos resultados en términos de crecimiento y niveles de empleo, mantuvieron sus presupuestos equilibrados o incluso llegaron a cosechar algunos superavits. Fue la economía privada, con el reventón de la burbuja inmobiliaria y el derrumbe bancario, lo que ha arrastrado consigo a todos los ámbitos de la economía, incluyendo el sector público.
Evidentemente los recortes no son una solución a largo plazo, pero sí algo inevitable en las circunstancias actuales. En cuanto la economía se recupere y vuelvan a aumentar los ingresos fiscales es de esperar que los gobiernos aflojen el cinturón. Pero nadie debería esperar un retorno a las comodidades del pasao. Y es aquí donde se ha de ver uno de los principales estímulos a esa reestructuración en pro de una mayor competitividad de la que habla Alea en su autorizado y clarificador artículo.
Ganar competitividad no significa necesariamente reducir salarios -aunque esto también va a ser inevitable por la simple razón de que Occidente ya no es la vanguardia industrial del mundo: sudamericanos y asiáticos se la disputan, también quieren disfrutar de buenos niveles de vida y no hay recursos suficientes para todos-. La competitividad también se alcanza por la vía de la reestructuración industrial, de la iniciativa privada, de la creación de nuevas empresas, del conocimiento, la investigación, mejora de infraestructuras, etc.
Por lo tanto habrá que trabajar, y mucho, no solo con pico y pala en horario de 9 a 3 como se ha hecho hasta ahora, sino también con la cabeza tanto durante la jornada laboral como after hours frente al zurito y al pincho. O dicho en términos más llanos: menos sota caballo y rey, más sudoku.
Sí y no, Sr. Igandekoa. Los ayuntamientos que basaron su «presupuesto equilibrado» en ingentes cantidades de dinero procedente de recalificaciones no hicieron ninguna gestión prudente. Se contrajeron compromisos financieros a largo plazo con unos ingresos ficticios. Lo mismo que el gobierno central con un crecimiento económico basado en una ilusión, una burbuja, que permitía reglar 400 euros y hacer AVEs sin pasajeros. En lugar de guardarse la pasta en la hucha para tiempos malos, se gastó todo («equilibrado» la llamaban).
Cuando se quedan sin burbuja el gasto acumulado e hipotecado durante lustros se vuelve insostenible.
Si a esto le unimos la gran deuda privada que se ha decidido «publificar» vía ayudas a bancos en lugar de cerrarlos y que pierdan dinero.a los que le toque (bancos alemanes incluídos, pero también preferentes y todos aquellos ciudadanos que no tienen un producto respaldado por el fondo de garantía de depósitos).
Y qué decir de los préstamos para irse de vacaciones, la cantidad de coches de gama alta comprados… Seguro que los ogros de los bancos de inversión tienen mucha culpa, pero no son los únicos malos de esta película.
En efecto esas administraciones municipales no hicieron ninguna gestión prudente, pero en su descargo cabe preguntarse, ¿qué otra cosa podrían haber hecho, teniendo en cuenta sus dificultades crónicas de financiación en el actual sistema de reparto de los ingresos fiscales obtenidos por las administraciones públicas españolas.
En cualquier caso el tema sigue siendo de economía privada, puesto que el valor de los inmuebles figuraba en los libros de los bancos. La administración pública tenía sus cuentas más o menos en equilibrio, aun incluyendo esos proyectos disparatados de aeropuertos, trenes de alta velocidad y palacios de congresos cuyo carácter ruinoso solo se hizo patente al llegar la crisis.
Como indican Patxi y Asier Alea en su artículo, el despilfarro publico de las administraciones existió, que duda cabe, pero el causante principal de nuestra crisis no fue este por mucha tinta que se le dedique, sino la perdida de competitividad de nuestra economía, algo que por cierto está afectando en diversas medida a otras ya como la francesa, por destinar la mayor parte de la inversión privada al desarrollo de sectores no exportables de nuesta economía, como la construcción, gran parte del sector servicios etc. lo que ha supuesto a la larga como indicaba Alea en la primera mitad de este articulo en un brutal desequilibrio de la balanza comercial que hemos taponado a basde de préstamos, hasta que se ha acabado el «vivir de prestado».
Por lo tanto creo que como indica el señor Alea, el nuevo gobierno vasco del señor Urkullu debería de centrar urgentemente sus menguados recursos y competencias en este campo, la competitividad y con acciones no solo con marketing como el ejecutivo saliente de Patxi Lopez, please.