Asier Alea Ekoberrin
Toda crisis económica conlleva una crisis de ideas, de modelos. A las vicisitudes financieras y fin de la burbuja inmobiliaria hay que sumarle otra crisis silenciosa, que está aquí desde hace tiempo, afecta a nuestro modelo de sociedad y cuyos efectos sobre nuestro estado de bienestar lejos de remitir pueden hacerse cada vez más patentes, aún después de que hayamos superado el actual bache.
La globalización es un proceso gradual y, salvo breves amagos de proteccionismo, irreversible en el cual los mercados nacionales se han ido integrando, impulsados por una constante mejora de los medios de transporte, la reducción de los costes de transacción y la caída de barreras estatales al comercio internacional.
Hasta hace aproximadamente una década se podría afirmar que el efecto de la globalización en las economías avanzadas era en gran parte benigno. La mayoría de estas economías crecían a un aceptable ritmo de entre un 2 y 3 por ciento y, en la mayoría de ellas, se mantenía una amplitud y variedad de oportunidades de empleo entre diferentes niveles de educación y preparación sin que la distribución de riqueza se viera afectada por este fenómeno.
Por otro lado, las economías en desarrollo han estado experimentado altas tasas de crecimiento sostenido y, en los últimos años, un grupo de países que conforman cerca de la mitad de la población mundial, en el que destacan China, India, Brasil, Turquía y Tailandia, está creciendo a un ritmo anual por encima del 7 por ciento.
A medida que estas naciones en vías de desarrollo crecen, sus estructuras económicas y sociales están cambiando en respuesta a las oportunidades que ofrecen su ventaja comparativa. Sus sociedades están escalando puestos en la cadena de valor añadido. Gracias a esto cada vez más países producen el tipo de producto y servicios que hace un par de décadas eran competencia exclusiva de los países desarrollados.
Como señalaba recientemente el Premio Nobel Michael Spence, el proceso que hemos vivido en las últimas décadas en el que los mercados emergentes participaban en la economía global especializándose en productos y sistemas de bajo valor añadido beneficiando a los consumidores de los países desarrollados pero sin apenas afectar a estas economías más avanzadas está llegando a su fin.
Este aumento de la competencia representa un desafió para las economías desarrolladas como la nuestra en dos ámbitos fáciles de identificar:
1) El posicionamiento de nuestra economía: en que productos, servicios y procesos competimos y de que manera.
2) Nuestra estructura económica y social interna: nuestro capital humano, su nivel de preparación y adecuación.
Los salarios se estancan y las oportunidades de empleo se reducen en aquellos sectores y ámbitos que ya han entrado en competencia directa con la nueva oferta proveniente de las economías emergentes. Frente a resultados económicos no deseados como este tendemos a asumir que la causa es un fallo del mercado. No es el caso. El mercado, la economía mundial, no está fallando, al contrario, está aumentando su eficiencia y creando una riqueza que abarca a un mayor número de personas con una mayor distribución geográfica.
Por lo tanto si la globalización, entendida como la creciente pujanza de las economías emergentes que van entrando de forma imparable en nuevos sectores, no es el problema si, al contrario, supone una mejora en la eficacia, las causas del deterioro deben buscarse dentro de aquellas economías nacionales que no se están adaptando a los cambios estructurales de la economía internacional. La solución, como la propia raíz del problema, no es externa sino local.
La Comisión Europea señala que algunos de nuestros rivales comerciales compiten con unos recursos primarios que Europa no tiene. Muchos compiten con mano de obra barata, algo que no queremos hacer. Y otros compiten a costa de su medioambiente, lo que no podemos aceptar. La Agenda de Lisboa dibujaba una ambiciosa visión de Europa con la prosperidad social y económica basada en el triángulo del conocimiento: investigación (creación de conocimiento), desarrollo / innovación (aplicación del conocimiento), y la educación (difusión del conocimiento).
La dirección a seguir parece clara. El diablo está, como casi siempre, en los detalles, en la implementación. El punto de referencia europeo es necesario, pero las medidas deben desarrollarse a un nivel local. Dentro de este contexto cambiante debemos preguntarnos cuál es nuestra propuesta actual como sociedad, nuestro modelo como país o nuestro diferencial como marca.
Observemos el caso de una de las propuestas que mejor se está adaptando a este salto evolutivo de la economía internacional. Israel lidera el ranking de países de la OCDE en porcentaje de PIB destinado a I + D, generando una ventaja tecnológica fundamental. Ha creado un dinámico cluster de universidades, empresas, capital riesgo y un «tejido conectivo» que conjuga a estas con la formación de su capital humano. Quizás más importante es el hecho de que el «milagro económico» israelí no es un milagro en absoluto, sino más bien el producto de una calculada puesta en marcha que impregna su sociedad.
Algunos analistas se refieren a Israel como la primera “nación start-up” en la historia, el resultado de un esfuerzo colectivo consciente para construir desde cero una rencarnación moderna de un antiguo estado nación. Un proyecto en el que probablemente se han cometido graves errores políticos pero en el que, desde un punto de vista de desarrollo económico, se ha sabido trasladar y mantener con éxito el esfuerzo colectivo.
Estamos en cualquier caso frente a un nuevo paradigma global que requiere una respuesta y alineamiento local. Nuestra capacidad de generar riqueza, y por lo tanto de mantener la sociedad del bienestar, depende de nuestro posicionamiento y oferta en el marco global. Las buenas noticias son el hecho de que ya hemos demostrado tener una gran capacidad de maniobrabilidad como país en el pasado. Tanto política como económicamente ya hemos sido una “nación start-up” en varios puntos de nuestra historia por lo que, frente a este nuevo desafío global, tampoco debemos de hacer nada que no hayamos tenido que hacer antes. Pero hay que hacerlo.
De acuerdo con la que (creo) es la idea principal del artículo: la capacidad de maniobra de Euskadi ha sido uno de nuestros activos y debería de serlo aún mas en este mundo de creciente competitividad económica con los gigantes economicos emergentes, pero parece que, al menos en la CAV, el gobierno actual no esté por la labor. Como sigamos sin rumbo …
Agurrak.
Yo la verdad, frente a tanta propaganda anti-israeli, siempre me he planteado que los vascos tenemos mucho que aprender de las cosas positivas de Israel, de su amor propio, de su apuesta por la tecnología, de poder hacer un país en medio del desierto.
En el caso de Euskadi, y sin que sienta muy mal a los forofos españoles del foro, el problema de Euskadi está en muchos tics de PIGSización, o españolización de la vida económica vasca. El chapuceo no es exclusivo del mediterráneo. Cada vez más gente se quiere vivir sin esfuerzo y mucha demagogia, que si «los de casa» y «los de fuera», pero aquí está claro que el primero no es el de casa, el primero es el curra (y paga), luego para el que quiere currar y no puede y luego si llega, para los demás.
Es muy dificil que surjan emprendedores cuando la sociedad no tiene interiorizada la necesidad de que el esfuerzo debe ser premiado y la vagancia castigada.
«Estamos en cualquier caso frente a un nuevo paradigma global que requiere una respuesta y alineamiento local. Nuestra capacidad de generar riqueza, y por lo tanto de mantener la sociedad del bienestar, depende de nuestro posicionamiento y oferta en el marco global.»
Bikain, benetan bikain.
Ahora a utilizar nuestras herramientas locales que estamos jugando con «las cosas de comer», nuestras y de nuestro hijos !!
Zorionak por ambos articulos.