Asier Alea (*) Ekoberrin
La OCDE acaba de publicar recientemente un informe sobre la innovación en Euskadi en el que este organismo internacional se sirve de la apuesta por la innovación llevada a cabo en el País Vasco para superar la crisis estructural de nuestra economía en los años setenta y ochenta, como caso ejemplo de transformación económica de una región.
“Innovación” es hoy un término que ha sufrido cierta devaluación, debido al uso y abuso del mismo, vaciándolo de significado más allá del de mera coletilla multiuso. El “Caso Vasco” de la OCDE nos recuerda sin embargo que, a pesar de esta sobreutilización, la vigencia y relevancia de adoptar, fomentar y, sobre todo, mantener en el tiempo, Modelos de Transferencia Tecnológica, mas aún en tiempos de crisis en los que, como podemos atestiguar tras la transformación experimentada en este país en la década de los noventa, la apuesta firme por la innovación puede servir a modo de catálisis transformacional de todo un tejido industrial.
Esto nos conduce a la primera pregunta obvia: De arriba abajo, de abajo arriba: ¿Cuál es el mejor modelo para la transferencia de tecnología?
EEUU y Japón representan cada uno el paradigma de dos modelos de transferencia tecnológica opuestos pero que a posteriori parecen haber funcionado, contando eso sí, con extensos mercados y recursos nacionales para su puesta a punto. Existen sin embargo, otros casos de naciones que, como Euskadi, tienen un tamaño y recursos más limitados pero en los cuales no obstante se han aplicado eficazmente ambos enfoques. En la primera mitad del artículo examinaremos por lo tanto la emergencia de estos dos modelos y en la segunda parte del artículo analizaremos la aplicación con éxito de los mismos, adecuándolo a sus respectivas realidades nacionales, en Finlandia e Israel.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos dominaba el comercio internacional. Con la única base de fabricación intacta tras los estragos de la guerra, las empresas estadounidenses se hicieron omnipresentes. Desde 1946 hasta 1971, Estados Unidos experimentó una balanza comercial positiva neta, con unas exportaciones que superaban a las importaciones. La importación, a pesar de su importancia, tenía un impacto reducido sobre la competitividad global.
Durante ese periodo, el modelo norteamericano era el paradigma transferencia y desarrollo tecnológico. Un modelo “desde abajo hacia arriba” (o Bottom Up) que seguía los siguientes pasos genéricos: 1. Identificación de nuevas necesidades en el mercado por parte de agentes privados. 2. Generación de conocimiento 3. Desarrollo de propiedad intelectual. 4. Financiación (Venture Capital) 5. Comercialización.
Sin embargo, para mediados de los años 70, el mundo había cambiado. Los proveedores japoneses se habían hecho con el negocio de la electrónica de consumo; el acero japonés dominaba el mercado internacional. Los fabricantes de automóviles japoneses aumentaban su cuota en el mercado internacional en proporciones de dobles dígitos. La balanza comercial de Estados Unidos pasó a presentar un saldo negativo de 27 mil millones de dólares en 1977.
En la década de 1980, Corea del Sur logró avances similares. En 1998, la balanza comercial de Estados Unidos alcanzó un saldo negativo de 153 mil millones de dólares. En gran medida, los avances de Japón y los tigres asiáticos se vieron impulsados por estrategias tecnologías desde arriba hacia abajo. Para 1985, estas estrategias, tipificadas por la del Ministerio de Comercio Internacional e Industria de Japón, parecían imparables.
El modelo “desde arriba hacia abajo” (o Top Down) utilizado, seguía los siguientes pasos: 1. Establecimiento por parte del Ministerio de industria, en colaboración con agentes privados, de Prioridades Nacionales. 2. Promoción de consorcios industriales que sigan las prioridades identificadas 3. Incentivar el pooling o puesta en común tecnológica. 4. Sistemas de financiación nacionales. 5. Comercialización.
En 1995, la situación era bastante diferente: Impulsadas por la amenaza, las compañías estadounidenses habían forzado el potencial adormecido por casi una década y recuperado una parte importante del diferencial tecnológico perdido. Las inversiones japonesas en televisión de alta definición, inteligencia artificial y dispositivos de memoria de semiconductores no habían sido rentables, pero ocurrió lo contrario con las inversiones de Estados Unidos, propulsadas “desde abajo hacia arriba”, en campos como el software, microprocesadores y telecomunicaciones. En los noventa contábamos por lo tanto, con dos modelos de transferencia tecnológica y promoción de competitividad diferenciados, pero probados ambos con éxito en las dos principales economías entonces del planeta.
(*) Economista