Imanol Lizarralde
El político socialista y padre de la Constitución española, Gregorio Peces-Barba, plantea en El País una reflexión sobre la cuestión nacional en el Estado español y su relación con el hecho democrático (Los nacionalismos en España, El País, 23-11). Para Peces Barba existen dos modelos nacionalistas, el uno “un modelo nacionalista español” y otro “el de las regiones o naciones que carecen de Estado”. El primero de los modelos, surgiría en 1812 con la Constitución de Cádiz:
Los liberales en la Constitución de 1812 legislaban desde el poder constituyente de la nación soberana, y con el objetivo de garantizar la independencia de España y de sus ciudadanos desde una unidad no discutida. Conformará la conciencia histórica de los españoles, una conciencia unitaria y nacional, durante muchas generaciones. La soberanía nacional, de participación popular, rescatará en ese momento al nacionalismo de sus tentaciones de sociedad cerrada. En España el nacionalismo era patriotismo nacional y la nación era soberana en sustitución de la Monarquía absoluta a partir de 1812.
El segundo de los modelos, surgiría a fines del siglo XIX en función del llamado principio de las nacionalidades:
Supone un sentimiento de identificaciones con las comunidades en que han nacido hasta extremos radicales, ignorando otras realidades y rechazando cualquier comunicación con su entorno. Este planteamiento va unido al llamado principio de las nacionalidades de acuerdo con el cual cada pueblo o nación tiene derecho a ejercer el poder soberano sobre el territorio en el que habita, creándose un derecho colectivo que no es del individuo, sino del ente colectivo nacional, en virtud del cual cada identidad cultural tiene derecho a convertirse en Estado independiente.
Peces-Barba pretende aplicar la perspectiva de Karl Popper en lo que se refiere a la clasificación entre un modelo de “sociedad abierta” y otro de “sociedad cerrada”, identificando el nacionalismo español con la primera y a los nacionalismos de las naciones sin Estado con la segunda. ¿En qué se apoya para argumentar esa división? En que el primer modelo aboga por “la soberanía nacional de participación popular”. Mientras que el segundo modelo, propone supuestamente el que a “cada identidad cultural” le corresponde “convertirse en Estado independiente”.
El señor Peces-Barba, desgraciadamente, nos hace trampas ya desde el mismo emplazamiento del tema. Peces-Barba se niega a caracterizar cada una de las dos posturas desde una perspectiva de mínima objetividad. Pues no es verdad que los “nacionalismos de las naciones sin Estado” se justifiquen en exclusiva mediante el “principio de las nacionalidades”. El surgimiento en el siglo XIX de ese principio constituyó una mera coyuntura histórica. Pero el nacionalismo vasco (y en menor medida el catalán) tiene su raíz en un hecho institucional, en la continuidad ininterrumpida o violentamente interrumpida de un hecho institucional, como eran los regímenes forales de las regiones vascas y de Catalunya. Prescindir del hecho de que esos nacionalismos nacen y cifran su identidad en la conciencia y la constancia de unas determinadas instituciones representativas distorsiona la dicotomía hasta hacerla irreconocible.
Peces-Barba, se refiere también a aquellos que “intentan enriquecer el pedigree con invenciones ideales que incluso se extienden al siglo XVII”. Como hemos podido leer en Aberriberri, los constitucionalistas de Cadiz de 1812 reconocían que las únicas partes del Estado español que no fueron sometidas a un sistema de servidumbre habían sido las provincias vascongadas y Navarra. Los propios ilustrados españoles reconocían como algo pionero respecto a la labor que se proponían el hecho, para ellos indudable, de que los regímenes de las provincias forales eran regímenes de libertades, antes que la propia Constitución de 1812. ¿Cómo puede refutar Peces-Barba la opinión de aquellos que toma como primera referencia democrática española? En todo caso, los ilustrados que pretendían fundar el primer régimen democrático para el Estado español reconocían que una determinada forma de sistema democrático ya era un hecho en las provincias vascongadas y Navarra. ¿A eso es a lo que Peces-Barba llama “invenciones ideales”?
Otra de las trampas que hace este padre de la Constitución española es la de identificar el régimen democrático y de libertades con una “comunidad indivisa y centralizada”, con “la nación soberana (…) desde una unidad no discutida”. Resulta escandaloso que el hombre que se parapeta en el concepto de “sociedad abierta” de Karl Popper, pretenda plantearnos una “comunidad indivisa” como paradigma de la excelencia democrática y del modelo “abierto”. ¿Puede existir un modelo más cerrado de sociedad que “una comunidad indivisa”? En referencia a los nacionalismos sin Estado, Peces-Barba afirma que:
La idea de autodeterminación nacional (…) supone la difuminación de los derechos individuales, aplastados por ese derecho colectivo que no tiene en cuenta a los miembros de esa entidad. Es un planteamiento enfrentado a las raíces individuales del contractualismo. Se desconocen los derechos individuales y fundan los derechos colectivos como derechos de la comunidad nacional, sin un anclaje último en el individuo.
La idea de autodeterminación nacional nace de la idea de autodeterminación del individuo y es subsidiaria a ella. Es la idea de Peces-Barba y de los jacobinos de izquierda y derecha españoles, la idea de una “comunidad indivisa” como sujeto constituyente e inamovible, la que rompe totalmente el criterio de respeto de los derechos del individuo, quien debería de tener el derecho a identificarse con la comunidad nacional que mejor elija. El criterio de un Estado indiviso e inamovible, no hace falta incidir mucho, tiene muy poco de democrático. El mismo Peces-Barba nos desvela su trampa cuando concluye:
Son un esfuerzo inútil los proyectos nacionalistas radicales que pretenden establecer Estados independientes en partes de nuestro territorio. La unidad tan vieja como la modernidad empieza en el siglo XV y la Constitución de 1978, establece que España es el poder constituyente y la única nación soberana.
Aquí si que tiene razón nuestro articulista: el concepto de “unidad” indivisible se fragua en la modernidad, en el momento justo en el que el llamado Reino de España pasa a ser una monarquía absoluta. Es decir, la “comunidad indivisa” es la seña del absolutismo monárquico y tal seña pasa a la nueva concepción política liberal. La indivisibilidad del estado es un rasgo que la llamada revolución liberal en España adopta del absolutismo monárquico, al igual que en el caso francés. Pero en el caso español, las incidencias históricas tienen un cariz todavía más paradójico.
¿Cuál es el estado político español que eleva la “sacrosanta unidad” nacional al nivel más alto? No el Estado democrático republicano, que crea los cantones, el federalismo y los estatutos de autonomía. Es el estado franquista, el fascismo a la española, precisamente, aquel que implanta el principio de “comunidad indivisa” de manera más pura y con mayor coherencia. Y este actual Estado español (que es heredero del franquista; no así las instituciones vascas que son anteriores o posteriores al franquismo) conserva en su Constitución, como reliquia totalitaria, un aguijón antidemocrático, como es la alusión al ejército como garante de la unidad nacional de la supuesta “comunidad indivisa” española. ¿Por qué? Porque es el ejército la institución, más que la propia monarquía o la Iglesia Católica, la que representa la continuidad de la práctica de una “comunidad indivisa” a través del absolutismo monárquico, la revolución liberal y el estado franquista. La “comunidad indivisa” de Peces Barba tiene como garante un aparato coercitivo como es el ejército, no la voluntad de los ciudadanos, que para este tema (en la visión de Peces-Barba) no cuenta.
Viendo las trampas, omisiones y distorsiones que dedica Peces-Barba a esta cuestión, es posible que el mejor epitafio a sus palabras sean sus propias palabras, que el dirige a otros pero que, en mí opinión, le cuadran perfectamente:
Solo desde un delirante autismo ciego ante la realidad, conjunto de sofismas y de ensoñaciones se puede elaborar un espejismo tan engañador e imposible.
Constituye, en efecto, “un espejismo” “engañador e imposible” el tratar de confundir la “sociedad abierta” y el principio democrático con una “comunidad indivisa” y obligatoria, cuya garantía es un ejército que fue aupado al poder mediante una cruenta guerra civil. Los padres de la Constitución, entre ellos el propio Peces-Barba, introdujeron este chip antidemocrático en el ordenamiento jurídico, con todo lo que tiene de representación de la peor parte de la historia contemporánea de España: la de las guerras civiles sangrientas, la de los pronunciamientos y golpes de Estado. Los encausados del golpe 23 de febrero de 1981 se aferraron a ese artículo para justificar la legalidad de sus propias maniobras. Esa es la triste verdad que Peces-Barba pretende ocultar con su visión distorsionada y malevolente de las cosas.
Decir que la constitución de cádiz surgió de la volutnad popular, cuando se reunieron en una ciudad cuatro jauntxos me parece de una gilipollez suprema. A ver si resulta que los que estaban con los ingleses (que no olvidemos fueron los que ganaron la guerra) luchando contra los franceses lo hacían por la constitución de cadiz, no te fastidia. Cosa distinta fue la guerra carlistas por los fueros y ahí es donde les duele.
He visto tanta fantasía en el artículo de Peces Barba que parecía una película de Disney con el nacionalismo vasco haciendo de madrastra de cenicienta.
Y sigo, hay que ver qué brillante análisis el del pájaro Peces Barba:
«Si Nación y Estado no están necesariamente vinculados, no toda nación debe ser un Estado, solo las naciones soberanas, y no todas lo son. Así se quiebra el principio de las nacionalidades y el principal fundamento de la nación unida al derecho colectivo a ser un Estado independiente.»
«La Constitución abordó el tema desde unas premisas muy integradoras (…) Desde mi punto de vista se trataba de situar a España como nación de naciones y de regiones. La soberanía reside en la nación española, en el pueblo español (artículo 1-2 de la Carta Magna) y las restantes naciones, solo culturales, derivan sus derechos de la propia Constitución. La nación española era el poder constituyente, y, por consiguiente, previo a la Constitución. Las otras naciones llamadas nacionalidades se reconocían jurídicamente en la Constitución. Culturalmente, tenían también una existencia anterior, pero su reconocimiento jurídico se produce con la Constitución, desde su entrada en vigor.»
Ahí es nada. La Nación Española, tiene derehco porque es nación soberana a tener Estado, aunque se haya hecho con sangre y fuego, mientras los demás sólo pueden ser «naciones culturales», y Caudillo de España por la Gracia de Dios. Realmente repugnante.
Citando a Joxe Azurmendi, «Si antes un demócrata había afirmado que «le fanatisme parle basque», hoy tendremos que decir que «el fanatismo habla en lengua demócrata».
Es que el bueno de Peces es que claro se acoge al consenso españoloide de poner a los nacionalismos vasco y catalán en la picota con una teoría política comprada anteayer en saldos de requeterebajas y con ese nivel, por que claro lo que comenta Peces es sinceramente más allá de que la lógica le falla varias veces de manera estrepitosa de mu poco fuste intelectual. Pero claro lo que dice no lo dice en el vacío, es el clima que respira la clase política española que ha improvisao el traje cívico y con ese traje quiere tapar los galones y las botas militares del abuelo.
Por cierto Poron ese párrafo no sale comentado y claro es otra metedura de pinrel de Peces ya que claro la Consti española reconoce la existencia previa de derechos históricos actualizables con lo que la interpretación que hace está en contradicción literal con el propio texto constitucional que a lo mejor no se lo leyó el bueno de Peces. Estos padres de la Consti se piensan que la interpretación es más importante que la propia letra de la ley, con lo cual tenemos un TC que es más importante que la propia Consti.
Si comparamos la constitucion del 78, con la constitucion europea o el estatuto catalan, estos dos textos juridicos tienen infinitamente mas articulos, que la constitucion, quiero decir con esto, que fue A POSTA, el que el texto, fuera corto y ambiguo en mutxos de sus parrafos, dado el desmatre politico del momento, casi como ahora.
Ademas creo que sobran autonomias, pues no existian reivindicaciones historicos, ni culturas diferenciadas, para que se diera una mera descentralizacion administrativa, en Murcia por poner un ejemplo.
Indudablemente, canarias, Ceuta, o Euskalerria necesitaban de mas autogobierno, como así ha sido.
Evidentemente hay un gasto supefluo y hasta un descontrol, en el gasto autonomico, y en el del estado, existen duplicidad de servicios, entre las administraciones.
Y esto no tiene arreglo, a medio plazo, la unica solucion es que se corte el grifo, es decir el que no tiene pelas, no la puede palmar, y que se limite el porcentaje de endeudamiento, a todo kixki.
Que bajen los impuestos para que se genere dinamica privada, sino no, no levantamos cabeza
JELen agur
Maravilloso documento, Imanol.
Muchas gracias. Ha sido un deleite leerlo. Y mientras lo leia iba dandome cuenta (una vez más) la realidad sobre la que se ha escrito el estado español: guerras de ocupación de castilla, instauracion de la monarquia absoluta, guerra de sucesion y decretos de nueva planta, guerras colonizadoras y destructivas de las realidades coloniales, guerras carlistas y devastacion de las libertades forales, nuevas guerras para la constitución de las republicas liberales en las antiguas colonias, levantamientos, revueltas y alzamiento nacional. Y ahora, el unico momento que no ha habido guerra, 1978, es porque en realidad solo era una reforma democratizadora, no un nuevo intento constituyente.
Todo se ha escrito desde el lenguaje de la guerra que es la que ha dado legitimidad constituyente al estado español Y NO OTRA COSA.
Por eso decia Canovas lo de que si la fuerza hace estado, la fuerza es derecho.
Y sus seguidores hoy se meten con Sabino Arana . ¡Hace falta tener cara!.