Ion Gaztañaga
(Envoltorio de Chobil, producto de Chocolates Bilbaínos, empresa familiar de los Agirre)
Estos años de profunda crísis económica hemos revivido ciertos discursos de «cambio social» que hacían ver que no había otra solución que un profundo cambio en el sistema de democracia occidental, tanto en el ámbito económico como en el ámbito político. La democracia capitalista basada en el «Estado del bienestar», había demostrado su fracaso y era necesario encaminarse a una «refundación» inexorable. Si esto es lo que hoy se escucha, ¿qué no sería lo que escuchaban los jóvenes durante la primera mitad del siglo pasado, víctimas de las carabanas del trabajo, la explotación salvaje, o la desilusión de una situación de aún más penuria después de tantas revoluciones y una Gran Guerra, la primera guerra mundial?
En este contexto surte efecto la ideología de la fuerza, como antídoto de la desilusión por la lucha del pan de cada día que encontraron los héroes de la trinchera. Y son esas ideologías de la fuerza las que las vuelven a lanzar de nuevo a la trinchera, a una nueva Gran Guerra con la promesa de un cambio social que gran parte de la democracia había postergado y arrinconado.
Y en esta situación, cabe pensar que un gran jeltzale como Agirre, algo tenía que aportar desde su visión cristiana y constitucionalista vasca, desde lo local vasco a lo global planetario, sobra un tema, la cuestión social, que iba a ser crucial si el mundo no quería encaminarse pronto a una tercera Gran Guerra, quién sabe si la definitiva. ¿Cómo salvar la democracia maltrecha por el ascenso del totalitarismo? ¿Cómo conjugar la imprescindible libertad con el también inexorable y éticamente irrenunciable cambio social? Me he permitido resumir el pensamiento de Agirre que aparece en el epílogo de su obra «De Gernika a Nueva York», donde aparece reflejado el profundo abrazo entre la libertad y lo social que encuentra el lehendakari en la propia raíz de su pensamiento jeltzale:
He observado en los últimos años (…) el retroceso del marxismo y el avance del sentido social. (…) Las masas que trabajan, la juventud que lucha, no sienten calor por la interpretación materialista de la Historia, ni por la dictadura del proletariado. Todo este proceso filosófico-político no está de acuerdo con la doctrina de la libertad. Y sin embargo sienten la necesidad de una revolución social compatible con ella. Es decir, buscan la seguridad.
(…) Terminada la guerra del 14, (…) la generación de entonces experimentara la más profunda desilusión. Todo el heroico sacrificio de las trincheras había sido inútil. (…) Su lucha por el pan de cada día llegó a ser mucho más dura y difícil que antes del conflicto. (…) Con la ruina de la guerra y el triunfo del egoísmo, generaciones enteras de jóvenes (…) vieron su salvación en las doctrinas de fuerza. El comunismo, el nazismo y el fascismo, supieron recoger en su seno extensas masas de juventud que querían vivir. Vivir, era el supremo argumento que no les dejaba tiempo para filosofar. Los hombres de la democracia discutían de fronteras y de compensaciones (…) pero se olvidaron de que era preciso (…) situar (…) al hombre en camino de ganarse honestamente el pan para sí y para los suyos.
Ahora se observa en el pueblo un retorno hacia la libertad pisoteada por los sistemas de violencia, y (…) la confianza de las masas sociales en la actual dirección democrática del mundo tiene una importancia fundamental. Marchamos hacia nuevas formas sociales. (…) No cabe sino aceptar el hecho, y si es posible (…) incorporarse a él (…) porque obedece a un proceso humano basado en una inconmovible justicia. (…) No es posible imaginar que la desilusión se cebe de nuevo en las generaciones que creyeron abrir (…) un futuro en el que se asegure al hombre honrado y trabajador un mínimo bienestar, y en el que exista la posibilidad de su perfeccionamiento paulatino por el mérito y la inteligencia. (…)
Se nos hace duro imaginar que al término de la guerra se vuelva a ver por las naciones (…) esas caravanas de los sin trabajo, cuya sola presencia es una prueba de la imperfección de un sistema social. Más duro aún es, para quienes amamos la libertad, tener que escuchar que ése es uno de los fracasos de las democracias, mientras los países dictatoriales han sabido resolver tan pavoroso problema (…)[y] han empleado su mano de obra para servicio de sus designios violentos. (…)
¿Es que los sistemas de libertad agotaron todas sus posibilidades de solución? (…) La misión del mundo de la libertad después de la victoria es demostrar que existe esa solución. (…) Yo siempre he pensado que son muchos más los bienes que sobran a la humanidad (…) que aquellos que son necesarios para conseguir que no haya hombres en la indigencia. (…)
Suelo recordar el sencillo régimen de algunos pequeños municipios de mi país, en los cuales, una vez realizadas las obras necesarias y pagadas las obligaciones de cada año, se reparten los gastos anuales entre todos los vecinos en proporción de lo que a cada uno corresponde. Yo pienso, si la sencilla sabiduría de aquellos hombres que viven (…) cerca de la tierra, no tiene un fundamento aplicable a las grandes sociedades. Suelo pensar muchas veces si es lícito que existan ganancias por encima de un interés módico (…) si existe un hombre en la indigencia. (…)
Yo he discutido mucho sobre estas cuestiones prácticas. Lo hice (…) con aquellos elementos financieros que (…) pretendían demostrarme que las reformas sociales introducidas en la empresa de mi familia —(…) el General Franco se incautó de ella— eran peligrosas por antieconómicas. Nunca creí en aquellos cálculos y la realidad me dio la razón. El salario familiar (…), la participación del obrero en los beneficios (…), la asistencia médico-farmacéutica gratuita (…), fueron implantados sin que por ello sufriera grandemente la empresa. (…) Cuando estudiábamos (…) conseguir que al cabo de veinte años (…) pudiera[n] tener su casa en propiedad, después de haberla ocupado mucho antes, y alguna otra reforma referente a las pensiones de vejez, sobrevino la guerra, y obreros y patronos nos unimos en la lucha por la libertad de nuestro pueblo.
De la fábrica a la trinchera, de la trinchera al exilio, mis convicciones han sido siempre las mismas. La democracia no encontró soluciones, en el aspecto social, porque no quiso, o porque el egoísmo, acaparando la dirección política, lo impidió.
Recuerdo aquella proposición que (…) el año 1935 ante el Parlamento de Madrid. Solicitábamos la implantación del salario familiar y la participación de los trabajadores en los beneficios sociales, asegurando el 5% para el capital. Dividíamos después el beneficio social (…) en tres partes, una para el capital, otra para el trabajo y otra para la amortización de la empresa. Nuestra proposición (…)ni siquiera fue permitida su discusión. El diputado vasco que hizo la presentación se permitió invocar la doctrina de los Papas León XIII y Pío XI, que, además de excelente, podía lograr algún efecto entre aquella mayoría gubernamental (…). Uno de los diputados de derecha, que luego se unió a la sublevación del General Franco, exclamó entonces: «Si se sigue invocando la doctrina pontificia para privarnos de lo nuestro, nos haremos cismáticos».
Existen muchos católicos en el mundo (…) que se harían cismáticos (…) ignorando que aquellas medidas sociales tan sencillas serán superadas ahora abundantemente por una realidad social que nunca quisieron comprender. Por (…) eso pensaron que los regímenes nazi fascistas, y entre ellos el falangista, podían ser su salvación, porque aplastarían «al comunismo y sus cómplices». Los “cómplices” éramos quienes creíamos que la doctrina de Cristo no admite la hipocresía, ni ampara la explotación del hombre por el hombre. Pero (…) han visto más tarde con pavor que también los dictadores quieren hacer su revolución social. Y en muchos aspectos la han hecho, (…) despojan sin que el despojado tenga derecho a la protesta. Es decir, que ni siquiera le permiten hacerse cismático, como quería el diputado español.
Las extensas masas (…) que (…) simpatizaron con los totalitarios, se hallan invadidas de desengaño. Y es que la tiranía, y esto nos lo dice la Historia, jamás fue solución. (…) El miedo al comunismo… Yo pregunto a quienes lo temen, ¿qué hicieron para evitarlo? (…)
Yo no he comprendido nunca a aquellos que soslayan los problemas haciéndose la ilusión de que no existen. (…) Pero se trata de una concepción del mundo en que la libertad es ignorada. (…) No basta la liberación social, entendida ésta en su aspecto económico. El hombre requiere además la libertad de espíritu, precisamente, para no ser un muñeco de nadie. Evitar la explotación del hombre por el hombre (…). Pero esto no basta, si el hombre no es libre de pensar, de creer, de opinar y de elegir. El hombre es el mayor enemigo de la opresión, llámese política o social. Su instinto racional demanda libertad. Sus facultades inteligentes reclaman paso para su iniciativa. (…) Empujan los siglos y empuja el hombre. Yo soy de los que confían en el triunfo del hombre.
(…) El mundo marcha hacia una solución social audaz y decidida. El hombre la desea, pero no quiere que la transformación social le prive de aquello que para él es lo más preciado, la libertad. A la dirección democrática que hoy rige los destinos del mundo corresponde dar solución al terrible problema social presente, armonizándolo con la libertad.
Posiblemente, muchas de las reformas y ensayos sociales de los países totalitarios se incorporarán como viables en un futuro social. Obedecen también a un deseo que nace de lo más profundo de la voluntad popular y que se impone a pesar de todo. En una y en otra latitud se sienten las mismas inquietudes y se aspira a un orden de bienestar y de trabajo.
Sueñan muchos con la síntesis que pueda darnos una solución de futuro. Yo sueño (…) en el retorno a un cristianismo primitivo, que nada tiene que ver con las adhesiones acomodaticias y espectaculares con que nos empeñamos los cristianos en desfigurar la más augusta de las doctrinas. (…) Pienso que la síntesis (…) no se hará esperar, recibiendo de una parte las extensas masas que vuelven hacia el mundo del espíritu y de la libertad, y, por otra parte, aquellas que experimentan la necesidad de ser consecuentes con la doctrina que creen pero no practican, sublimando sus vidas, levantándolas del suelo, y limpiándolas de barro.
Toda esperanza será vana sin la acción, pero habrá de ser una acción tenaz y decidida que responda al deseo de la parte más importante de la Humanidad. (…) O somos dignos del sacrificio de tantos millones de héroes y mártires, o tendremos que dejar el paso a otros hombres y a otras concepciones (…). No es ésta la hora de los tibios, ni la de los pusilánimes, y mucho menos la de los estrategas del cálculo. Hay demasiada sangre por medio para que (…) vuelvan a engañar a los que generosamente lo dieron todo, porque creyeron que con su sacrificio iban a acabar, por lo menos para un gran período de tiempo, con la tiranía, la indecencia y la injusticia.
No está nada mal que en plena crisis económica recordemos el discurso y la práctica de Agirre.
No está nada mal recordar la postura de la derecha española respecto a los derechos de los trabajadores y la diferencia que había entre esta y el nacionalismo vasco. La derecha española estaba dispuesta a renunciar a la Iglesia Católica con tal de no poner en práctica sus principios sociales.
Vemos también que a Agirre no se le caían los anillos por aplicar las reformas sociales a su propia empresa. Y nos plantea la ilusión de seguridad que supuso el surgimiento de los partidos totalitarios, nazis, fascistas o comunistas, con sus recetas de sociedades cerradas.
Agirre subraya también el componente cristiano, que aplicado a lo social significa dar un protagonismo al trabajo y su participación en la producción más allá del mero derecho de propiedad. Finalmente, Agirre subraya la libertad como hecho existencial humano irrenunciable y que es algo perentorio para la felicidad humana.
Y nos dice cómo claramene que la interpretación materialista de la historia es contrario a la libertad. Y que el cambio social debe ser aumentar la libertad y no ahogar al hombre en nombre de un cambio social que se transforma en una cárcel para el hombre. Los totalitarios tienen nombre: el nazismo, el franquismo, el fascismo y el socialismo revolucionario. Que quede claro.
Agirre es doblemente grande,
Lo es por lo que predica y los es porque predica con el propio ejemplo a través de su empresa familiar que los Franquista incautaron. ¿Tiene su familia y su empresa la condición de victima de la violencia?
¿Lo que se ha hecho a este empresa no tiene que figuar en el plan de convivencia democrática? ¿O es que esto no ha existido? ¿Esta el franquismo superado cuando el PP se niega a condenarlo y un ilustre representante suyo opina que fue una época de placidez?
Es que claro es que Agirre es lo contrario que los españoles dicen que es el nacionalismo y claro es normal que su figura también en este tema tenga pues ese aire de sorpresa.
El aire de sorpresa de que haga un alegato por la libertad también en un tema de economía y no en los términos habituales de mera libertad de mercado sino de libertad del hombre respecto a la economía y sus ataduras.
Y claro no dejaría de remarcar la postura totalmente humanista y su universalidad. La visión de Agirre abarca todos los países del mundo. Nos vendría bien aprender un poco.
JELen agur
Encantado con la nueva entrega de Ion y totalmente de acuerdo con los comentarios de los que me han precedido.
La profundiad y la oportunidad de estas reflexiones, no sólo le convierten en un político actual, sino de absoluta referencia en una sociedad que en su vertiente económica y social está buscando nuevos paradigmas.