Ion Gaztañaga
En los últimos años hemos vivido un especial interés en los medios de comunicación en la política y en la economía por la «investigación» el «desarrollo» y la «innovación». La innovación se ha convertido en una palabra-fetiche, que como anteriormente la «calidad», impregna cualquier proyecto que se quiera vender con un cierto halo de modernidad.
La innovación abarca ciertamente amplios espacios del conocimiento, tanto en las disciplinas científicas como en las sociales, artísticas, etc. Y es en el I+D+i donde están depositadas muchas de las esperanzas para hacer posible la otra palabra fetiche de la actualidad: «sostenibilidad».
Sin embargo, hay malas noticias para los que hayan depositado sus esperanzas en la ciencia: sufrimos lo que en Japón ya han definido como la «huida de la ciencia». Después de varios años de tendencia descendente, los países más avanzados como Japón, USA y Alemania están sufriendo una grave falta de profesionales en los ámbitos de la ingeniería y la tecnología.
En estos países, durante los últimos años se ha observado un cambio en las preferencias de los jóvenes hacia ámbitos mejor pagados como la economía o la medicina o hacia estudios más puramente creativos como las artes. El resultado por ejemplo, en el el país del sol naciente, es que sufre una acuciante falta de ingenieros cuyas primeras causas comenzaron hace unas dos décadas, cuando Japón llegó a estándares de vida del primer mundo y los estudiantes de ciencias y de ingeniería empezaron a descender. Pero es ahora cuando el problema se ha hecho realmente importante para las compañías japonesas: sólo la industria de la tecnología digital tiene en Japón un déficit de medio millón de ingenieros que previsiblemente se agravará debido a las bajas tasas de natalidad.
Como en los USA, algunas compañías han comenzado a deslocalizar sus trabajos de investigación a India y Vietnam, porque esto resulta más fácil que importar ingenieros extranjeros. La noticia de la escasez de técnicos se ha asomado también en la prensa inglesa, alemana, francesa y mexicana, etc., por lo que el problema es ya un problema global que puede dar al traste con la pretendida apuesta tecnológica en la que se han depositado tantas esperanzas.
Esta misma deslocalización al que algunos se aferran, alimenta también el temor de los estudiantes a que los trabajos técnicos vayan a ser en el futuro fácilmente deslocalizados, y que por lo tanto, son trabajos de poco futuro.
El temor a las deslocalizaciones tecnológicas han apuntalado un continuo descenso del interés de alumnos por las ciencias y en Silicon Valley ya se habla sobre la gravedad de lo que se avecina. Líderes tecnológicos y académicos como el presidente de la Universidad de Stanford, advierten que USA se encamina a un grave retroceso, pues ya está en el puesto 17 a nivel mundial en el número de ingenieros y científicos que produce cuando en el año 75 estaba en tercer lugar.
Otro factor a tener en cuenta en las sociedades ricas como la Japonesa, según algunos sociólogos, es que los jóvenes son desconocedores de las dificultades que sus padres han sufrido en la reconstrucción posterior a la segunda guerra mundial, y tampoco tienen entre sus valores principales el valor del trabajo y la entrega cuando hay otras formas de ganar dinero, tener más contacto con otras personas, divertirse más o adentrarse en mundos visualmente más gratos como el del diseño.
Así, estudios sociológicos en Silicon Valley han dado como resultado que al describir las carreras tecnológicas, los estudiantes los describían como «demasiado difíciles», «intimidantes», «poco interesantes», que ingenieros y técnicos son «socialmente raros» o que están «obsesionados con el trabajo». En la cuna de la informática, la ingeniería de computación recibe epítetos como «tedioso» o «antisocial», lejos de la idílica imagen de precoces triunfadores que comienzan en el garaje de su casa.
La ciencia es pues para muchos «demasiado solitaria, incluso trabajando en equipo», requiere «demasiado esfuerzo intelectual», y expresan su preferencia por una interrelación «más humana». Y aunque muchos prefieren facilitar el atractivo del estudio bajando aún más el nivel de exigencia universitario, estas medidas de «happy-meal» universitario no harán otra cosa que mover el problema de la cantidad a la calidad.
¿Dónde quedará la pretendida y anhelada revolución tecnológica que nos salvará de todos los males de la contaminación, del cambio climático, incluso de la crisis económica? No lo sabemos, pero los grandes planes de investigación y tecnología, necesarios sin duda, no sólo precisan de aportaciones económicas, sino de una adecuada estimulación y preparación de ingentes recursos humanos que transformen dicho dinero en soluciones.
En nuestro país, hace décadas, cuando la generación de la posguerra comenzó a mandar a sus hijos a estudiar, hicieron todos sus esfuerzos para que sus hijos pudieran tener las oportunidades que ellos no pudieron tener. Comenzó en los 80 la fiebre de la «titulitis», donde unido al alto paro, para cualquier oficio se pedía un título, aunque poco tuviera que ver con el oficio, y comenzó la caída de la formación profesional tan necesaria para la industria del país. Ahora, sin embargo, la industria vasca también está comenzando a tener una necesidad de técnicos que irá en aumento.
Quizás, más allá de campañas publicitarias japonesas y estadounidenses destinadas a ofrecer una imagen más amable de la ciencia y la tecnología, a algún gurú-consultor se le habrá pasado por alto un estímulo más mundano: pagar más. Pues no olvidemos que sufrimos del mal español del mileurismo que ha convertido al «titulado» que se creía por encima de los mortales a un titulado cuya aspiración es sobrevivir como mileurista que no da para pagar la casa.
Si ya le unimos al cóctel el bombardeo de imágenes que sufrimos en los un triunfador es aquél que dice cuatro tonterías en Gran Hermano, le tocó el culo a la Pantoja cuando era niña o simplemente es un futbolista que nos desvela lo que comío ayer por la noche en exclusiva y mañana quiere cambiar el nombre de la selección, no me extraña que las cosas pinten como pinten. Así que me da que los planes de innovación habrá que acompañarlos con otros planes de estímulo de técnicos para que el dinero de las subvenciones no termine en informes que justifiquen la increíble mejora que se ha conseguido en la fabricación de pompas de jabón.
Muy bueno eso de que los ingenieros somos «socialmente raros»…. je, je, je.
Desde que allá por los 80 algún «listo» declaró que el conocimiento es una «Commodity» que se puede comprar en el mercado según se necesite, las cosas no han hecho sino empeorar. Las generaciones que desde entonces nos hemos peleado con la ingeniería y los proyectos difíciles no hemos hecho otra cosa que perder.
El problema tiene dos caras: por un lado desde las organizaciones se ha trabajado intensamente para menospreciar el valor del conocimiento de sus ingenieros y personal técnico en general. Y de hecho se ha logrado: si un ingeniero se pone tonto a la hora de revindicarse a sí mismo pues se le echa y punto. Gran parte de la culpa la tenemos nosotros, ya que no hemos sabido defender la profesión (habría que aprender algo de los médicos o los arquitectos, que en esto son mucho más espabilados que nosotros). Además, la tendencia a triturar en trocitos muy pequeños los proyectos hace que se visualice muy mal el valor real de lo aportado por un ingeniero.
Por otra parte, la poca confianza en nosotros mismos hace que no nos demos cuenta de la importancia real de lo que hacemos. Así, en muchas organizaciones vemos como comerciales con una formación académica escasa, aunque con una formación no académica amplia, son valorados como dos o tres ingenieros… Los negocios son para los listos. Eso no lo hemos asimilado. Si nos diéramos cuenta del valor real de lo que hacemos, si no divulgáramos a los cuatro vientos los «secretos» de nuestro día a día laboral, las cosas nos irían mejor. La innovación ha empezado a cambiar un poco este panorama. Alguno pensará que fomento el corporativismo… pues sí, sin duda. Y sin ningún tipo de vergüenza.
Existen varias generaciones de universitarios que son, en parte somos, una pandilla de engañados. De «pringaos» absolutos. Y todo por no darnos cuenta del valor real del Conocimiento. Si apostamos de verdad por la meritocracia, va siendo hora de dar el mérito que tiene al Conocimiento.
La solución es obvia; sólo requiere un poco de fé en nosotros mismos. Si en la empresas no se valora el conocimiento, lo mejor es largarse de esas empresas. Hay que apostar por las redes de conocimiento para crear nuevas empresas basadas en otros valores. Y esas nuevas empresas las debemos de crear nosotros. Es una apuesta dura, pero es una apuesta apasionante. Es parte de la esencia vasca, y es nuestra responsabilidad histórica. Hay que coger el relevo generacional con todas las consecuencias: nos lo debemos a nosotros mismos y a los que vengan detrás.
Os animo a pensarlo en serio y a intentarlo a fondo. Lo mejor del caso es que el aspecto económico será al final el menos importante: la felicidad personal («todos los seres humanos tenemos derecho a nuestra felicidad») será el factor determinante a la hora de valorar esa apuesta.
Un saludo en JEL
Buen ariículo Ion. Estoy también muy de acuerdo con lo que manifiesta Urtine. Por eso me interesa insistir en lo que el apunto respecto a los valores.
La cuestiónn de la recuperación de los valores, respecto al valor de la innovación que contribuye al progrso social en la que los ingenieros desde el imperio romano han jugado siempre un papel clave, todo esto se consegue mediante campañas de sensibilización y comunicación.
Igual que la publicidad empuja a la gente a fijarse en ciertos iconos de belleza o de éxito fácil, puede la publicidad también destruir esos icónos que entiendo que son socialmente tan negativas y fomentar otros socialmente más positovos.
La educación en conductas y actitudes prosociales no se puede dejar al arbitrio de la espontaneidad. Tiene que ser una constante programada por las instituciones públicas.
Por ello las instituciones deben volcarse en saber dar valor a lo que verdaderamente contribuye al progreso de una sociedad.
no todo lo que acumla riqueza acumula prgreso, a está la especulación.
a un futbolista por meter un gol en la final de la champions le podrán pagar mar que al médico que por fin de con la formula para optener una vacuna contra la malaria, pero mi valores me impiden y me impediran siempre ver a ese futbolista por encima de ese médica que habrá salvado cientos de miles de vidas de niños en áfrica.
Debemos enseñar a los áfricanos a que aspiren en conagrarse en futblistas, o debemos inculcar a los africanos a que se dediquen a estudiar medicina también?
Pues la publicidad hace que quieran ser futbolistas y jugarn en eurpa, digo yo que habrá que hacer alg´n tipo de publicidad para que quieran ser médicos y ponerles medios.
Pudiamos aplicar esto mismo a los ingenieros etc… Es sólo una reflexión.
Gracias Urtine e Iñigo por las aportaciones.
Creo que el problema no es solamente en el ámbito de las ciencias o en la universidad, sino en cualquier tarea u oficio. Aquellos trabajadores de todo tipo, tiendas, carpinteros, transportistas… incluso en los trabajos físicos más duros, como en el baserri, en el que se esmeraban en su trabajo, con la satisfaccion y el deber del trabajo bien hecho, del trabajo como simbolo del progreso, se ha convertido en barro frente al nuevo becerro de oro del listillo. Y el reto es recuperar uno de los valores vascos por excelencia, es que trabajar ennoblece y el valor del trabajo bien hecho.
La imagen actual de que lo admirable es escaquearse, no pagar impuestos, saltarse cualquier norma, huir de cualquier disciplina porque todo es opresion, del «todo vale», del «todos somos artistas», del más vale dar la nota que aprender a tocarla es un tema educacional de valores.
Sin duda tambien se necesitan estimulos economicos para que a las personas les compense trabajar más. Porque uno puede gustarle innovar pero tambien necesita vivir. Las personas deben tener inquietud por conocer, inquietud por mejorar e inquietud por superar sus propios limites.
Cuando esto se une la inquietud con el estimulo economico, es cuando unas pocas personas pueden hacer mucho mas que cien. Y por supuesto, con las necesarias normas de seguridad y de calidad, no hay que apartarse de la eficiencia y de la agilidad, pues ya nos advierte el dicho que «un camello es un caballo diseñado por un comité».
Os felicito a todos, a Jon por su artículo y a Urtine e Iñigo por sus aportaciones. Permitidme que os acompañe y disculpar si «meto la gamba».
Cuarenta y dos años de vida laboral avalan mi visión. Me siento un «self mein man» (perdonarme por la pedantería). Una persona que como dice Trevanian en una de sus novelas: Sibumi, no es lo mismo tener veinte años de experiencia que repetir una misma experiencia durante veinte años. En mí, como en muchísima gente de este país, se encuentra lo primero. Unas experiencias nada fáciles pues en todos ese tiempo y más, hay de todo: alegrías…, fracasos…, esperanzas…, y hoy a mis 57 años…, ilusión, mucha ilusión.
No se si el mundo ha cambiado o nosotros lo estamos cambiando. Creo en lo segundo y además porque sino fuera así…, moriríamos. Creo que lo que se nos está pasando es una factura en nuestro modo de hacer las cosas. Ahí, la ciencia y sus tecnologías, tienen mucho que ver; ahí, amigos ingenieros, tenéis mucho que asumir. Yo apuesto por avanzar…; siempre. Ya lo he dicho no puede ser de otra manera.
Avanzar…, progresar…, crecer…, individual y colectivamente. Y si lo individual contribuye a lo colectivo, me parece que hemos configurado una sociedad terriblemente individualista que no hace colectividad, en sentido positivo. En el mundo laboral se vive una cultura insolidaria bien constatable; trufada por una realidad sindical que culturiza en el sentido inverso que proclama. La ocultación del conocimiento es tan negativa, como negativa es la cultura del codazo, etc. Pero hay más.
Hemos criado una generación de hij@s desprovistos de anticuerpos, no ya competitivos, sino mal criados…, mal educados…, sin fuerza para el sacrificio…; y lo que es peor, sin respeto a las jerarquías y direcciones en las empresas. A esto los sindicatos les llaman «compañeros». ¿Será este el reflejo de nuestras familias? ¿De las generaciones a las que se les ha puesto a huevo…, el coche…, el móvil…, la ropa de marca…, la paga (sin currar) para ir de finde con la choli?, etc.etc.
Finalizo con una reflexión sobre la Tierra, gure lurraren ama. El cientificismo con su producción mecanicista ha tratado de igual manera a un ser vivo como es la Tierra y la está esquilmando y agotando en todas sus fuentes. ¡Menos mal que el Sol no es manipulable!. El petróleo…, los transgénicos…, la deforestación…; todo medido por unos crecimientos crecientes, fijos, insostenibles. Hemos llevado la cadena de producción de fordismo al campo y la hemos cagado.
Creo que vosotros amig@s ingeniros y demás gentes del conocimiento deberíais ir rompiendo moldes y proponer nuevas formas y fórmulas de entender todo o casi todo: la educación-formación, la empresa y sus objetivos, los roles y las jerarquías, la honradez y la creatividad, etc.etc. Quizás explorar una nuevo paradigma.
Finalizo. Disculpar mi atrevimiento, Os felicito nuevamente; mientras pienso que ya es hora de tratar más de estos temas, que los del «Euskobarómetro» de las pelotas.
Urte berri on danori.