Esta serie de artículos recoge la conferencia ofrecida por el doctor Patxi Agirre el 19 de Diciembre en la Fundación Sabino Arana (Irudia: Sabino Arana Fundazioa)
Patxi Agirre
Como Sabino Arana, Aranzadi también compartía una visión apocalíptica de la situación de Euzkadi afirmando que “ Existe una patria que agoniza, pero nos está vedado su guarda; un pueblo vasco que entre luces, flores y fastuosidad se corrompe hasta la médula de los huesos, pero no podemos sanarlo; una lengua nacional que por momentos se extingue, pero no podemos reanimarla. Y, sobre todo, existe una fe santa y redentora que vertiginosamente se apaga”.
Para él, la vía para frenar aquella enfermedad degenerativa era apuntalar un modo de ser tradicionalista, basado en la conservación de las esencias patrias. Ya en junio de 1904 escribió que el nacionalismo pretendía vigorizar la vida de Euzkadi “mediante la conservación, depuración y desarrollo de los factores de su personalidad” . En este sentido, acusó a las formaciones políticas tradicionalistas y liberales de distraer la atención del pueblo, abandonando “la casa vasca” por completo.
Su tradicionalismo social se sustentaba en un modelo ruralista de la vida vasca, un modelo asociado a valores como los del apego a la casa vasca, la nobleza o hidalguía universal de todas las gentes vascas (un concepto que deriva de teorías medievales como las del tubalismo o vascoiberismo),la querencia por el derecho consuetudinario (usos y costumbres) o la familia como célula básica de la sociedad y base fundamental del sistema democrático vasco. Para él, las características de la democracia vasca se encontraban por encima de otros modelos democráticos como el inglés (desechaba la idea de que Inglaterra fuera la cuna de la libertad política europea).
La visión ruralista de Aranzadi lleva a este a considerar a las grandes ciudades como difusoras del mal, arreligiosas, liberales y cosmopolitas. Y, por ejemplo, como consecuencia de las nuevas costumbres que se van asimilando por efecto del cada vez más numeroso veraneo, nuestro escritor califica a Donosti como la “bella ciudad convertida en casa de placer y pudridero de Gipuzkoa”.
El antimaketismo o rechazo de lo foráneo como factor de corrupción de la sociedad vasca es otro de los aspectos en los que Aranzadi coincide plenamente con Arana Goiri. No estamos hablando de consideración de la raza vasca como superior a las demás, sino de recusación de unas costumbres y formas de vida que él considera como ajenas y que entiende estaban socavando las esencias del pueblo vasco. Aranzadi entendía que el “exotismo” español corrompía el cristianismo primigenio del pueblo vasco.
En su acción política, y a diferencia de lo que opinaba Sabino, Aranzadi apostó por la vía de la moderación y la flexibilidad a la hora de obtener cotas de autogobierno, estableciendo así una de las señas de identidad de las que el PNV ha hecho gala en la mayor parte de su historia: el gradualismo. Un gradualismo que, a modo de símil montañero, Xabier Arzalluz ejemplificó en la frase de que “a la cima se llega dando vueltas”. En este sentido, Aranzadi fue uno de los máximos defensores del concepto de reintegración foral basado en la derogación de la ley de 1839, una fórmula de consenso que un año después de la muerte del fundador – “El día más triste que conoció Euskadi desde el 25 de octubre de 1839” diría Aranzadi- sirvió de nexo de unión entre los sectores independentistas y autonomistas del Partido.
Para el donostiarra, dicha ley tenía una importancia crucial en la historia contemporánea vasca “porque cuantas exacciones y desafueros han padecido los vascos peninsulares, han sido perpetrados, invocando, lógicamente, la “unidad española” establecida en la ley 25 de 1839”.
Aranzadi, tomando como base dicho sistema político, construyó un relato argumental, ciertamente idealizado, de igualdad y ausencia de clases sociales, que acreditaba la independencia económica, militar y legislativa de Gipuzkoa a lo largo de la historia: firma de tratados internacionales, ejército propio no obligado a defender la integridad territorial de Castilla ni servir en la Armada española, y reyes que sólo ejercían sus limitadas facultades en calidad tan solo de señores etc. Y hablaba de Gipuzkoa porque para él, “no había duda alguna sobre la condición independiente de Alaba, Bizkaia y Nabarra”.
Su ideario, otorgaba máxima prioridad, por encima incluso de la consecución de objetivos de autogobierno a fortalecer la personalidad nacional vasca. Para el autor de “Ereintza”, entre el ser y el modo de ser de la raza, lo primero era lo esencial: “La independencia es un modo de ser, pero una modalidad nunca podrá ser el fin último. Sobre todos los modos de ser está el ser de la nación. Esto no quiere decir que se pueda renunciar a la libertad. Eso nunca, Ni tiene un partido, ni una generación entera, poder bastante para arrebatar a su nacionalidad, la soberana facultad de disponer de sí misma”.
En 1908 detallaba así esta idea: “Tender a la independencia, teniendo abandonadas las características de la nación y su cultura y la vida misma de la raza, es también empeño insensato”.
Como señala Castells, el objetivo principal del movimiento abertzale sería el de “lograr la hegemonía en la sociedad a través de la propagación de la cultura nacionalista”. Fue una estrategia exitosa que llevó a que el PNV presidiera en el periodo 1917-1918 la Diputación de Bizkaia (Ramón de la Sota Aburto), la alcaldía de Bilbao y a que en este territorio obtuviera 5 de los 6 diputados en las elecciones generales y los tres senadores (una de ellos, Arturo Campión ). Además, obtuvo concejales en Gipuzkoa y en la capital navarra.
Sin embargo, esta primacía de la nacionalización vasca no implicó que Aranzadi fuera ambiguo respecto al estatus de libertad política que Euzkadi debería alcanzar. Así, en la hipótesis de que se derogara la ley de 1839, aquella que “confirmaba los fueros de las provincias Vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional”, Aranzadi optaría por restaurar el viejo régimen foral, hecho éste que implicaba una renuncia a la tesis independentista clásica de creación de un único Estado soberano.
Ahora bien, teniendo en cuenta que en las primeras décadas del siglo XX la propuesta de restauración foral resultaba utópica, su pragmatismo político se inclinaba por lograr metas de profundización autonómica. En 1921, en pleno escenario de confrontación con los sectores independentistas liderados por Eli Gallastegi, manifestó que la Comunión Nacionalista Vasca (nombre del partido desde 1916) nunca había sido separatista. En contra de lo que se pueda pensar, el término “comunión” no tenía originalmente una significación religiosa si no que respondía a la idea de dirigir un amplio programa que englobara todas las esferas sociales (un partido-comunidad interclasista). Un planteamiento que años después José Antonio Agirre ilustraría con la expresión “un pueblo en marcha”
Durante la II República y después de que el conocido como Estatuto de Estella decayera, Aranzadi se mostró partidario del nuevo proyecto impulsado por las Gestoras de las Diputaciones provinciales, estimando que “nos aproxima de modo fantástico al término de la libertad nacional”. El pragmatismo de esta posición resultaba más que evidente ya que el nuevo texto autonómico había eliminado cualquier referencia a la asunción por parte del futuro Estado Vasco de las competencias relativas al establecimiento de relaciones con el Vaticano.
En las elecciones generales de febrero de 1936, cita electoral en la que el PNV se presentó en solitario, el periodista donostiarra tuvo un papel destacadísimo en los mensajes propagandísticos del partido como fuerza antimarxista y antirrevolucionaria. Y ya en plena guerra civil, Aranzadi, a pesar de la reivindicación católica de los insurgentes, se alineó con las tesis oficiales del Partido de defensa del régimen republicano. Y lo expresaba así: “Los nacionalistas no se han unido con las izquierdas. Son las derechas españolas las que han unido en la misma amenaza de muerte al nacionalismo vasco y a las izquierdas. Estamos condenados a muerte, izquierdas y nacionalistas por el mismo verdugo, el derechismo español”.
En el plano internacional, Aranzadi era anglófilo, una anglofilia ratificaba además por su profundo conocimiento sobre la historia de Inglaterra a la que dedicó un amplio capítulo en su obra “La Casa solar vasca”. Dicha posición, le granjeó la enemistad con Luis Arana con ocasión de la I Guerra Mundial por la postura favorable del donostiarra a la causa de los aliados frente a la germanofilia que profesaba el bilbaíno. La posición de Aranzadi tenía relación con su visión antiimperialista y defensora del principio de las nacionalidades.
En cualquier caso, su anglofilia no le privó de defender el derecho del pueblo irlandés a la independencia, manifestándose a favor, en el contexto del alzamiento independentista de 1916, de que los irlandeses alcanzasen dicho objetivo por procedimientos gradualistas y no violentos.
Todos los aquí expresados, son algunos de los principios definidores de la ideología de quien sin duda fue el principal exponente del nacionalismo vasco desde la muerte de Arana Goiri (Aranzadi no asistió a su funeral ya que su hija, gravemente enferma, falleció 3 días después) hasta la década de los años treinta. Pero más allá de todos estos componentes ideológicos, lo verdaderamente reseñable es la extraordinaria labor que Aranzadi realizó por consolidar y difundir la idea nacional vasca. En dicha ingente tarea, Aranzadi se nos presenta como un gran valiente al que no arredran los problemas económicos y personales, un intelectual tímido que huyó de la vanidad como de la peste y soportó los dolientes episodios de crítica del “Maestro” sin que su admiración por Sabino se viera afectada. Un hombre que acompañado de la entereza de Andrés de Urbía, Basojaun, Andola o Lartaun (sus seudónimos) demostró con extraordinario olfato político que el pragmatismo era la mejor vía para asentar los principios ideológicos.
Erein eta erein, sembrar y sembrar fue el leit motiv de Engracio Aranzadi. Salvando las distancias , y por supuesto, la capacidad intelectual, aspecto éste en el que estoy en clarísima desventaja, ese también ha sido mi propósito en esta charla: sembrar para que el roble siga creciendo y sembrar para que no olvidemos a uno de los personajes clave en la lucha por la consecución de nuestra libertad nacional. No creo que los vascos constituyamos, como decía Kizkitza, una nacionalidad perfecta, pero sí creo, en esta frase que, según Don Engracio Aranzadi, entonó aquel joven de espíritu gigante, de corazón seráfico que, penetrando con genial mirada en las entrañas del problema vasco, dio con la gran idea de la nacionalidad vasca: “Euzkadi es la patria de los vascos”.
Mila esker guztioi.