Esta serie de artículos recoge la conferencia ofrecida por el doctor Patxi Agirre el 19 de Diciembre en la Fundación Sabino Arana (Irudia: Sabino Arana Fundazioa)
Patxi Agirre
Pero más allá de este somero retrato biográfico, sería bueno profundizar en algunos de los aspectos de su relación con el fundador del nacionalismo vasco y en los rasgos definitorios de la personalidad política de quien ha sido considerado por Luis Castells como el político más influyente del nacionalismo vasco tras Sabino Arana hasta los años 30 del pasado siglo.
Como ya hemos indicado, Engracio Aranzadi debe ser una fuente de primerísimo orden para conocer la génesis de aquel proyecto no nato de Liga Vasco Españolista que Sabino Arana pergeñó, en el tramo final de su corta vida. Y hablamos de Aranzadi como fuente indispensable porque acompañó al “Maestro” desde los primeros compases de su labor política y porque conocía perfectamente su núcleo de pensamiento.
Sobre este particular, Aranzadi escribió en 1917 que “aquella evolución que, para algunos ofuscados fue una caída era, en realidad, la inmolación perpetua de la gloria humana”, un sacrificio llevado más allá de la muerte. Para el donostiarra, Sabino pudo rendirse y haberse marchado a casa persuadido de que la semilla plantada por el PNV no llegaba a germinar por lo menos en un corto espacio temporal, pero sin embargo optó por proporcionar a la causa nacional vasca una propuesta de pervivencia, una propuesta para “salvar a la raza vasca de su disolución”.
Como expresó Aranzadi “era extremadamente dura la lucha del nacionalismo por su debilidad. Por el escaso arraigo de las nuevas ideas en días en que la generación convertida al ideal nacionalista, no se veía todavía libre de las acometidas del pensamiento antiguo “vascongado”.
Por ello, Sabino, persuadido de que la vida del país se extinguía por momentos y rápidamente, optó por priorizar el bien de la nación sobre cualquier otra consideración de índole más partidaria. Ese era para Aranzadi el secreto de la evolución españolista. Una evolución totalmente táctica ya que “A pesar de las libertades proclamadas en la Constitución española, la intolerancia tradicional de ese pueblo, hacía imposible toda labor vasca nacionalista”. Para Aranzadi, “ no había cambio alguno de doctrinas. Los hechos de la nacionalidad y de la independencia del pueblo vasco, quedaron proclamados en el proyecto. El elemento nuevo suyo era, de táctica”.
En la última entrevista mantenida por Aranzadi con Sabino en Sukarrieta. Este último le dijo: “Ahora a fundar el partido españolista y a explotar a España”. Aranzadi no sólo entendió aquella postura final de Arana Goiri, sino que la argumentó de la siguiente manera: “Viendo cerrados los caminos legales de la acción política nacionalista, intentó Sabino abrir los de la acción política autonomista a fin de avanzar más fácilmente por la zona racial y el campo social”.
Uno de los rasgos definitorios de la personalidad de Aranzadi es su religiosidad profunda e inquebrantable, columna vertebral de su pensamiento político. Aranzadi, al igual que Sabino, no cree que el fin último del nacionalismo sea la reintegración foral o la independencia sino el servicio a Dios a través de la religión católica. Por ello, de la misma manera que Sabino expresó en su alegato de “Bizkaya por su independencia” que “sólo por Dios ha resonado”, para Aranzadi “Dios es el principio y la causa y la clave de los deberes patrios”.
Este planteamiento de subordinación de lo político a lo religioso contrastaría años después con el proceder de la nueva generación de líderes del nacionalismo cuya ideología plenamente cristiana entendía que la religión y la política han de situarse en planos distintos. Este planteamiento de total separación de planos, rompía con las ideas expresadas por Engracio Aranzadi “Kizkitza” para el que “los nacionalistas vascos somos , en último término miembros de una organización religiosa”.
El afán religioso de Aranzadi llevó a éste a exigir, en las negociaciones que le llevaron a ser director del diario Euzkadi, mantener su independencia en materia religiosa cuando su criterio en este ámbito discrepara del de la dirección del partido. Si esto no fuera prueba palpable de su compromiso religioso, la inserción de las siglas O.B. en obras como “La Nación Vasca” ratifica esta posición. Dichas siglas, de las que Aranzadi se sentía enormemente orgulloso, hacen referencia al término “Oblato Benedictino” (oblato, ofrecido) que distingue a aquellos laicos que viven en el mundo inspirados por la antigua regla monástica de San Benito de Nursia cuyo lema más conocido es el de “ora et labora”.
En el marco de la Asamblea Nacional del PNV de 1920 en Donosti se manifestó contrario, a una posible “laicización” del nacionalismo o, dicho de otra manera, a que la defensa de la libertad nacional se convirtiera en la máxima prioridad del Partido por encima de la religiosa.
Su catolicismo paso una dura prueba en 1923 cuando el obispo de Vitoria Leopoldo Eijo y Garay lo excomulgó como responsable subsidiario, en su calidad de director del diario Euzkadi, por la publicación de un artículo firmado por Pantaleón Ramírez de Olano (dirigente alavés jelkide) que criticaba las declaraciones del arzobispo de Burgos, cardenal Benlloch con ocasión de la coronación canónica de la Virgen de Estibaliz.
Estos postulados religiosos de Aranzadi bien pudieran calificarse como integristas, entendiendo este modelo ideológico como aquel que defiende la postura dentro del catolicismo político de mantener inalterada la integridad de los principios de la política católica. Un modelo cuya sistematización moderna llegó en 1885 a través de la encíclica Inmortale Dei del papa León XIII en la que se expresaba en contra de la secularización y reafirmaba la importancia de un Estado que reconociera a la Iglesia como la autoridad suprema en un determinado país o territorio.
Durante la etapa republicana, en un contexto sociopolítico de enorme movilización católica en contra del laicismo republicano, Aranzadi exhortó a las masas a que se unieran al PNV “para impedir el derrumbamiento de las instituciones católicas” y en abril de 1934 escribía en el diario Euzkadi que “por encima de los intereses de los partidos y de los pueblos, están los de la religión. Mezclarlos es, sobre todo, indigno y peligrosísimo”.
Resultaba este un modelo no conforme con el concepto teórico de “nueva cristiandad” propuesto por el filósofo francés Jacques Maritain, una de las voces intelectuales más influyentes para la nueva generación de jóvenes dirigentes jelkides que a partir de los años treinta del pasado siglo liderarían el partido.
La “nueva cristiandad” maritaniana aparcó el integrismo religioso con su aspiración hegemónica y el Estado aparece fuera de cualquier atisbo de confesionalidad, tutelando todas las confesiones religiosas presentes en la sociedad. En este modelo social, no importará tanto la creación de fuerzas políticas confesionales sino la participación de los laicos cristianos en todos los órdenes sociopolíticos con un objetivo de engrandecimiento moral.
En las obras literarias de Aranzadi, no hay referencias explícitas a esta corriente de pensamiento, pero en la etapa final de su vida se situó en tesis de compromiso y defensa del proletariado, tesis estas próximas a la ideología democristiana: “Para que la libertad arraigue ha de descansar en la honradez y en la independencia económica”. Aranzadi no dudó tampoco en criticar al capitalismo como factor de desajuste y a la plutocracia de la industria bizkaina como causante de poner freno al avance del nacionalismo