Iñaki Anasagasti
He hablado de Ibon Navascues compañero de la primera legislatura del Parlamento Vasco fallecido la semana pasada. Un amigo me recuerda que no solo fue abogado defensor en el juicio de Burgos de Xabier Larena sino estuvo asimismo en el llamado Contubernio de Munich en junio de 1962, aquella reunión de la oposición al franquismo que tanta repercusión tuvo. Fue un meritorio abogado y político vasco. En la fotografía le vemos en la Diputación de Araba, cuando allí funcionaba el Parlamento Vasco, antes de instalarse en su actual edificio que estaba en obras. Detrás suyo Ana Bereziartua y delante Begoña Amunarriz y al lado el Lehendakari Garaikoetxea hablando con el Diputado general de Bizkaia, José María Makua. Asímismo, Alberto Ansola y Josu Bergara.
Desde los 20 años trabajó en la difusión del euskera, la cultura popular, txistu y danzas, estando inmerso en la doble vida de la clandestinidad como EGI. Abogado por la Universidad de Valladolid, con larga experiencia en derecho penal, sobre todo en procesos políticos así como en laboral y civil. Profesor de Derecho Laboral en ocasiones, en la Escuela de Mandos Intermedios de Irún y Asistentes Sociales de San Sebastián. Fue asimismo Jefe de Relaciones Laborales de la Industria textil de Bergara. Además de
euskera y castellano sabía francés, inglés e italiano y era un melómano que practicaba el txistu y la flauta.
Me he quejado de la diferencia de trato que reciben nuestras figuras representativas pagadas su dedicación con el silencio de los medios públicos vascos. Mucho más cuando tuvieron mucho que ver con la apuesta institucional que se hizo tras la muerte del dictador, pero es algo que al parecer no tiene
remedio. La indiferencia es la respuesta.
De ahí que reproduzca la despedida que le hizo su hijo mayor Jon, en el funeral el lunes celebrado en la Iglesia de los Carmelitas donostiarra oficiado por el P. Germán Arrizabalaga y con una elegía al txistu durante la ceremonia de Piter Ansorena que les puso a los asistentes la carne de gallina. Ibon fue discípulo y fiel escudero de su aitona Isidro Ansorena, un referente de la cultura vasca siendo además ex secretario de la importante revista “Txistulari” que fue una herramienta fundamental para que el instrumento no desapareciera en las pantanosas aguas de la dictadura.
Las palabras de Jon Navascues en representación de la familia fueron éstas:
“Parece que estoy viendo la foto ahora mismo: Un niño rubio, de ojos azules, vino de las orillas del río Ega que le vio nacer, a vivir para siempre cerca del Urumea. Su amor por la música le venía de familia. De joven alternó su afición a la ópera con la de jugar en el frontón. Recorrió calles y pueblos tocando el txistu al ritmo del tamboril con el grupo de baile Bioztun.
Se aventuró contra la dictadura en la clandestinidad. Por eso, de vez en cuando, se tuvo que ocultar en los montes de su Navarra natal. Aficionado a todo tipo de deportes, fue socio de la Real durante más de 70 años. Alguien me preguntó una vez qué era para mí ser padre. Esta es la imagen que me vino a la cabeza: los días en que nos llevaba al viejo campo de Atocha con sus amigos. Esta imagen de mi infancia me hace recordar estos versos de un poeta inglés:
“Aunque ya nada pueda devolvernos
la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste en el recuerdo.”
Conoció el amor de una buena mujer y compañera de vida, Mari Carmen, disfrutó de sus hijos. Vio corretear a sus nietos, Irati, Xabier y Ander, en el caserío Kaxerna de su hija Itziar y Miguel.
Disfrutó de sus últimos tragos de Macallan escuchando a Gigli, Tebaldi, Del Monaco y tantos otros. Como dijo Gandalf el gris: “No os diré que no lloréis, pues no todas las lágrimas son amargas.” A mi parecer, “si queréis encontrar a mi padre, lo hallaréis entre brindis, amigos, canciones y risas.”
Fue cuidado dulcemente por su mujer y los ángeles venidos del otro lado del mar. Sobre todo, de Nora. Gracias.
Como me recordaba un amigo la misma noche de su muerte, tus padres siempre han tenido la casa abierta a los amigos, tu aita siempre tenía una ocurrencia graciosa, una anécdota: como cuando su hijo Iker le preguntó una vez si preferiría incineración o entierro. A lo que contestó: pregúntamelo cuando me muera.
Así era él, estoico, con flema británica. Sólo me queda decir aquello que decía el joven Morgan con su padre minero muerto entre los brazos:
“Los hombres como mi padre no pueden morir, siguen con nosotros tan reales en la memoria como lo eran en vida, siendo amados por siempre.”
AITA MAITEA, GURE AITA HANDIAREN BABESPEAN ARBASOENGANA
HEGAN EZAZU.
QUERIDO AITA, BAJO LA PROTECCIÓN DE NUESTRO GRAN PADRE
VUELA HASTA NUESTROS ANTEPASADOS
Goian Bego Ibon.
Besarkada estu bat etxekoei.
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