Patxi Agirre
“beti berri den ura, betiko iturri zaharretik, beti berri den ura, iturri zaharretik edaten dut” dio Joxean Artze poeta eta musikagile usurbildarrak bere olerki famatuan, baina hain euskalduna, hain gertua eta propioa den bertso zoragarri honek, beste iturri bat du, antzinako iturri bat hain zuzen.
Porque la mención al agua nueva emanada de la vieja fuente, se relaciona indiscutiblemente con la frase atribuidas al poeta y filósofo griego del siglo V.a.c. Heráclito de Éfeso, de que “todo se mueve y nada permanece” y de que “la vida es como un río que fluye, donde no se repite dos veces la misma situación”.
Este ejemplo quiere servirme para ilustrar la idea de la importancia de las fuentes y de los orígenes en la transmisión de ideas y conceptos culturales y cómo no, en la consolidación y desarrollo histórico de las ideologías políticas de todos los tiempos. Afirma la escritora Irene Vallejo, autora del magnífico ensayo “El infinito en un junco” que “desde Grecia y Roma no dejamos de reciclar nuestros signos, nuestras ideas y nuestras revoluciones” y como hemos visto, una idea filosófica surgida en el ámbito sociopolítico que vio nacer la democracia ateniense, encuentra acomodo, con su correspondiente adaptación por supuesto, en un poema de la segunda mitad del siglo XX.
Y cómo se verá a continuación, el nacionalismo vasco, una de las principales formulaciones ideológico-políticas de la Euskalerria contemporánea, irá articulando su cuerpo doctrinal a partir de planteamientos teóricos no solo europeos sino de rango universal. Parafraseando a la filósofa e historiadora judía alemana Hanna Arendt, “el pasado no lleva hacia atrás, sino que impulsa hacia adelante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el pasado”.
Esta breve introducción me sirve de apoyatura para explicar los rasgos principales de la conformación de EAJ-PNV como una organización política de raíz democristiana que, a lo largo de una convulsa historia de 129 años ha sabido conectar con la mayoría social vasca.
En 1906, apenas tres años después del fallecimiento de Sabino Arana, el PNV, un partido profundamente católico-clerical que hacía gala del acrónimo GETEJ (Gu erriarentzat eta erria jaungoikoarentzat) aprobó su primer Manifiesto-Programa que proclamaba el concepto de “reintegración foral plena”, como fórmula de concordia y compromiso entre los sectores independentista y autonomista del partido, huérfanos ambos de la autoridad moral que imprimía el fundador. En dicho documento, que trataba de ir consolidando un cuerpo doctrinal para la nueva organización, se incluyeron una serie de principios generales dedicados a la Acción Social planteando, por ejemplo, la creación de asociaciones benéficas y de socorro y el fomento de los patronatos obreros que proporcionaban instrucción profesional para la clase proletaria.
Asimismo, se hablaba de la configuración de “cuantos organismos ayuden al bienestar material del País Vasco”. La cita no es baladí, ya que como veremos, será el concepto de “bien común” el que se imponga al concepto de “bienestar material” en la filosofía política del nacionalismo vasco.
La Comisión de Acción Social resultante de aquel Manifiesto-Programa preparó la fundación del sindicato Euzko Langileen Alkartasuna- Solidaridad de Obreros Vascos (ELA-SOV) en 1911, modelo de sindicalismo cristiano de clase y reivindicativo, frente a otras formulaciones también católicas de sindicalismo mixto (con participación de la patronal).
En esta acción política influyó decisivamente un documento pontificio que marcará el devenir histórico-ideológico del nacionalismo vasco como organización de masas vinculada con la justicia social plena y universal. Me refiero a la encíclica Rerum Novarum (de las cosas nuevas), promulgada en 1891 por el Papa León XIII, que analizó los cambios de un fin de siglo pleno de desigualdades, exigiendo que la fuerza del trabajo no fuera considerada una mercancía, que se condenara la lucha de clases y se otorgara al Estado la misión de promover el bien público y el privado (tesis estas antitéticas del laissez faire, laissez passer liberal).
Era este un documento pontificio que tomaba como base la obra del obispo de Maguncia Emmanuel Von Ketteler, conocido como “el obispo obrero” que hizo suyo el concepto de función social de la propiedad desarrollado por el jurista francés del siglo XIX León Duguit como un intento de sostener una perspectiva limitativa de la propiedad privada. Una teoría, la de este especialista galo en Derecho Público cuyos antecedentes más directos nos acercan al filósofo positivista Augusto Comte y al sociólogo alsaciano Emile Durkheim que defendió la solidaridad como herramienta de cohesión social. Para Duguit, el derecho a la propiedad no podía dar lugar a que el propietario pudiera dejar “sus tierras sin cultivar, sus casas sin alquilar y sus capitales inmobiliarios improductivos”.
Volviendo al hilo narrativo, el documento papal Rerum Novarum buscaba la colaboración entre clases sociales para consolidar una “tercera vía intermedia entre el capitalismo degradante y el socialismo marxista”.
Como se puede comprobar, ese concepto de “tercera vía” constituirá el sustrato ideológico de la corriente política demócrata-cristiana, cuyo primer congreso europeo se había celebrado en 1897. Y, por supuesto, se convertirá en un concepto absolutamente interiorizado por el PNV a lo largo de su historia.
La encíclica de Gioacchino Pecci, caracterizó al capitalismo como causa de pobreza y degradación de los trabajadores y concretó otros aspectos relacionados con el proletariado como el descanso dominical, la prohibición del trabajo infantil, el justo salario y la previsión social (aspectos estos ya considerados en el Manifiesto-Programa del PNV). Con la asunción de dichos principios pontificios, el nacionalismo vasco trazaba una línea fronteriza insalvable con una jerarquía católica española tremendamente reaccionaria e integrista, fomentadora del “patrioterismo de la guerra colonial” y que había contribuido con su actitud a la proliferación de sentimientos y conductas anticlericales.
A falta de mayores concreciones ideológicas, el PNV comenzó a hacer de la doctrina social de la Iglesia el sustrato principal de su actuación en un proceso lento pero continuado que, como veremos, lo situó, tras la Segunda Guerra Mundial, en el grupo fundacional de la Democracia Cristiana Europea. Una actuación de índole social progresista que se concreta en la praxis profesional del joven abogado navarro jelkide Manuel Irujo Ollo quien a partir de 1912 se iba a convertir, en palabras del insigne historiador navarro José María Jimeno Jurío en el abogado de “jornaleros y desheredados, cualquiera que fuera su ideología política”.
En aquella época, concretamente en 1916, el nacionalismo vasco había cambiado su denominación oficial, pasando a ser Comunión Nacionalista Vasca, un término que, en contra de lo que erróneamente se suele opinar, no resulta una afirmación de postulados religiosos sino la interiorización de un concepto posteriormente muy utilizado por José Antonio Agirre: el concepto de pueblo en marcha. Un concepto comunionista que, como señala el profesor Santiago De Pablo, “buscaba representar a un pueblo en marcha hacia la libertad por encima de luchas partidistas”.
Gracias Patxi,por este artículo tan interesante.
Me gustaría verlo publicado en un diario del PNV.Anuncias una segunda aportación,la leeré y opinaré humildemente,cuando tercie
Te adelanto que no he sido capaz de acabar con los ejercicios espirituales de IÑIGO DE LOYOLA y que he leído muchas de las cartas del de Javier,al rey portugues.
Me refiero a FRANCISCO DE JASSO Y AZPILICUETA,noble navarro enfrentado con la nobleza castellana de Azpeitia