Jon Urtubi
Todavía bajo el impacto y el horror de las escenas que contemplamos, pretendemos analizar y discernir sobre el alcance de la infame y execrable matanza contra los inocentes perpetrada el sábado pasado en el sur de Israel. Conocemos el diagnóstico de quienes producen hoy pensamiento, dispuesto para ser consumido sin que nadie cuestione la ideología que alimenta el rebaño. Ese que nos invita a prescindir de la conciencia personal para sustituirla por los axiomas de los que están lejos de nosotros, del pueblo vasco. Ellos, nos indican el camino indicado. Pero ese camino lleno de elementos comunes compartidos por una opinión pública aún no del todo domesticada, jamás fue el nuestro, el de los nacionalistas vascos, que tanto tenemos en común con Israel.
Limitémonos a repetir el axioma, escuchado hoy a través de muchos -no todos- medios de comunicación occidentales. En los españoles, más que en ninguna otra parte. La ocupación israelí del territorio palestino, propiciado por la reiterada violación de las resoluciones de Naciones Unidas para el conflicto, produce muerte y desolación. Los judíos, perfectamente conscientes de hacer daño al imaginario cultural árabe y musulmán, violentan una y otra vez la Mezquita de Al-Aqsa. No es de extrañar que cansados de la represión y motivados por su desesperación existencial, haya palestinos que salgan de sus fronteras para lo que no son otra cosa que actos de autodefensa, que no tienen otro sentido que el de responder a las injusticias hebreas. Este es el argumento para ser consumido en Occidente. En España más que en cualquier otro lugar. Debemos desligamos de la atrocidad para enmarcarla en un contexto que la explique. Aunque, en el caso de la vicepresidenta de España Yolanda Díaz, la justificación –cuando no la simpatía- rebase claramente el límite de la explicación.
Según proclamó en un comunicado Hamás, los ataques del sábado 7 de octubre son una respuesta a la violación de la Mezquita de Al Aqsa por parte de las autoridades hebreas. Pero, la mezquita que está en la ciudad vieja de Jerusalén, nunca fue arrebatada a los palestinos. No es un territorio ocupado. Es un territorio anexionado, que en 1967 se hallaba bajo control jordano y egipcio. Jordania y Egipto de ninguna manera pensaban en ceder ese territorio al futuro estado palestino. En el lejano 1948, el estatus de Jerusalén quedaba bajo control internacional en la partición del territorio en dos estados, propuesta y votada por la ONU. La Mezquita de Al Aqsa es un lugar de oración musulmana bajo control jordano en la actualidad. Los judíos solo pueden acudir al templo como los cristianos, como turistas y bajo estrictas medidas de seguridad. Ni Israel gestiona Al Aqsa, -lo hace Jordania-, ni ha tenido nunca la intención de violentar el culto musulmán en la mezquita.
Todas las intervenciones israelís en la esplanada de las mezquitas fueron motivadas por el lanzamiento de piedras a los fieles judíos en el Muro de las lamentaciones. Toda intervención israelí siempre vino precedida de un ataque árabe, que de manera interesada progresó para llevar el enfrentamiento al lugar sagrado de los musulmanes. Si las autoridades israelíes tuvieran interés en profanar los lugares santos de aquellos, no tendrían ningún tipo de obstáculo para hacerlo. Pero, sabemos que nada de eso ocurre en un país con estándares occidentales, donde la religión de cada quien es algo que pertenece al ámbito de su conciencia. La masacre del sábado 7 de octubre no ha sido una respuesta a la violación de la mezquita. Los últimos incidentes en Al Aqsa son de abril de 2023, cuando Lucy Dee, de 48 años, y sus hijas Maia de 20 y Rina de 15 -víctimas que en Occidente no tienen ni nombre, ni rostro-, fueron asesinadas por un terrorista palestino que disparó contra su automóvil durante la fiesta del Pesaj –la pascua judía-. Ese fue el hecho que desencadenó los incidentes en la Mezquita de Al Aqsa.
Sobra decir que no esperamos grandes dosis de sinceridad de quienes son capaces de decapitar a criaturas casi recién nacidas. El ataque de Hamás ha sido preparado conjuntamente con Irán para cortocircuitar el acuerdo histórico que se está ultimando entre Arabia Saudita e Israel. Con la masacre, Hamás espera el retalión hebreo para causar víctimas civiles musulmanas y poner así al gobierno saudita en evidencia ante su propia población. La milicia sunní hace tiempo que actúa en comandita con la inteligencia chií de Teherán. Los tentáculos de Irán hace tiempo que además de por medio de Hezbolá en el sur del Libano, llegan a la franja, surtiendo de material armamentístico de largo alcance a quien en principio es su adversario sunní, las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, el brazo armado de Hamás y autora de la incursión en territorio israelí del pasado sábado. El ataque en sabbath, último día del sucot israelí, la fiesta donde las familias pasan el día en cabañas, simulando la antigua vida de las familias de la Biblia, muestra aquí la voluntad de atacar el corazón de la cultura hebrea. Nada más satisfactorio para la mente terrorista que acusar a su víctima de asesina y mancillar su reputación acusándola de ser responsable de su propia muerte. Hemos sido testigos de una manifestación en Madrid tergiversando de manera colectiva el terrorífico escenario que nos trae el terrorismo. Los manifestantes vociferan contra los asesinos israelíes y las víctimas palestinas. Pero, más allá de la carnicería de quien es capaz de entrar a degüello a por niños y ancianos en silla de ruedas, el ataque constituye una operación política y táctica de largo alcance.
No cometamos el tradicional error de considerar primarios a quienes emplean su inteligencia para cometer las mayores barbaries de la que es capaz el ser humano. No es baladí el carácter estratégico de este ataque a gran escala que pretende evitar la histórica política de pactos con los países árabes establecida desde finales de los 70 del siglo pasado por Israel. Hassan Nasrallah, el secretario general del partido Hezbolá afirmó ya el año 2005 en una entrevista, que era una quimera pensar en la derrota militar del estado de Israel, toda vez que la política exterior del gobierno hebreo propiciaba acuerdos militares con estados otrora acérrimos enemigos de guerra. En aquella entrevista, Nasrallah afirmaba que la labor tanto de Hezbolá como de Hamás debía ser la de la guerra prolongada. Mantener focos calientes de enfrentamiento continuado para volcar toda la esperanza en la contradicción interna que suponía para la política israelí el enfrentamiento entre dos polos del país: los favorables a desarrollar y firmar la paz con los palestinos y los que estaban en contra. Para Nasrallah, la estrategia para la paz, es una estrategia para la guerra – también lo fue para la OLP de Arafat-. 18 años después, caemos en la cuenta de que el análisis no era descabellado. El ataque del sábado, no llega solo en pleno proceso del acuerdo saudí-israelí sino en medio de un enfrentamiento interno en Israel sin precedentes y motivado por el proyecto de reforma del poder judicial del presidente Netanyahu. Los analistas más reputados de la política hebrea coinciden en señalar que semejante polarización del escenario político israelí solo es comparable al clima de enfrentamiento civil que se produjo en la mitad de la década de los 90.
Los israelíes fueron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, ocupando territorios que iban más allá de la línea verde acordada por la ONU en 1948. ¿Cuál ha sido la postura de Israel respecto a la ocupación de territorios? Después de 1967 y tras dos guerras vencidas al imperialismo árabe, Israel dejó claro que consideraba aquellos territorios como terreno conquistado al enemigo. La guerra del Yom Kipur y su resultado, también con victoria hebrea, no solo consolidó esa posición, sino que la apuntaló con la conquista a Siria de los Altos del Golán. Pero, con el paso del tiempo esa postura israelí se matizó y una vez que iba firmando acuerdos de paz con los países históricamente atacantes como Egipto o Jordania, el país hebreo dejó de considerar tabú la posibilidad de retirarse a las fronteras de la línea verde de 1948, como le exigen las resoluciones de la ONU.
Recordemos que fue el imperialismo árabe quien atacó y no acató el nuevo estado de Israel, cualesquiera que fueran sus fronteras. Como tampoco acataron el estado palestino resultado de la partición. Esto es algo que se obvia en todas las tertulias políticas sobre el conflicto. Los palestinos tampoco se mostraron interesados en su propio estado, reconocido, sin embargo, por los hebreos. Su aspiración consistió en que no querían que hubiera estado hebreo en la que consideraban que era su tierra santa. Esas resoluciones de la ONU de retirada a la línea verde aún no se han cumplido. Tan cierto como que se ha puesto encima de la mesa negociadora, iniciada siempre a propuesta de Israel. ¿Qué ha hecho Israel que demuestre su voluntad de llegar a un acuerdo con respecto a retirarse a las fronteras de 1948? ¿Ha habido voluntad de Israel de firmar y sellar la paz para siempre con los países árabes y con las diferentes vanguardias políticas palestinas a lo largo de los años?
En Oslo 1993 con Isaac Rabin y Arafat, los israelíes ofrecieron la autonomía de Cisjordania y Gaza a los palestinos, dejando para el final de los acuerdos la controversia sobre el estatus de la ciudad de Jerusalén. Una vez se firmó el traspaso de poderes, la OLP se enfrascó en una cadena de atentados terroristas que asolaron el país, con el primer ministro, Rabin, el halcón de la guerra del 67, enarbolando la bandera de un acuerdo definitivo con los palestinos para su pueblo. Arafat afirmó no saber nada de aquellos atentados. Se limitó a señalar que eran una forma de torpedear el proceso de paz. ¿Decía Arafat la verdad? No sabemos discernir si Arafat afirmaba que, a pesar de los atentados, él continuaba apostando por la paz, o si, por el contrario, entendiendo la literalidad de su aseveración, lo que conseguían esos atentados era precisamente impedir la paz. En cualquier caso, esos atentados dejaron políticamente al primer ministro Rabin contra las cuerdas. Irán se sumó a la cadena de atentados, perpetrando la masacre contra la embajada israelí en Buenos Aires, causando 22 muertos en 1992. Y, el que se considera el mayor atentado de la historia de Argentina contra la AMIA –Asociación Mutual Israelí-Argentina– en Buenos Aires en 1994, con un saldo de más de 80 personas asesinadas. Pero en 1995, el denominado proceso de paz de Oslo acabó cuando un ultraderechista israelí asesinó al primer ministro Rabin en el contexto de un país dividido en dos: los que apostaban por Oslo y los que apostaban por enterrarlo. En 1996, el espectro israelí contrario al proceso de negociación, con Netanyahu a la cabeza ganó las elecciones. Allí acabó el proceso de paz. Con un poder autonómico para los palestinos y la muerte para Rabin. Y allá emergió la persona que más años ha ocupado el cargo de primer ministro en Israel, Bibi Netanyahu.
Pero, el Partido Laborista volvió a ganar las elecciones en 2000 y el primer ministro Barak quiso retomar la hoja de ruta de Oslo en la cumbre de Camp David-2, que juntó a Ehud Barak y el cairita Arafat. La mesa de negociación todavía implementaba la hoja de ruta de Oslo –en realidad, la resucitaba, Barak llegó a afirmar que se lo debía a Rabin-, y ofreció a los palestinos, como último borrador hebreo, el control para la autoridad palestina sobre el 98% del territorio de Cisjordania –la posición judía en la cumbre había comenzado ofreciendo un 90%-. El 2% restante quedaba bajo un régimen especial del estado judío sobre los hebreos de los asentamientos cisjordanos –Judea y Samaria para los hebreos-, que se desplazarían a un territorio limítrofe. La delegación palestina rechazó el acuerdo nuevamente. Al igual que ocurrió en 1996, la derecha del Likud volvió a ganar las elecciones de 2003 con otro halcón, Ariel Sharon a la cabeza.
Entonces se produjo un hecho que causó un terremoto en la sociedad israelí. Por primera vez, un líder de la derecha, Sharon se implicaba activamente en la hoja de ruta y establecía por su cuenta un plan de retirada unilateral de los territorios ocupados. Así, en 2005, el mismo ejército israelí desmantelaba los asentamientos de Gaza y expulsaba a sus propios ciudadanos israelís de la franja. El hecho causaba una verdadera conmoción en el país donde Sharon fue acusado de traidor a Israel, como lo fue Rabin en su día. Los medios occidentales llegaron a publicar noticias explicando que lo que ocurría en Gaza era un montaje televisivo grabado en el desierto del Neguev. Sharon ordenó evacuar además cuatro grandes asentamientos de Cisjordania. De lo que se trataba de facto, era de ir aproximándose a lo que había sido la hoja de ruta de Barak en Camp David-2, pero de forma unilateral, esta vez, sin contar con los palestinos. Esos sucesos produjeron la escisión en el Likud, el viejo partido de la derecha israelí, que se partió en dos por las diferentes posturas ante el dilema de seguir la hoja de ruta de manera unilateral, o darla por enterrada.
En 2007, ya con Ehud Olmert como primer ministro y miembro de Kadima, el partido escindido del Likud, favorable a seguir la hoja de ruta, propuso lo que se conoció como el Plan de Elón, que tuvo como protagonistas al propio Olmert y Abu Mazén como líder palestino, muerto ya Arafat. El plan ponía encima de la mesa un plan integral de rehabilitación para los palestinos desplazados por las contiendas bélicas de 1948, 1967 y 1973 y un plan renovado respecto al plan unilateral de Sharon dos años antes. También en esa ocasión, la delegación palestina se levantó de la mesa. Todo le parecía poco.
Artículo más que necesario para poner en contexto lo que sucede. Con detalles necesarios para formarse una opinión independiente del pensamiento dominante pro palestino. Veo por las calles y gaztetxes de Euskadi soflamas y pancartas en apoyo a Palestina, pasando por encima de cadáveres de niños degollados. Tiene que ser de puta madre ser rojo de salón.