Jose Manuel Bujanda Arizmendi
1– Lo educativo también da pie a la imaginación. También permite cerrar los ojos y soñar, intuir, decidir, valorar, inventar, rectificar, apostar, intentar, arrepentirse de lo audaz. Incluso hacer que todo parecería real sin serlo. Jugar a lo irreal como la vida misma real. Bien. Estas líneas son la aclaración ficticia de un profesor que ya no lo es, pero sí que lo fue durante largos años aunque casi lo tiene por un pasado inventado. Aclaración (2) a una carta (3) que nunca existió de un tutor que nunca fue, pero que pudo haber sido ante una madre inexistente que supuestamente se enfadó ante un artículo inventado. Pero que todo podría ser perfectamente real y constatable la existencia de un docente-tutor responsable y comprometido en su ilusionada juventud que al final de un curso escolar bastante conflictivo se ve en la obligación profesional de escribir una nota a los padres-madres de los alumnos que pueblan el aula de la cual es su tutor. Y que aprovechando la situación y obviando nombres y detalles que podrían llegar a la identificación de alguien decide con el visto bueno y permiso de la no existente Directora del irreal Centro Escolar supongamos que decidiera mandarlo como supuesto artículo a un periódico irreal. Y una supuesta lectora, Mertxe, protesta en la sección de Cartas al Periódico mostrando su indignación. Este tutor-docente inventado le contesta y le da todo tipo de aclaraciones a su publicado artículo. En resumidas cuentas estimados lectores, decidan ustedes que parte hay en estas líneas de irreal o ficticio. Todas estas líneas, eso sí se lo aseguro, son tan irreales como real lo es la vida misma.
2– Aclaraciones a “Carta a unos padres-madres”. ”Estimada Mertxe. Por medio de estas líneas intentaré aclarar algunas cuestiones que usted ha planteado en esta sección en relación al artículo que escribí. Como primera cuestión le indicaré que llevo en la enseñanza docenas de años, he sido profesor, tutor, jefe de estudios y director en diferentes lugares. Como segunda, le indicaré que este curso escolar he ejercido como tutor. Como tercera, la Carta no va dirigida a ningún padre o madre en particular. El contenido del artículo que le ha llegado a indignar, es la suma de pequeñas piezas de un puzzle que le aseguro es real como la vida misma y de las cuales he sido testigo durante este curso y los anteriores. No me desentiendo de mis obligaciones, ni cargo las culpas a los padres, no descalifico, describo con vehemencia lo objetivo, cierto y real. Gracias de todas maneras por llamar a mi responsabilidad, tomaré en consideración su consejo, todos somos mejorables.”
3– “Carta a unos padres-madres”. Ha finalizado ya el curso escolar. Permítanme una serie de reflexiones nacidas al hilo, y con motivo, de las largas y periódicas comunicaciones que como tutor de su hijo/a he mantenido con ustedes a lo largo del curso. He llegado a una conclusión, y créanme que le he dado más de una vuelta, pero sé que no será de su agrado. Estimo que su vástago reúne las características del típico adolescente consentido que ha encontrado la manera de chantajear emocionalmente a sus progenitores y de manejarlos a su antojo y libre albedrío. Créanme que me gustaría estar equivocado. Me cuesta entender cómo ustedes son capaces de escucharle sin reaccionar ante todas y cada una de las particulares versiones que mi alumno/a les cuenta, y cómo, además, ustedes, actúan ninguneando sistemáticamente la autoridad de este tutor con tal de no ponerle ningún límite a los despropósitos de su hijo/a. He llegado a la conclusión, y a los hechos me remito, que ustedes, por acción u omisión, no quiero decir que es resultado de una decisión premeditada, pero sí que dimitieron hace tiempo de su papel de madre-padre. Y creo también que hoy es el día en que ustedes en el ámbito de la responsabilidad que les atañe no adoptan ninguna actitud responsable que contribuya a una correcta, en el más amplio sentido de la palabra, educación de su hijo/a. Con esa actitud de no ponerle límites de ningún tipo, ustedes están colaborando a formar una persona insegura e intolerante ante el mínimo fracaso, una persona caprichosa y tiránica. Ustedes no pueden consentirle todo a todas horas, no pueden desautorizarme sistemáticamente en su presencia, se equivocan completamente en desacreditarme, no pueden continuar creyendo a pies juntillas todo lo que se le ocurra a la calenturienta y egoísta imaginación de su vástago. “Bien vale París una misa” es un error que ustedes y su vástago lo pagarán caro. No avalen la sensación de impunidad de su proceder, consigan que entienda que la confianza se gana con esfuerzo continuado.
Háblenle de que en la vida existen derechos, pero también obligaciones. Y que él/ella también los/las tiene. No le dejen, por el simple hecho de tener que decirle que no, salir hasta cuando le de la real gana, ver la tele, utilizar el ordenador, el tuenti, el facebook, el tic-toc y el largo etc al que les impone su infante, sin ningún tipo de restricciones, control, límites ni criterio alguno. Incúlquenle que la infracción a las normas tiene en la vida real su correspondiente coste y penalización. Les recuerdo que sin una mínima disciplina personal, orden, ni estructura de funcionamiento no hay nada que hacer. No sigan pensando que todavía es un/a tierno/a y delicado/a infante y que ya aprenderá cuando sea mayor, pues entonces será demasiado tarde, ojala me equivoque, pero no lo creo. A estas alturas tengo muy asumido que he sido señalado como el máxime responsable de todo lo no-deseado por él, o ella, máxime culpable de todo lo que no satisfaga sus falsas expectativas creadas artificialmente, en una palabra, máxime reo de todo lo que no encaje a la perfección en los caprichos incumplidos de su hijo/a. Y qué decir de los no-logros en cuanto a su discurrir académico. Pero el problema, créanme, seguirá siendo de ustedes, no mío, al menos, no mío del todo. Miren, a su hijo/a, le dejaré de ver en dos o tres años como máximo, pero ustedes lo van a tener que aguantar, caprichosamente apalancado en su butaca, holgazán frente a la pantalla del portátil o de la play, ocioso y aburrido, haciendo lo que le venga en gana, cuando le venga en gana y con quien le venga en gana. Vagabundeará de la sopa boba de sus progenitores y ustedes no podrán ya hacer nada, porque cuando lo pudieron hacer dimitieron de sus obligaciones.
Me indigna que su infante piense con patética naturalidad que, yo, su tutor, debiera ser, tan manipulable, blandengue, dócil y voluble como ustedes. Y que al no serlo, con mis aciertos y mis equivocaciones, se extrañe y se rebote chulescamente sin límite alguno. Me preocupa. Les aseguro que he visto durante años a adolescentes sin referencia alguna, sin capacidad para remontar la frustración, estrellarse, y ello por la irresponsable desidia de sus progenitores, adolescentes que no conocen el esfuerzo continuado, con un nivel de frustración mínimo y desconocedores de eso que entendemos por apretar los dientes y seguir. Me apena.
Termino. Espero sinceramente que ustedes algún día decidan, y acierten, cumplir con el papel que les corresponde. Y permítanme una última cuestión: ustedes no son, no pueden pretender ser, los colegis de su vástago/a, tolerantes hasta la exasperación fruto ello de sus propias e íntimas imperfecciones y sueños incumplidos. Perdónenme, pero es lo que sinceramente creo. Ustedes son o deben ser, sencillamente, su padre y su madre, ni más ni menos y va siendo hora de que ejerzan como tales. Su papel es imprescindible e intransferible, su quehacer es insustituible. Cuando llegue ese momento y asuman su responsabilidad, tengan la seguridad de que me volverán a tener a su entera disposición para lo que ustedes necesiten de mí, y lo haré encantado. Felices vacaciones y hasta septiembre. Atentamente. Su tutor”. Hasta aquí la carta.
Lo leído, estimado lector, estimada lectora, ¿en qué porcentaje puede ser real y/o irreal?.