Gabriel Otalora
El escritor Ricardo Piglia decía que existe una tensión entre el acto de leer y la acción política, entre lectura y decisión, ya que muchas veces lo que se ha leído es el filtro que impulsa a la acción. Lo cierto es que la historia nos muestra que leer influye en la esfera política a través de gentes que han sido transformadas por la lectura. Algunos ejemplos son muy notorios; recuérdese la influencia de El príncipe (Maquiavelo), Rebelión en la granja (George Orwell), El contrato social (Jean Jacques Rousseau) o La república (Platón). Otros no lo parecen tanto, como es el caso de Fedor Dostoievsky, cuya influencia es indudable en la política a través de sus novelas.
Lo traigo a colación ahora porque fue en abril (1849) cuando Dostoievsky fue declarado culpable de planear la distribución de propaganda subversiva y condenado a muerte junto a un grupo de intelectuales fascinados con las teorías socialistas utópicas francesas. Tuvo suerte, porque estando ante el pelotón de fusilamiento, el zar le conmutó la pena de muerte por una pena de trabajos forzosos. Como escritor, Dostoievsky influyó en la política más allá de las fronteras rusas y de su siglo, cuando denunció a través de algunos de sus personajes la justificación de matar en nombre de las ideologías anticipando el surgimiento del Estado totalitario. Y lo hizo mediante la descripción de cómo las ideas pueden cambiar las vidas humanas a través de la lectura, convencido de que institucionalizar cualquier servidumbre era profundamente inmoral.
El materialismo francés que en Inglaterra se llamó utilitarismo llegó a aquella Rusia bajo el nombre de «nihilismo» a pesar de que los nihilistas rusos sí creían fervientemente en algo, en la ciencia. Y en su nombre quisieron destruir las tradiciones religiosas y morales que habían guiado a la humanidad en el pasado.
Hoy en día sentimos algo similar y Dostoievsky advierte con su literatura del resultado de abandonar la moralidad sana en nombre de una idea de libertad nihilista que aun pretende sustentar un tipo de tiranía más extrema que cualquiera de las del pasado. Echemos una mirada rápida al Tercer Mundo y a algunas propuestas totalitarias no muy alejadas de nosotros. Es ahí donde las ideas de Lenin se movieron –y se mueven– tan exitosamente dispuestas a cometer cualquier amoralidad si sirve a los objetivos. Pero como anticipó Dostoievsky, el uso de métodos inhumanos para conseguir un nuevo tipo de libertad produjo una forma de represión con un alcance mucho mayor que las crueldades del zarismo en forma de las dictaduras comunistas, sobre todo con Stalin y Mao.
Él tuvo la intuición de que las ideas escritas podían ser más reales e influyentes que la personas de carne y hueso. Lo más peligroso no son las personas totalitarias sino las ideas que las esclavizan; convertir nociones abstractas en ídolos, lamina a muchos inocentes en el intento sacrificando de intentar servirlos borrando, de paso, lo mejor del ser humano en quienes así actúan. Es tan universal que cuando del poder se trata, no hay mucha diferencia práctica con las dictaduras de derecha en la utilización despótica de la violencia justificada con tal de lograr sus objetivos totalitarios, envueltos en el celofán de las nobles causas.
Ante esto, ¿qué podemos hacer hoy, si es que podemos hacer algo? Entre nuestras opciones compatibles con la verdadera libertad, está la educación de las futuras generaciones de líderes y ciudadanos. Aunque no haya manuales de ingeniería política que puedan asegurarnos el futuro que quisiéramos, el hecho de contar con una sana tradición intelectual nos enseña a valorar, a través de la lectura, los resultados de aplicar conductas éticas que hagan posible una vida política que pueda mejorarse a sí misma sin autodestruirse en el intento. Algunos pensamos que la lectura práctica de esta tradición enseña a no caer en algunos de los problemas «de siempre» a la vez que nos impulsa a mejorar como comunidades humanas conservando lo que merece la pena.
En medio de tantas dudas y perplejidades por el momento en el que estamos, si las lecturas de Nietzsche, Engels, Mao y compañía han sido capaces de revolucionar a sociedades enteras durante decenios y en diferentes lugares del planeta, podría suceder que impulsando desde la política lo mejor de la tradición clásica griega, los valores evangélicos y la ética de escritores como Dostoievsky, fuésemos capaces con el ejemplo consecuente de influir adecuadamente en las generaciones que pronto les tocará liderar la sociedad.
Siempre estamos a tiempo de establecer mediaciones entre pensar, sentir y la vida real para dejarnos influir por la mejor literatura y filosofía de la historia buscando siempre actuar como personas maduras y libres con ejemplos dignos de alabanza y seguimiento. La peor actitud, sin duda, es seguir mansamente la corriente sin importar adonde vaya.