Josu Besoitaormaetxea
Recientemente hemos visto nuevas intromisiones del poder judicial en el poder político. No es la primera vez. Ha existido un recurrente estilo de hacer política a golpe de Sentencia; no hay más que recordar la judicialización del conflicto político catalán.
Hay que traer a colación que el cacareado mantra de los jueces y periodistas que hablan de su independencia, de su poder, como algo liberador y garantista como controlador del pérfido poder político, en su vertiente de poder legislativo y poder ejecutivo, resulta absolutamente FALSO.
Es falso de base, porque en España el poder, de los medios de comunicación estatales que están ahogados en subvenciones y prebendas del Gobierno Sanchista, es el de ser altavoces de la voz de su amo.
Por otro lado, el poder judicial está controlado por los dos partidos mayoritarios de la Cámara de Madrid: PSOE y PP. Esta especial manipulación de la Justicia, que además se imparte siempre en nombre del Rey, hace que los órganos importantes de la judicatura sean tentáculos del centralismo más recalcitrante.
Los puestos de estos órganos judiciales, que serán los que deberán juzgar siempre a los políticos por su especial aforamiento, son cromos que intercambian PP y PSOE.
Si se quiere ascender en la judicatura todo pasa por contentar al bipartidismo tradicional. Eso mimo ocurre en una Fiscalía de obediencia ciega jerárquica cuyo escalón más alto, Fiscal General del estado, es elegido por el Gobierno entrante.
La queja de la politización de la Justicia lleva implícita que esos sacerdotes laicos de sotanas bordadas esconden personas con los mismos vicios y virtudes que el resto de los viles humanos justiciables. Y que si la política enturbia el corazón y criterio de los jueces es porque ellos son muy sensibles a los cantos de sirena de los partidos centralistas, y los humanos bajo las togas se dejan corromper mundanamente.
Si no hubiese aceptación, la tentación carecería de sentido, por saberse inútil. Existe propuesta, porque recibe eco y tiene consecuencias. Pero en esa simbiosis arribista, heredera del Estado Franquista de vasos comunicantes, todo vale y todo viene bien para medrar y subir en una escala de puestos basculantes.
Por eso nos encontramos con jueces estrella, con jueces metidos a ariete de ejecutivos autonómicos, a Tribunales podadores de Estatutos de Autonomía, con Fiscales que actúan en defensa de Infantas, con cloacas que salpican a ex -jueces políticos amantes de ex – ministras Fiscales Generales, con un batiburrillo de comisarios, cargos policiales, cúpulas militares y entramados judiciales que no nos recuerdan a las fiestas de pueblo con las fuerzas vivas presidiendo el festín en blanco y negro.
Y es que el poder judicial per se no tiene ninguna virtud extra que no tengan los demás, y ese empeño y esa arrogancia con la que se dicta la VERDAD ABSOLUTA, lo convierte en el más peligroso candidato de todos los poderes para constituir él mismo una élite absolutista. Se convierte así de forma mesiánica, paradójicamente, en ejemplo de lo que supuestamente debe controlar, el poder absoluto