Gabriel Otalora
Espero que estemos de acuerdo en que es una buena noticia que los humanos seamos diferentes. Tener gustos distintos y modelos culturales plurales aceptando la diversidad política, cultural, religiosa y personal nos enriquece, me parece a mí. Pero incluso cuando hablamos de afinidades, las aficiones de equipos deportivos rivales o incluso las selecciones nacionales en grandes eventos mundiales no hacen sino propiciar las sinergias positivas cuando hay respeto a la diversidad, escucha al diferente y orgullo sano de pertenencia a un colectivo. Las personas solo somos iguales en derechos y deberes básicos (ojalá lo consigamos algún día). En todo lo demás, la libertad humana nos empuja a comportarnos sin la uniformidad que borra toda suerte de creatividad y sinergias.
Viene a cuento lo anterior ante el titular de Emmanuel Macron aprovechando el acto de celebración del centenario del final de la Primera Guerra Mundial ante decenas de jefes de Estado: “El patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo, es su traición”, al tiempo que equiparaba nacionalismo y guerra, copiando lo que dijo años antes François Mitterrand.
Lo cierto es que no hay manera de entender a este populista, al menos con las grandes declaraciones legales en la mano. En España, sin ir más lejos, se recurre constantemente a “nación” y “patria” para referirse a la realidad española entendida como colectividad que siente unas mismas creencias y bandera. En su Constitución se dice (artículo 2) que ella “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Nación -en mayúscula, como nombre propio- y patria, juntas en el fundamento constitucional español.
La expresión “patriotismo constitucional” nació con parecido objetivo. Es una expresión de Rodríguez Zapatero en su época de presidente del Gobierno para que su nacionalismo legítimo no se contaminase con sentimientos nacionales tan legítimos como el suyo. La paternidad de la expresión pertenece al filósofo alemán Jürgen Habermas, pero este la acuñó con una intención diferente, la de alejarse de los nacionalismos convencionales como el alemán, español o catalán, al entender que los ciudadanos de cada país tenían una identidad posnacional que trasciende sus tradiciones culturales. Habermas estaba pensando en el macroproyecto europeo a medio construir basado en valores universales “constitucionales”. Pero una cosa es lo que quería y otra los sentimientos patrióticos y nacionalistas, sí, de todos y cada uno de los países europeos con Estado y de todas las patrias sin Estado que aspiran a su reconocimiento nacional. Y si algo no se debiera penalizar nunca son los sentimientos.
Aznar ha utilizado también esta idea del filósofo alemán para defender un renacimiento del patriotismo español más ultraconservador, ocultándolo tras una defensa a ultranza de la Constitución. Su patriotismo constitucional fue presentado como una vía glamurosa que encuentre soluciones de futuro con el objetivo real de convertirse en lo contrario, esto es, en una muralla que afiance algunos nacionalismos supremacistas y uniformizadores. Y, de paso, desprestigiar a otros nacionalismos y sentimientos patrióticos democráticos de distinto signo. Un puro maquillaje para camuflar un fundamentalismo español, el de Aznar y de los que sienten como él, quienes se han mostrado siempre contrarios a una idea federal de Europa.
La barrera entre buenos y malos no está entre los sentimientos patrióticos y nacionales. Son lo mismo, como dice la Constitución Española. La verdadera barrera está en la xenofobia y la falta de respeto al diferente y a las minor2ías, prescindiendo de la Carta de Naciones Unidas. Allí donde alguien no se somete a las básicas normas democráticas y no reconoce la diversidad humana en sus sentimientos colectivos más íntimos que buscan modelos de organización política, ni tampoco respeta la pluralidad de sentimientos de pertenencia, ahí es donde comienzan los totalitarismos identitarios, se vista la mona como se vista, que mona seguirá siendo. Las dos Guerras Mundiales y el franquismo fueron pasto de esto.
¿Quién es Macron sino el adalid de un aparente populismo reinventado a quien sus críticos definen como un autómata de laboratorio con pinta de ser humano agradable? Ahora tenemos que añadir su bajeza en la manipulación doctrinal de los sentimientos patrióticos que no esconden las muchas ganas de sentirse nacionalista francés, pero con diferente nombre, para demonizar a los que sienten a Córcega como su nación. No sea que las nuevas generaciones hilen fino y concluyan que ambos sentimientos patrióticos, el corso y el francés, tienen el mismo derecho al reconocimiento legal. Macron debe inventarse algo mejor para ser creíble aunque del infundio siempre queda algo. Siempre.