Gabriel Otalora
La mayoría de los habitantes de España se sienten españoles y no hay problemas especiales con la identidad y sus sentimientos, a pesar del impacto de la inmigración. La cosa cambia al referirnos pongamos que a Catalunya, que está de moda. Aunque la mayoría de su población se siente primero catalana -o solo catalana-, lo que incluye a buena parte de Podemos, a las gentes de Ada Colau y algunos socialistas, existe un colectivo minoritario pero significativo que se siente español o más español que catalán. En circunstancias normales, cada cual vive y se emociona con sus símbolos y la convivencia se ha mantenido en paralelo a sus identidades, más allá de las leyes y del reconocimiento de derechos.
El problema estalla cuando se pretende enlatar jurídicamente los sentimientos y casi obligar a que todos participen de lo que no es, ni de lejos, una uniformidad. Es entonces cuando la realidad se violenta y salen los demonios a pasear. Con el reconocimiento a Catalunya como nación y a la que se le da una estructura autonómica acorde con sus sentimientos de nación catalana, las cosas del seny hubiesen ido por los derroteros de la normalidad a pesar de las lógicas tensiones periódicas que, como la marea, a veces son inevitables. De hecho, la identidad política de cada individuo, en un mundo de Estados nacionales, viene dada por su pertenencia a una nación, siendo todas las otras características colectivas accesorias. Así y todo, nadie se identifica como nacionalista español.
Los ‘nacionalistas’. Utilizar el sustantivo nacionalista solo para denigrar, cuando quien lo hace está demostrando serlo con igual o mayor intensidad, no ayuda. Resistirse a que la legalidad recoja lo que es un hecho en la calle, un error. Es necesario el reconocimiento de la existencia de dos naciones en Catalunya, una mayoritaria y otra minoritaria, con igual derecho a expresarse y sentirse libre en sus manifestaciones identitarias. Escudarse en el riesgo de fractura social cada vez que los contrarios ganan posiciones, es cuando menos falaz: mientras en Catalunya la mayoría no dé guerra, aunque no le guste el estatus de que sus sentimientos se traten de subordinados, no hay fractura social. Pero en el momento en que la minoría españolista ve un riesgo de que la mayoría catalanista puede decantar la realidad jurídica hacia sus posiciones, entonces surge el alarmismo de la fractura social. Son tres ejemplos de cómo se pueden embridar torticeramente los sentimientos identitarios legales y legítimos.
¿De dónde sale que todo nacionalismo es perverso, señor Vargas Llosa? ¿También el suyo, a todas luces excluyente y en algunos momentos sectario? Nada es perverso hasta que se degrada en sus conductas. No solo puede degradarse el sentimiento nacional de una parte. Y cuando ocurre la degradación, se puede pasar de un sentimiento respetuoso y solidario que nos identifica, a una actitud xenófoba y racista;ocurre a veces entre los alemanes, los españoles, entre los vascos y, por supuesto, entre los catalanes.
Quienes afirman despectivamente que los nacionalismos simplemente diferentes al del Estado-nación de turno implican siempre una política de identidades se olvidan arteramente de que los nacionalismos unionistas también implican lo mismo. De ahí el necesario respeto a los diferentes sentimientos de identidad nacional. Esta manía de poner en un plano diferente a los sentimientos nacionales con el soporte de un Estado y en otro a los que carecen de dicho soporte, resulta ser una falacia.
Cuestión de respeto. En las selecciones deportivas se ve perfectamente las contradicciones: los que tienen una selección nacional con Estado pueden dar rienda suelta a su nacionalismo identitario sin preocuparse, ya que no serán juzgados por ninguna tribuna inquisitorial. Todo lo contrario ocurre a quienes animan a los colores nacionales de una nación sin Estado… dentro de un Estado.
Una comunidad nacionalista es una parte de la población movilizada en torno a sus sentimientos de pertenencia. En ningún sitio pone que deben ser determinados sentimientos, y no otros;lo que sí sabemos es que lo que hace ser una buena o mala opción es el respeto con el que se trata al resto de opciones, imponiendo o respetando la pluralidad nacional. No es cierto que los sentimientos nacionales tengan que ser excluyentes per se: lo normal es aceptar a un francés o un chino por lo que es como persona, obviando su sentimiento nacional. Del mismo modo, un catalán y un inglés pueden construir una excelente relación cada cual con sus sentimientos de identidad. Si los humanos somos diferentes y existe tal proliferación de culturas, etnias y sentimientos es porque cabe el enriquecimiento humano;arrasar las culturas es propio de dictaduras enfermas, sobre todo cuando lo normal es que no existan los Estados ni los contextos sociales puros, raciales ni ideológicos en las culturas grupales.
Todo el mundo habla de ceder soberanía a un ente político superior llamado Unión Europea. Pero nadie quiere ceder el sentimiento identitario colectivo amparado bajo un Estado. Se acepta que nos recorten la soberanía política y económica, lo que no se aceptan son recortes en los sentimientos de pertenencia e identidad (sobre todo cuando el consumismo globalizado lo ha despersonalizado todo) ¿Esto no es nacionalismo? ¿Solo es nacionalista quien aspira a legalizar esa realidad cuando no se tiene una bandera oficial detrás? ¿Por qué resulta legítimo preservar la identidad nacional en un Estado, y se cae en el peor descrédito al trabajarlo en una nación como Catalunya?