Koldo San Sebastián

Un ensayo reciente insistía algo ya que ya se sabía: el euskera no se había utilizado como lengua “para claves” por los militares americanos en la campaña del Pacífico durante la II Guerra Mundial. El origen de la leyenda estaba en un artículo de Ramón Arrieta, recogido luego en el meritorio libro de José Miguel Romaña Los Vascos en la II Guerra Mundial. Arrieta describía con pelos y señales quiénes y cómo se empleaban las claves, superando incluso en efectividad a los indios navajos. La cuestión era que en el “bando japonés” (para entendernos) también había vascoparlantes. La lengua materna no era entonces (ni lo es ahora) patrimonio de un bando o de una facción. Oscar Alvarez Gila y Alberto Irigoyen recogieron (en un libro precioso) los bertsos de Ignazio Argiñarena, de Errazkin, compuestos en la emigración en Uruguay. Ignazio había combatido en la guerra civil como voluntario en el “requeté”. Para él cantar, hablar o escribir en su lengua era “la forma de no volverse loco”.

En los años de la II Guerra Mundial, por lo menos hasta 1945, había vascos (vascoparlantes) simpatizantes de los japoneses (por su condición de franco-falangistas: falangistas y carlistas, sobre todo entre los vasco-peninsulares, y petainistas entre los vasco-continentales). Los vasco-peninsulares se localizan en las Filipinas, Guam o el mismísimo Japón (aquí vivía una comunidad de Jesuitas). En la Falange Exterior del Estremo Oriente, figuran Teodoro Jauregui (un oscuro personaje vinculado a los frontones de Tien Tsin y Manila), Julio Ybarrolaza, Armando Zaldivar… Los vasco-continentales estaban fundamentalmente en Indochina: no hay que lo olvidar que los franceses cohabitaron con los japoneses hasta casi el final de la guerra (1945). Con este panorama no parecía muy razonable utilizar “code talkers” (códigos) euskaldunes.

El euskera era y es una forma de identificación y de identidad entre los vascos del mundo. En algunas crónicas de indias, aparecen referencias al idioma en que se expresan los marineros vizcaínos que viajan con Colón y que “forman grupo aparte”, creando recelos y desconfianzas entre sus compañeros. Así lo destaca Jon Bilbao en su obra Los Vascos en Cuba: “Indudablemente los vizcaínos formaron en La Navidad, desde el primer momento, un grupo bastante compacto al mando del contramaestre Chanchu, que se diferencia de los demás en algo tan substancial como la lengua. Aun sabiendo el castellano, es más probable prefirieran hablar en su lengua vernácula especialmente cuando todos eran de un mismo pueblo o de pueblos vecinos (Lekeitio, Ispaster, Ea, en Bizkaia). Este hecho de existir un grupo que hablara lengua distinta tenía necesariamente que producir roces en colonia tan poco numerosa. Aumentaba especialmente la desconfianza de los demás al no poder enterarse de las conversaciones de los lekeitiarrak. De esto a las discordias señaladas por los textos (de los cronistas de Indias), sólo hay un paso muy corto. «Rota la primera unidad fundamental, cada grupo se dispersó por donde le pareció mejor. Refiriéndose a este asunto, escribía fray Bartolomé de las Casas: “Juntáronse ciertos vizcaínos contra los otros y así se dividieron por la tierra donde los mataron por sus culpas y malas obras”.

En una conversación entre Cortés y Moctezuma aparece la cuestión de la lengua: “…nosotros venimos de la propia Castilla, que es llamada Castilla la Vieja, y nos llamamos a nosotros mismos castellanos, y el capitán (Narváez), que está ahora en Cempoala, y la gente que viene con él, viene de otra provincia, llamada Vizcaya y se llaman a si mismo vizcaínos, y hablan como los otomíes de esta tierra de México”.

Fernández de Oviedo recuerda que los vascos Juan de la Cosa, Martín Fernández Enciso, Martín de Zamudio y Lope de Olano fueron todos personajes destacados de la Colonia de Darien en el Istmo de Panamá, y que ellos y sus paisanos hablaban entre sí en vascuence.

El idioma es utilizado en determinadas ocasiones como arma de defensa. Por ejemplo, el primer obispo de México, fray Juan de Zumarraga, en unos momentos en que se encontraba acosado por los corruptos miembros de la Audiencia, envía, a través de un marinero vasco, una carta a su hermana a la que envía una cantidad de dinero y la cuenta la situación en que se encuentra.

Hay numerosos ejemplos de la utilización de la lengua como forma de protección. José Miguel Zudaire recoge el testimonio del pamplonés Pedro de Abaurrea a principios del siglo XVII, que “auiendo  yo estado con él todo el día de la señora Sancta Catalina hasta las nuebe de la noche y siempre ablando basquence (…)y todo esto porque no quería que cierta persona que estaba delante lo entendiera”. Esta conversación la mantuvo con Pedro de Mutiloa, racionero de la catedral de Cuzco e hijo del palacio de Subiza, poco antes de morir este.

En el relato que sobre la expedición del capitán Pedro de Ursua y los crímenes de Lope de Aguirre hace Robert Southley, se dice: “Le advirtieron a Ursua que se preparaba alguna maldad, y le rogaron que tuviese siempre de su persona una guarda de gente en quien pudiese confiar; pero tener siempre a sus amigos alrededor le hubiese impedido estar a solas con doña Inés, y por tanto no hizo caso de ese consejo. Dijo que no era necesario, que había tantos viscainos y navarros entre los soldados, que con dar una voz en vasco ya estaría a salvo”.

En los días de plenitud de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, los marinos vascos utilizaban el euskera para evitar que los ingleses supiesen de que estaban hablando. En un ensayo reciente se dice: “En 1779, por ejemplo, cuando los vientos de guerra soplaban de nuevo sobre Europa, los capitanes de dos fragatas pertenecientes a un convoy de la compañía, a punto de ser abordadas por otra inglesa de mayor porte, se vieron en la necesidad de hablarse en vascuence de barco a barco para que el británico no se enterase de sus planes defensivos”.

El famoso bucanero bayonés Jean Lafitte se entendía con negreros, comerciantes y contrabandistas vascos cuyos barcos surcaban las aguas del golfo de México y el Caribe. Uno de estos, Jean d’Arrambide le ayudó a fugarse de la prisión cubana en la que habían encerrado al pirata.

En otros casos, se utiliza como medio de identificación. Pío Baroja relata cómo el célebre Avinareta utiliza ese idioma en México, consiguiendo que un comerciante, Alzugaray, le aloje en su casa. En muchos casos, como vemos, el conocimiento del euskera determinaba el origen de quienes lo empleaban y, por tanto, daba acceso a determinados círculos.

Sabino “Sal” Goitia, un vasco nacido en Nueva York, entró con las tropas americanas en Manila como miembro del Cuerpo Médico del Ejército. Llevaba el encargo de localizar a José Pradera, un pelotari de Markina amigo de la familia, al que la ocupación japonesa había sorprendido mientras jugaba en su frontón. Como en el caso de Avinareta, el euskera ayudó a localizar al amigo en aquella Manila en ruinas.

Los emigrantes vascos (y de todas las procedencias) se han visto involucrados en los conflictos bélicos tanto de los países de acogida como en los de origen. El primero de esos conflictos, o al menos el más conocido, fue la llamada guerra grande (1839-1851) que tuvo como escenario Argentina y Uruguay. Los vascos, de una y otra vertiente pirenaica, se convirtieron en carne de cañón. Muchos vascos-peninsulares, además, se sintieron engañados al verse envueltos en “otra” guerra (tras la primera carlista) y así quedan reflejados en los conocidos Verso berriac: Montevidora engañatuta eramanac jarriyac.

En pleno conflicto, la nutrida comunidad francesa de Uruguay llegó a formar una “Legión” integrada por unos 2.000 voluntarios. Para que los vasco-continentales se alistase en esta “Legión”, en 1843, el periódico Le Patriote Françáis de Montevideo publicó una serie de artículos en euskera apelando al patriotismo de los vascos. El primero de estos artículos-llamamientos terminaba con un “Erepetadeçagan guciec: Viva Erregué, Viva Francia”.

Cuando estalló la Gran Guerra (Primera Guerra Mundial) se reeditó la “Petit Guide Militare de l’Emigrant” del comandante Tousier, traducido al euskera por Primorena: “Soldado zerbitzua egin baino lehen edo egin ondoan Frantziatik joanak diren gizon gazten gidaria, Heskuaraz”.

En los días de la Segunda Guerra Mundial, para los vascos de Idaho, la compra de bonos de guerra se convirtió en una auténtica obsesión. El objetivo era el de llegar al millón de dólares, aunque solo se consiguieran 668.000, una cantidad más que respetable. El diario Idaho Statesman, en plena campaña a favor de la compra de bonos de guerra (gerrako bonuak), publicó unos bertsos de autor desconocido llenos de pasión con referencias a la destrucción de Gernika como antecedente de lo que se estaba viviendo.

Hitler lapurra dala, danok dakizute
Musolinni zikiña berakin artute.
Japones sorristauk eurekin batute
Mundu guztiya onek erredatu dute.

Gernikan asi siran oren destrosuak
Iltsen Euskaldun triste, culparik bakuak
Eureri entregatseko atera contuak
Guerrara junada dagos gueure semechuak
V
asco umiak eta Americanuak.

Escatsen dabelaco gueure Gobernuak
Falta eguiten dabe aeroplanuak
Echera ecarteco gueure morroskuak
Danok erosi oinche Guerraco Bonuak!
Bakian bisigaisen guero amen munduan
Pasau esteguin Idahon, Guernican moduan!.

Volviendo al principio. En la II Guerra Mundial, hubo vascoparlantes en las dos partes,  en todos los frentes y, en cualquier tipo de unidad. En Rusia, por ejemplo, había euskaldunes en los dos bandos: en la División Azul vistiendo el uniforme de la Wermacht y, en el ejército soviético, donde el lekeitiarra Marcelino Usatorre sirvió como teniente coronel. De la misma forma que hubo vascoparlantes en la Inteligencia Militar Americana (CIC): En las Filipinas, sirvió Román Arruza. En África y en Europa, Ramón Arrizabalaga.

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