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Cuando Navarra debatió la creación de un ejército propio en 1794 (y II)

Fernando Mikelarena bere blogean

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El tercer plan fue redactado por el Marqués de San Adrían. Los cálculos aplicados por San Adrián a la población navarra, ponderados por parámetros relativos al número de soldados similares a los empleados para la conformación del ejército prusiano, fijaban en 10.556 hombres los que constituirían “el cuerpo militar de Navarra”, estructurados en once batallones y 91 compañías.

Este nuevo sistema precisaría de un alistamiento general regular de todos los individuos de cada pueblo, introduciéndose algunos criterios de exención. Como es de suponer, los cargos de oficialía quedaban reservados para los nobles. El mando de los batallones sería fijado por las instituciones del reino entre “Personas entresacadas del exército” por méritos de graduación y de mérito militar, “prefiriendo para dichos empleos en igualdad de circunstancias a los que tubieren la calidad de naturales del Reino”.

Habría dos batallones en cada merindad, a excepción de en la de Pamplona, donde habría tres, habiendo un cuartel en la capital de cada distrito. Los soldados se ejercitarían dos meses al año, en los meses de abril y mayo. Cada dos años, en los mismos meses mencionados, se juntarían todos los batallones para ejercitarse en cuestiones de táctica militar de mayor enjundia. “Esta misma repetición de campamentos propagará insensiblemente por el País, un cierto entusiasmo y espíritu Militar que hará Marcial y Guerrero el carácter de todos los Navarros”. Con todo, en el cuartel de cada merindad habría siempre cinco compañías permanentemente dispuestas.

Las peticiones de llamada al apellido de 21 de junio y de 22 de agosto, así como esas propuestas de alteración de la constitución militar del reino, no habrían sido del agrado del gobierno de Madrid. El 23 de agosto el virrey contestó a la segunda de las solicitudes de llamada al apellido afirmando que no le parecía oportuno y recomendando que se formaran batallones de voluntarios. Una semana antes las tres personas comisionadas por las Cortes ante el gobierno de Madrid y ante el rey (el obispo de Pamplona, el marqués de Fontellas y el representante de Tudela y dramaturgo Cristóbal María Cortes) se habían entrevistado con Carlos IV, a quien expresaron la preocupación de las instituciones navarras por la precaria defensa del reino de Navarra ante los franceses.

En su correspondencia con las Cortes navarras los delegados se hacían eco de que el rey no sólo estaba “instruído (…) del estado actual de ese reino y necesidades de socorro, sino que también lo estaba de varias expresiones que se han vertido en el Congreso con alguna imprudencia, sobre lo que ha instado para saber si podría contar seguramente con la fidelidad de V. S.”, aludiendo con ello a las cuestiones de alcance que se habían debatido en los últimos meses. Los comisionados respondieron al monarca con “fuerza y vigor (…) asegurando que ese fidelísimo Reino derramaría la última gota de sangre, antes que apartarse del dominio de tan digno Dueño”.

Hacia julio de 1795 cuando Pamplona y toda Navarra estuvieron a punto de caer a manos de los franceses, el virrey Castelfranco no se recató de expresar su desconfianza hacia las instituciones navarras. Durante todo aquel mes se esforzó para que las Cortes se trasladaran a Olite, animando a la población a evacuar la ciudad. Castelfranco se mostraba sospechoso de la fidelidad de los pamploneses ya que mencionaba en dicho documento la posibilidad de que, “sitiada Pamplona, no resistiera el tiempo que debe esperarse por haber en ella las gentes y efectos que, por su número, devilidad u otras circunstancias, puedan ser obstáculo a la buena defensa”.

Asimismo, el virrey decía que “la prebención impone siempre al enemigo, así como se aprobecha de los descuidos y confianzas temerarias. Estas son las precapciones juiciosas que se siguen en la guerra, y el que resiste su execución y práctica pasará por la nota de descuidado o de preparador de las glorias del enemigo”. En su decisión de no abandonar Pamplona, las Cortes hicieron referencia a esas insinuaciones como “hideas de una sombra” y defendieron la probada fidelidad demostrada por el reino. Finalmente la firma de la paz de Basilea el 22 de julio y el éxito del representante español en sortear las solicitudes francesas de negociar aspectos que afectaran “la integridad del territorio peninsular de España”, conviniendo “en someter a examen la cesión de Santo Domingo y la Luisiana”, zanjaría cualquier polémica, si bien Godoy se instalaría en la desconfianza ante Navarra.

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