Jon Inchaurraga
El nacionalismo vasco está ahora sumido en una doble crisis fruto de los cambios políticos avenidos por las últimas elecciones. Por un lado, el PNV está digiriendo su paso a la oposición con todo lo que ello conlleva. Los jeltzales se saben ganadores de las elecciones y están enfadados porque el PSOE les ha quitado la Lehendakaritza jugando sucio. Pero saben que hay que pasar página, porque encasquillarse en la ilegalización de Batasuna sólo les perjudicaría a ellos mismos. La ardua labor que realizan los medios afínes al nuevo Gobierno ha provocado que algo anormal se convierta normal. Su poder es tan grande que son capaces de convertir la realidad y me aventuraría a decir que ha sido Vocento quién ha decantado el sino de las elecciones. Primero, con la campaña que hicieron a favor de López, dirigida a los votantes más moderados del PNV. Y segundo, convirtiendo la mediocridad de muchos dirigentes socialistas en méritos, gracias a testimonios sin nombre ni apellido. Esa campaña de imagen ha sido clave para que “el Cambio” se fraguase. Aunque ahora viene la parte más difícil, porque va a ser muy complicado que la “sonrisa socialista” cuele cuando las cosas van mal. He ahí la base de la recuperación del PNV en la campaña y lo que puede catapultarle hasta rozar la mayoría absoluta.
Pero para llegar a esos resultados electorales, el PNV tiene que centrarse y mirar al futuro. Un porvenir incierto para un Gobierno que pronto hará aguas. No hay más que ver que sin empezar, ya tienen problemas estructurales. Primero, con la elección de consejeros y segundo, con la elección de los cargos de confianza. Además, el discurso de Patxi López es insostenible, sobre todo, cuando se basa en términos “abstractos” mezclados casi al azar. La “connivencia democrática” y “los pactos entre todos” son increíbles cuando quién sostiene un Gobierno es un partido intransigente, que con sus contrapartidas tira por tierra las quimeras socialistas. Porque resultaría insostenible explicar esa “Euskadi de todos”, mientras se echa al PNV de la alcaldía de Getxo. Y por ahí debe atacar el PNV, puesto que las contradicciones socialistas son flagrantes. No obstante, debe ser sibilino porque una protesta formalmente airada va a ser criticada por el Cuarto Poder, quien en lugar de informar se dedica a predicar.
Peor lo tiene Eusko Alkartasuna que se juega su futuro en un congreso. Los malos resultados y la deriva ideológica han producido la escisión de Alkarbide, capitaneada por la cúpula guipuzcoana. La no reedición de la coalición con el PNV y su acercamiento al mundo del MLNV (Otegi afirmó que EA parecía un “calco de Batasuna”) le ha alejado de su electorado, que se ha decantado por Ibarretxe. Y esto sin una mínima autocrítica de la Dirección del partido, firmes en su idea de formar un “Polo Soberanista” y apoyando una huelga convocada contra las políticas institucionales en las que EA tenía responsabilidades.
El PSOE y Patxi López no son más que adversarios políticos, a pesar de que utilicen el Estado de Derecho a su antojo y de que su proyecto de país y sus formas puedan parecernos un insulto. El enemigo político del nacionalismo vasco sigue siendo el MLNV., que utiliza la violencia política como medio inadmisible para nosotros, como afirmó Leizaola tras el asesinato de Carrero Blanco: “matar no es propio de vascos”. Es el MLNV quien más desea nuestra destrucción. Primero, porque somos el espejo de su fracaso y segundo, porque ETA siempre ha aspirado, desde su nacimiento, a sustituir al PNV. Algo que nunca ha conseguido y que le enrabieta.
Sólo así se entiende la presión que últimamente ha ejercido sobre el partido jeltzale, que focalizó en la persona de Josu Jon Imaz. Pero ésta fue la misma presión que soportaron Ardanza o Atutxa en años anteriores. No olvidemos que la kale borroka se ha cebado con los batzokis y con las pertenencias de los militantes jeltzales y también de Eusko Alkartasuna. La quema de coches o la simple amenaza verbal han sido una constante en muchos pueblos de nuestro país. Olvidarlo o dejarlo pasar sería un tremendo error, ya que sería dar la mano a quién quiere estrangularte. No podemos obviar que estamos en el punto de mira del MLNV. Más ahora que con la excusa del Tren de Alta Velocidad el MLNV ha llamado a presionar a los concejales abertzales, porque el “PNV puede parar el tren”. La “socialización” del “conflicto” fue la estrategia marcada para presionar al mundo nacionalista vasco y Lizarra-Garazi, que no es una idea baladí, fue la trampa que nos tendieron. Se pensó que ETA iba a dejar las armas, gracias a la unión de los movimientos abertzales. Un craso error, ya que ETA instrumentalizó el acuerdo en su propio beneficio y lo destruyó cuando creyó oportuno. Igual que ocurrió en la última conversación en Loyola, en la que el PNV no cedió al chantaje de la banda armada.
Por eso, ante el futuro que nos depara debemos evitar caer en las contradicciones que nos propondrá el MLNV. El nacionalismo vasco debe recupera el discurso moderado y central. Un discurso que intente abarcar a la mayoría de vascos, pero que exija revisar las leyes actuales. La reforma del Estatuto de Autonomía es inevitable, puesto que ha quedado obsoleto por la obstinación de los sucesivos gobiernos españoles, que se han negado a traspasar las competencias que faltan. Son ellos los culpables de este “impasse”, por eso debemos señalarles con el dedo y exigirles soluciones. No podemos tolerar que, aparte de incumplir el Estatuto, las próximas transferencias estén mal transferidas. Pero para eso es imprescindible recuperar el ejecutivo y, con él, la iniciativa política, sobre todo para presionar en el Congreso y el Senado. Porque el liderazgo compartido que postula Olano es un concepto muy interesante desde el punto de vista político, pero no nos conviene si quienes sustentan algunas de las instituciones vascas se oponen a la reforma del Estatuto. Si no remamos todos adelante, difícilmente podremos recuperar la soberanía vasca, ya que no veo al Estado muy generoso en ese ámbito.
Recuperar la soberanía vasca no debe convertirse en un “todo o nada”, ni debe supeditar otros fines que perseguimos los abertzales como la Justicia Social, lo que en general se resume por “un mundo más justo”. El modelo del MLNV, que condiciona todos sus postulados a la independencia y el socialismo de Euskal Herria, debe ser ajeno a nuestras estrategias. Ningún asesinato, ni amenaza justifica alguna idea política por muy justa que sea. Quien mata pierde la razón y, por ende, quien margina a una parte del pueblo o la excluye también la pierde en cierta manera. Sobre todo quien quiere ser “Lehendakari” de todos. El respeto a las minorías debe ser escrupuloso, ya que somos personas antes que políticos. El derecho a la vida es fundamental y la pluralidad política una realidad. Por eso, no debemos hacer políticas “a la contra”, sino en positivo. Eso es construir sin destruir, proponer sin negar. Firmes.
Es muy fácil el discurso del polo soberanista: apelar a los sentimientos para invocar una confrontación a base a los derechos que nos son negados. El sistema es imperfecto, es cierto, pero no es razón para destruirlo. De hecho, cualquier sistema es imperfecto y quien diga lo contrario está mintiendo. Ahora vivimos en una democracia con bastantes fallos, pero que por lo menos nos permite gozar de un autogobierno incompleto. No creo que la alternativa que presenta el MLNV, y que parece EA dispuesta a seguir, sea una democracia liberal. Es más bien una democracia socialista, lo que es equivalente a una dictadura totalitaria. Es, en definitiva, la realidad de muchos ciudadanos vascos que por una razón u otra no disfrutan de libertad individual.
Esta anomalía social exige subir el listón ético. Debemos dejar de mirar cada uno nuestras propias víctimas para ponerlas en común. Duele a los ojos que ciudadanos del mismo país sean incapaces de entender el sufrimiento del prójimo, por mucho que su concepción de país sea distinta. El sufrimiento es algo universal. Es lo esencial, porque ese sufrimiento suele estar provocado por la sinrazón. Por ejemplarizar, no es excusa que un asesino de ETA sea torturado por la policía, al igual que es injustificable que se asesine a quien tortura. La muerte equipara a todos y los culpables no pueden ser excusados ni honrados. Además, ese juego macabro no tiene fin, puesto que siempre habrá alguien dispuesto a vengar a su compañero. Por tanto, nuestro papel como nacionalistas vascos es el de deslegitimizar la violencia venga de donde venga. Sea quien sea la víctima o el verdugo y aunque haya que tragar saliva. Pero no sólo eso, sino también deslegitimar discursos que honrar a verdugos o justifican tropelías. Nadie puede “guardar las esencias” del dolor, porque es muy peligroso. La pasividad ante quienes se erigen como “únicos defensores de los Derechos Humanos” (quienes quieren patrimonializarlos) es muy peligrosa, ya que puede legitimar que ellos se los salten. Que ahora estén de moda las víctimas de ETA ha permitido que nos muchos se olviden de las torturas en comisaría, al revés de lo que pasaba en los años 80. Hay que hacer ver a la sociedad que la violencia es multilateral, aunque los emisores no sean comparables. Que sea más grave que un policía torture no tiene que desligitimar al sistema, sino a los responsables directos de la tortura. No se puede hacer juego a ETA, ni darle razones de manera directa o indirecta. Esa actitud sólo refuerza a quien defiende la violencia como método y como forma de presionar para conseguir sus objetivos. Ese medio es opuesto a lo que ha postulado el nacionalismo vasco desde el principio de los tiempos. Somos pacifistas.
No se puede obviar que la violencia lleva rostro humano. El asesino es tan humano como el asesinado, por mucho que resulte extraño. No podemos esconderlo tras una organización ni diluirlo en un sistema, tiene que pagar lo que ha hecho, al igual que se debe culpar a quien permite o defiende esas actuaciones, a los que también se debe responsabilizar del crimen. No obstante, no se puede juzgar a todos por igual. Es diferente apretar un gatillo que jalear a quien lo hace. El primero es un asesino y el segundo un desalmado. Pero hay que hacerles ver que su actitud, aparte de ser perjudicial para la formación del Estado vasco, es repugnante y reprochable. No podemos caer en los diferentes cantos de sirena que el MLNV entona, ni afirmar que la kale borroka es cosa de “los chicos de la gasolina”.
La experiencia debe enseñarnos que el MLNV es un movimiento político envenenado por el odio, que nos odia tal y como odia al PSOE o al PP. La “socialización del sufrimiento” ha buscado dividir a los abertzales entre quienes ven que ETA es la raíz de un problema más allá del conflicto vasco y los que, pienso yo que con buena fe, creen que son “los hijos descarriados del nacionalismo vasco”. El MLNV da con una mano lo que quita con otra, postula un polo soberanista (sin el PNV), pero ataca e insulta a diferentes representantes de EA (ahora en Alkarbide) y Aralar y, además, pide el voto de quienes creen en estos acuerdos para Iniciativa Internacionalista, un partido ajeno a nuestro País. Algo que resulta paradójico para quien defiende a capa y espada una unión entre partidos abertzales, que en realidad, sería la manera de dar alas a un movimiento en horas bajas, pero que sabe que tiene un poder de convicción entre muchos abertzales. Lizarra-Garazi fue una trampa, en la que se manchó a PNV y EA, igual que Loyola puso en la diana otra vez más al nacionalismo. ¿Por qué sino odia tanto el MLNV a Imaz, a Urkullu o a Rekondo? Porque no se plegaron a sus exigencias e intentaron combatirla. El MLNV en su conjunto cree que tiene el derecho divino de mandar, una vocación mesiánica que está alimentada por quienes ven en ese movimiento un “Pepito Grillo” del nacionalismo vasco. Nada más lejos de una terca realidad que demuestra que es todo lo contrario. Quien defienda al MLNV sólo puede someterse a sus postulados o será un traidor.
Por esa misma razón necesitamos un “nacionalismo vasco institucional” potente que no se doblegue ni se deje mezclar por el MLNV o por el PSOE. Necesitamos que quien lidere el país, lo haga con iniciativa y sin muletas. Que el líder de este país tengan una ética universal y unos proyectos de País en los ámbitos políticos, económicos, culturales y sociales. Porque el “nacionalismo vasco institucional” debe aspirar a representar a todos los vascos, desde cauces de centralidad e intentando que nosotros, los vascos, estemos cómodos en Euzkadi. Sólo así podremos recuperar el Gobierno vasco y construir una Euzkadi libre. Hemos vivido situaciones mucho peores, como el duro exilio de la Guerra Civil y hemos sabido reponernos. ¿Por qué ahora no íbamos a hacerlo? Aunque estemos cansados, la oportunidad merece la pena. Decía Javier Landaburu en su Causa del Pueblo vasco que “la comodidad ha podido ser a veces, freno de los pseudonacionalistas, pero nunca ha sido aliada de los patriotas de ninguna patria”. ¿Acaso vamos a detenernos ahora tras más de 100 años de lucha por el Pueblo vasco? Pero sobre todo, ¿dónde quedó la ilusión del 77?
La ilusion del 77 se la ventilaron Arzalluz y Garaiko. Por no hablar de la conexion social que tenia el nacionalismo y que hoy gracias a politicas de despacho y asesores troskos y morroskos ha quedado en lo que es.
Buen trabajo Jon. Muy denso, pero muy interesante. EAJ-PNV se encuentra en un tránsito muy complejo. Algo que no había previsto ni imaginado. Nadie en éstos últimos 30 años ha trabajado con tal posibilidad. Nadie…, ningún dirigente, había expuesto un panorama posible igual. Treinta años dedicados al cultivo de los personalismos más estériles. Pura vanidad de los grandes popes Arzalluz y Garaikoetxea. Algo que se ha contagiado en sus sucesores. Sí…, en sus circunstanciales sucesores. Evito nombres. ¡Ojo! con los imprenscindibles.
En estos momentos creo que faltan ideas claras. La principal que hacer en relación al MLNV. Me pone muy nervioso saber que todavía pueda haber «dirigentes» que piensen que con Otegi y Cía. se puede llegar a algo positivo. La verdad…¡NO LO ENTIENDO!. Es una falta de caracter peligrosísima. Es una falta de entidad y solvencias personales, a todos los niveles, que nos conducen al abismo. Es una falta de «cojones» alarmante. Es el reflejo de un@s pusilánimes, producto de un ejercicio encapsulado, endogámico, de batzoki-bunker.
La siguiente cuestión es fijar de una vez y para los siguientes 25 o 50 años, la identidad del nacionalismo vasco, su ideología, la LECTURA DE SU HISTORIA, de sus grandes referentes, sus ejemplos de vida, etc. Fijar algo para que nadie dude y/o especule insustancialmente. Somos una ideología que basa en la negociación y el pacto su avance. Negociación…, pacto…, tranversalidad…, cohabitación…, cogestión…; cerremos estos capítulos de una vez y para muchos años. Lo contrario es debilitarnos y dividirnos estúpidamente.
Concluyo Jon, felicitándote nuevamente, pues creo que este es el quid de la cuestión en estos momentos.
Buena panorámica general y síntesis de situación, Inchaurraga. Y además con serenidad y amplitud. Como dice Laborari, nadie ha previsto esta situación, la que vivimos, y así nos luce el pelo. Y esta ocasión, como remarca Inchaurraga, debe ser una oportunidad.
Muy bien el que focalicemos nuestras desgracias en lo ético y en lo político en la política del nacionalismo en relación con el MLNV. No ha habido conciencia del fenómeno pero eso no es excusa pues teníamos responsabilidades de poder. Ahora tenemos la oportunidad de colocarnos ahí donde el pueblo nos lo pide, en la defensa del autogobierno y de la identidad vasca y en la defensa de los derechos humanos frente a la gentuza que se los carga.
Lan ona Jon. Como dice merry es un buen esfuerzo de síntesis, ya que tocas muchos palos.
A mi lo que más me preocupa es la sensación extendida en algunos ámbitos del partido, de que el PNV gana las elecciones porque sí, porque es el PNV, y que no hace falta más.
Pues no señores, hay que trabajar duro para recuperar el liderazgo, fijar unos objetivos claros y movilizar a la militancia en un trabajo constructivo del día a día.
Buen trabajo Jon. Pena que con el vil asesinato de Puelles tu artículo haya quedado en segundo plano.