Azala / Portada » Un gran desafío

Gabriel Otalora

Influyentes pensadores coinciden en que ya estamos en el llamadopensamiento posthumanista, mano a mano con uno de los temas estrella del candelero social: la relación entre persona y técnica en pleno furor innovador tecnológico ¿La técnica es la solución que nos permite aumentar nuestra autonomía? ¿Debemos recelar y rechazar la racionalidad técnica como una parte del plan de dominación que produce un mundo insostenible? La tercera opción sería adecuarnos a los nuevos tiempos -una vez más- asumiendo la nueva forma de relacionarnos con la realidad tecnológica y adaptarnos al nuevo lenguaje, pero evitando la degradación de la naturaleza humana provocada por nosotros mismos.

El concepto posthumanismo es una derivación posmoderna que entiende la tecnología como la ciencia capaz de acelerar nuestro paso de humano a una condición transhumana o posthumana. De momento, ya nos estamos convirtiendo en sujetos digitales conectados a tiempo completo. La Modernidad e incluso la Posmodernidad quedan condicionadas por este fenómeno que va a más, ya que el estar constantemente sometidos al modo de hacer digital implica una mutación profunda y absorbente en nuestra sensibilidad humana a partir de las posibilidades y promesas de la tecnología.

Los avances espectaculares de la cibernética así como de las biotecnologías modifican radicalmente las ideas científicas que explican el mundo y nuestra propia identidad. Sobre estos pilares, algunos filósofos y científicos imaginan un mundo construido más allá de los postulados humanistas en el que se traspasan los límites biológicos propios de nuestra naturaleza. La socióloga Céline Lafontaine ya aventuró en el año 2000 que el ser humano iba camino de convertirse en una pieza más dentro de un engranaje tecnológico, en el que la sociedad ya no es considerada como una sociedad de humanos solamente, sino como una sociedad donde las máquinas inteligentes, los robots, y toda inteligencia artificial, debe ser considerada parte similar del entorno social.

El posthumanismo, sin matices, indica una forma de decadencia -con un fuerte control sobre nuestras vidas- desde el momento en que esta relación con la tecnología y los algoritmos, lejos de abrir el campo de acción y hacernos más libres, parece arrojarnos, paradójicamente, a un orden determinista que abarca todas las esferas de la existencia. Bajo el dominio cuasi absoluto de la racionalidad técnica, el ser humano va quedando inmerso en una serie de automatismos y predeterminaciones que anulan su singularidad. Bajo esta perspectiva, el posthumanismo supone alejarnos de un humanismo capaz de ser crítico con la técnica.

Los defensores de todo esto no creen que exista ninguna esencia espiritual en la persona y reafirman la idea de una identidad humana reducida al órgano de su cerebro y a una visión molecular de su cuerpo concebida como pura materialidad. No todos están en esta onda, afortunadamente; propugnan algo tan obvio como defender la identidad humana frente a la amenaza planteada desde la biotecnología como posibilidad de alterar nuestra naturaleza. Los humanos tenemos la capacidad de amar, de ser libres e interpretar los hechos para dotarles de un significado y la habilidad de crear y adoptar nuevos propósitos. Tenemos inteligencia racional para crear, e inteligencias emocional y espiritual capaces de desarrollarlas de por vida.

La persona es un agente moral, responsable por sus actos, con deberes y derechos en el compromiso con la sociedad en que vive. No olvidemos que “la ciencia nos enseña lo que es posible, pero no lo que es correcto” (Gavin Francis). Para que la técnica cumpla con su papel instrumental y se utilice como un medio de crecimiento y no de sumisión es necesaria la suficiente conciencia social de que toda la realidad no es reducible a datos para no permitir que el desarrollo tecnológico nos deje sin respuestas adecuadas ante la aparición de biotecnologías y entidades cibernéticas (máquinas) cada vez más poderosas. Se impone una reflexión sobre nuestra responsabilidad con el futuro, que no permite desentendernos como si todo esto fueran teorías de salón a la hora de la merienda. La sociedad también tiene mucho que decir, y por eso lo comparto con los lectores entre vuelta y vuelta de tuerca de posthumanismo, que más acertado parece si lo llamamos infrahumanidad.

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