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Las guerras de la memoria de España fuera de España

Imanol Lizarralde

francos_cryptLa publicación del libro del periodista británico Jeremy Treglown, cuyo tema es la dictadura de Franco y sus interpretaciones histórico-políticas, ha generado en la prensa anglosajona una cierta efusión de noticias. La prestigiosa Times Literary Supplement, le dedica, la semana pasada, un largo artículo, de la mano de Felipe Fernández-Armesto. También ha opinado al respecto el conocido historiador americano Stanley Payne, según el cual este libro, provee, de lejos, la mayor y más objetiva breve introducción a las guerras de memoria de España que se puede encontrar en cualquier lenguaje”. Ya que no he podido leerlo, me limitaré a efectuar algunos comentarios sobre las reacciones y conclusiones que ha producido.

Me decía una difunta amiga cubana, en referencia a la represión castrista, que “el miedo se trasmite genéticamente”. Me quería dar a entender que muchas dictaduras causan un trauma de sangre y de control sobre sus propias sociedades con la intención de mantenerlas dóciles a sus mandatos y de prolongar en las siguientes generaciones la memoria del miedo necesario para ello. Fernández-Armesto, en referencia a Franco, dice que su “ética de la victoria” –prolongando la guerra para facilitar la exterminación de enemigos, victimizando a los derrotados y caricaturizando su sacrificio- dejó un legado de rencor y de venganza que todavía aqueja a España”. En la reseñas del libro, en el artículo citado y en los contenidos del mismo libro, sin embargo, no aparecen ejemplos de tal rencor y venganza. Al contrario, en los últimos años, desde, al menos, la época de Aznar, estamos siendo testigos de un sistemático intento de ensalzar los aspectos positivos de la dictadura de Franco, desde fundaciones como las FAES, pasando por escritores como Pío Moa y Jímenez Losantos –que pretenden resucitar el fantasma de la conspiración rojo-separatista, motivo que justificaría el Alzamiento Nacional- y múltiples programas televisivos, que reivindican figuras militares, como por ejemplo, el general Yagüe, protagonista estelar de la brutal matanza de Badajoz.

Es por ello que acojo con sorpresa afirmaciones como la siguiente: “De alguna manera, es sorprendente que el franquismo nunca haya sido revivido o haya ejercido una influencia política seria”. Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, podemos plantear que el franquismo no ha necesitado ser revivido porque siempre ha estado presente, incluso dentro de la democracia que vive el actual Estado español. Este no es un fenómeno aislado. También en Rusia, Vladimir Putín pretende reivindicar el legado de Stalin. En Rusia se mantiene intacto el mausoleo de Lenin, como en España se mantiene el Valle de los Caídos, junto con la cripta de Franco. El problema que surge es el de reflexionar sobre la calidad democrática de los regímenes que permiten semejante homenaje a dictadores que fueron sendos asesinos de masas. ¿A qué se puede deber el mantenimiento de esos monumentos? ¿No es el miedo, más que la memoria, -y la existencia de unos travestidos poderes fácticos- el que los sostiene?

Partiendo de estas bases, Fernández-Armesto se embarca en un interesante ejercicio de reescritura de la transición democrática española:

“Pensé, en los años 1980 y 90, que la democracia española había dado un salto hacia la madurez con una velocidad sorprendente, porque todo el mundo parecía dispuesto a aceptar el pasado, con todos sus defectos. La izquierda en aquellos días, preocupada, quizá, de repetir los errores de Franco, ni persiguió a los partidarios del régimen caído, ni insultó a sus recuerdos. Los demócratas repudiaron la dictadura, pero reconocieron sus logros, tal como eran, y reconocieron sus monumentos, como parte de un indeleble pasado instructivo”.

Muchos de quienes recordamos aquellos convulsos años quedaríamos boquiabiertos ante estas afirmaciones y ante el daño que pueden causar en el principio de realidad de sus lectores ingleses. Y me pregunto: ¿Los nostálgicos del franquismo no dieron en 1981 un de golpe de Estado parcialmente fallido? ¿No intentaron los socialistas, en el poder en 1982, congraciarse con los aparatos policíaco-militares franquistas, que perduraban dentro de la democracia? ¿No fue fruto de todo ello, a lo largo de los 80, la Guerra Sucia y el GAL, actividades que, como demuestra el historiador irlandés Paddy Woodworth, no han tenido parangón en ningún estado democrático? El señor Fernández-Armesto nos oculta hechos indudables, así como que la izquierda española estaba atenazada por el miedo a un pronunciamiento militar y al fantasma de la guerra civil. Y que en esos momentos de subida al poder quería verse legitimada por un Estado cuyos aparatos fueron configurados por Francisco Franco.

Entrando ya en el libro de Treglown, nuestro articulista afirma lo siguiente:

“Expone algunos de los mitos más absurdos sobre el franquismo: que la censura inhibió seriamente arte, que sólo se permitió prevalecer a visiones unidimensionales de la historia española, que la política estaba “ausente” de la mayor parte de la era de Franco, y que el régimen se resistió modernidad. Por el contrario, “el arte”, señala el autor, “se burla de la política y la moral”, mientras que proliferaron las opiniones plurales de casi todo en el pasado de España, como la Guerra Civil, la historiografía matizada y la cultura popular en los años del franquismo. (…) Ya en la década de 1950 y 60, Treglown afirma correctamente, la España de Franco fue “viviendo el Futuro post- Franco”, en aburguesamiento, creciendo poco a poco la libertad y la convergencia política gradual con otras partes de Europa”.

Aquí tanto Treglown como Fernández-Armesto confunden el hecho de la longevidad de la dictadura con su carácter intrínseco. La España franquista pasó por un par de décadas de totalitarismo ideológico-mediático, con aliados como el nazismo, el fascismo y el peronismo, donde se produjo un grave corte con la cultura española de antes de la guerra y un aislamiento casi total respecto a la Europa democrática. Las universidades, las revistas, la efervescencia cultural española, los escritores más importantes, producto tanto del régimen de libertades relativas de la Restauración del siglo XIX como de la República, fueron eliminados, depurados, ejecutados condenados al exilio, interno o externo, o al silencio. Resulta realmente escandaloso que Stanley Payne tenga el atrevimiento de afirmar que Treglown “pone de relieve la vitalidad de la actividad artística del país durante el franquismo, sometiendo la narrativa izquierdista estándar sobre una cultura rancia franquista en España a una contradicción aguda”.

Es verdad que a fines de los 50 y a principios de los 60, el régimen franquista inició una serie de pequeñas aperturas, así como movimientos de involución. Lo mismo pasó en la URSS. Pero ni al historiador comunista ortodoxo más proclive se le pasaría por la cabeza otorgar el mérito de la actividad de la oposición política y cultural a las dulzuras del régimen, cosa que Payne está haciendo. También es verdad que no resisten la comparación las luminarias del franquismo literario, Cela, Delibes, Umbral, con todos los méritos que pudieran tener, con la generación que les precedió –la del 98, la del 27- o con los escritores en el exilio. La dictadura de Franco supuso un corte brutal en la vida política, cultural y económica del Estado, que se tradujo en una involución tanto en la calidad de la cultura como en la de vida. España tardó mucho tiempo en alcanzar nuevamente los niveles de la pre guerra. ¿O es que la mayoría de la población, incluidos muchos vencedores, no pasó hambre y miseria durante más de una década? ¿O es que no emigraron españoles a millones al extranjero y a las regiones desarrolladas del Estado? Y negar esto, que es fácilmente comprobable, es atentar contra la memoria por medio de la mentira directa o la media verdad disfrazada.  

En cuanto al supuesto mito de que la “política” estaba ausente en la España de Franco, cabría visitar las memorias del exiliado Max Aub, en su viaje a España durante los 50, donde afirma que en el país, (y se codeó con intelectuales y poetas) sólo se contaban chistes y se hablaba de fútbol. Todo el empuje regenerador que hizo que la cultura española alcanzara una de sus cumbres máximas en la época de la pre guerra, se esfumó bajo la pantalla del miedo traumático que impuso Franco en la mayor parte del Estado. Es también una afirmación contradictoria con lo que el mismo Stanley Payne dijo en 1974, que “en general España se ha mantenido como un país despolitizado y los resultados del estudio de FOESSA, según los cuales una mayoría de la población  apoyaba, más o menos, alguna forma de continuidad del régimen, probablemente sean válidos” (El nacionalismo vasco, Dopesa, 1974, p. 324). No es de extrañar que, en estos momentos, el historiador americano permanezca fiel a su antigua benevolencia respecto al franquismo.

Fernández-Armesto somete a sus lectores ingleses a afirmaciones como la siguiente:

“Los muertos honrados por la república merecen el mismo reconocimiento que los “mártires de Dios y por España” del bando nacional en la guerra civil: esta es una razón para erigir monumentos a los primeros, no desfigurando o expurgando los de la segunda. Moralmente, parece poco peor nombrar una calle en homenaje a un general nacionalista que cambiar el nombre en homenaje a un defensor de ETA”.

Según esta visión, los lectores ingleses de Fernández-Armesto pueden pensar que las calles del Estado español están cuajadas de nombres de militantes de ETA y que, por ello, es justo que permanezcan en sus membretes los generales franquistas que mataron a millares de sus propios compatriotas en nombre de un alzamiento fascista. Y que decir de la equidistancia que muestra entre los republicanos, que tuvieron que pasar décadas de propaganda y adoctrinamiento forzoso bajo las glorias franquistas, y los vencedores, que por mucho que tengan el derecho a honrar a sus muertos, tuvieron cuarenta años de desfile triunfal. La república española fue un régimen con innumerables deficiencias y responsable de crímenes, pero también era lo que más se aproximaba a un sistema democrático, mientras que el franquismo era una dictadura totalitaria. ¿Es coherente que el actual sistema democrático pueda reivindicar la memoria positiva de semejante régimen sin alimentar el espectro de su propia destrucción vía golpe militar? Ahora que los medios más españolistas rugen contra las movilizaciones catalanas, ya hemos visto sobrados ejemplos de subconscientes desatados, pidiendo que los tanques se paseen por las calles de Barcelona. El nazismo fue proscrito en Alemania: ¿cuándo se proscribirá el España el hablar de forzar el orden mediante intervenciones militares? ¿Cuándo se prohibirán los homenajes a Franco? ¿Cuándo se derruirá ese monumento a la masacre y al espíritu anti-evangélico que es el Valle de los Caídos?

Fernández-Armesto cita el caso de las exhumaciones de los cadáveres de los represaliados por Franco pero no cita el caso de que el juez Baltasar Garzón ha sido encausado y destituido con el motivo, no confesado, de que se atrevió a intervenir en ese tema, a favor de las exhumaciones. ¿Cómo es posible que no haya dedicado ni una sola línea a este caso tan escandaloso, como es el de la negación de la dignidad de los asesinados por la dictadura? Lo que pretendía Franco con “la exterminación de los enemigos” era, precisamente, implantar genéticamente el temor en aquellos que pudieran oponérsele. ¿No estamos viviendo, hoy en día, las secuelas de esa política? También alude a “las personas que se preocupan por los restos físicos de sus muertos – y las reliquias son de gran alcance en una cultura tan profundamente teñida de catolicismo como la de España – tienen derecho a buscarlos, recuperarlos…”. Con esta observación está quizá apelando al sentido del pintoresquismo de sus lectores ingleses, pero está ridiculizando e insultando gravemente a los familiares de aquellos que fueron asesinados, mientras la Iglesia española bendecía a sus verdugos.

Es de destacar la omisión casi total que hace Fernández-Armesto de alusiones a los casos vascos y catalán. Esta omisión es más grave si tenemos en cuenta que en estas zonas del Estado si ocurrió lo que Treglown afirma que ocurrió (y no ocurrió en la mayor parte del Estado), como fue la creación de una sociedad civil independiente del régimen franquista que generó una cultura democrática y plural antes de la transición. Viendo la perspectiva que tienen los británicos de como hay que solventar los problemas nacionales de dentro de su Estado, es comprensible que Fernández-Armesto no haya encontrado expresiones para poder vender la visión oficial de como el Estado español pretende resolver el problema de las nacionalidades. Los británicos podían quedarse pasmados ante las supuestas razones democráticas para poner fuera de la ley a la consulta catalana.

Sinceramente pienso que no es un hecho casual la publicación de este libro y de este comentario en una publicación tan prestigiosa. Pese a las sonrientes estrategias de aparentar estar por encima del bien y del mal, Fernández Armesto, utilizando como soporte el libro de Treglown, está embarcado en una verdadera guerra contra la memoria. Y no está sólo, puesto que le permiten semejante balcón mediático y le acompaña el coro complaciente de comentaristas como Payne. Miguel de Unamuno, en su famoso discurso del paraninfo de Salamanca, le espetó al jefe de la legión Millán Astray: “como usted es un mutilado, quiere una España mutilada”. Las consecuencias de la campaña de Fernández-Armesto y sus aliados son la mutilación de la memoria española y también de la vasca, en lo que nos toca de una historia bajo el franquismo y la transición. No debemos permitir que esta visión amablemente falseada se convierta en moneda corriente. El franquismo asesinó a más españoles que el nazismo alemanes o el fascismo italianos. Según el historiador británico Paul Prestón, el terror franquista mató a más de 200.000 personas. La pervivencia del régimen fue a costa de un holocausto de vidas humanas que dividió a un estado en contra de sí mismo y que produjo una debacle social, económica y cultural de la que todavía, desgraciadamente, no nos hemos recuperado. El artículo de Fernández-Armesto y el libro de Jeremy Treglown son la prueba viviente de ello.

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2 comentarios en «Las guerras de la memoria de España fuera de España»

  1. Enhorabuena Imanol por haber alcanzado los ya 250 artículos en este blog de Aberrirberri que ha sido y es un auténtico oasis en el páramo intelectual JELtzale que resulta de la herencia de Sres como Arzallus, o el mismo Ajuriaguerra, que con su visión cerrada de lo que debe ser un partido han ahogado nuestro propio pensamiento libre .

    Que la llama de J.A. Agirre, Manuel de Irujo, Landaburu tec….siga viva por mucho tiempo.

    JELen atzo, gaur eta beti…

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