Azala / Portada » Sobre el Jacobinismo (y 2)

Imanol Lizarralde

libertad_jacobinosContinúando con el artículo de la semana pasada sobre el Jacobinismo que arrancó con el artículo de José Ignacio Lacasta-Zabalza, nos centramos en un segundo tema que toca el autor en referencia al jacobinismo, que es el del concepto del terror y de su práctica. Pero, según él, este es secundario respecto a otro tipo de ideas más positivas: “como lo han puesto de manifiesto, entre otros muchos, Slavoj Zizek en su obra Virtud y Terror (Madrid, Akal, 2010), las y los revolucionarios franceses se caracterizaron sobre todo por introducir en el primer plano de sus acciones la igualdad, la justicia social”. La reflexión de Lacasta-Zabalza nos permite derivar hacia el texto de Zizek y profundizar sobre la actualidad del tema de la relación entre la virtud y el terror en los jacobinos y sus enseñanzas a los revolucionarios de estos tiempos.

El libro de Zizek, o al menos el fragmento del mismo que está a disposición de los lectores en la red, no afirma que “en el primer plano” del jacobinismo se encontraran “la igualdad y la justicia social”. Al contrario, como Zizek nos tiene acostumbrados, y como claramente aparece reflejado en el título de su obra, el autor esloveno establece una relación inextricable entre la virtud y el terror. Para Zizek, el debate sobre el jacobinismo y la revolución francesa no es más que reflejo de una triple actitud política y contemporánea frente a la misma. Los conservadores abominan de ella de forma total; los liberales (como Furet) plantean la división entre la revolución de 1789 y la de 1793; finalmente, tenemos a los radicales según los cuales “el Terror fue realmente necesario” para la defensa y la consecución de “la igualdad, los derechos humanos y las libertades individuales” (p. 5).

Ya tratamos en otro artículo el tema del análisis y la apología de la sistemática del terror en Zizek. Ahora entraremos en otro extremo de la reflexión de Zizek acerca del terror, que es el del estado de conciencia con el cual se tiene que afrontar ese hecho. El primer factor sería el de la determinación implacable de romper con las ataduras respecto a ideas preconcebidas acerca de la voluntad de la mayoría o de las limitaciones de cualquier código moral que ponga barreras a esa determinación: “Para Lenin, como para Lacan, “la revolution ne s´autorise que d´elle meme”: hay que asumir el acto revolucionario sin esperar la cobertura del gran Otro; el miedo a tomar el poder “prematuramente”, la pretensión de una garantía, es el temor al abismo del acto” (p. 32). En efecto, “la revolución se autoriza a sí misma”, ella misma es su función benéfica. Decían los viejos militantes de ETA que el “pequeño burgués” era aquel que temía más matar que morir. El hecho de matar, con la idea de la emancipación en la mente e inserto en un sujeto revolucionario, conllevaría no sólo la liquidación del enemigo político, sino la conformación de un tipo de hombre que ha roto las ataduras de integración dentro del sistema. Matar, en este caso, supondría “la superación del abismo del acto”, con todas las consecuencias que ello acarrea (de clandestinidad, condena carcelaria centenaria, víctimas, etc).

Hay otro factor de conciencia, que ya no afecta sólo a la propia opción individual, sino que es emanación de una situación revolucionaria que se generaliza. Lacasta-Zabalza dice: “El periodo conocido como el Terror fue definido magistralmente por Hegel como el momento en el que ser sospechoso se convierte en ser culpable. La Ley de Sospechosos dio lugar a verdaderas aberraciones jurídicas y humanas”. Para Zizek, en cambio, la Ley de Sospechosos es un gran logro pues permite dirimir el grado de conciencia revolucionaria de la persona que cae bajo su jurisdicción. Tomando como punto de partida unas palabras de Robespierre (“afirmo que cualquiera que tiemble en este momento es culpable; ya que la inocencia nunca teme la inspección pública” –p. 17), afirma Zizek:

“En los momentos cruciales de la decisión revolucionaria no hay espectadores neutrales o inocentes, porque en tales momentos la propia inocencia –eximirse a uno mismo de la decisión, como si la lucha que estoy presenciando no fuera realmente conmigo- es la peor traición, la más culpable. Dicho de otra forma, el temor a ser acusado de traición es mi traición, porque, aunque yo “no hubiera hecho nada contra la revolución”, ese mismo temor, el hecho de que aparezca en mí, demuestra que mi posición subjetiva es externa a la revolución, que experimento la “revolución” como una fuerza externa que me amenaza (p. 17)”.

La revolución exige una disposición que no se limita a los actos externos sino que también debe impregnar la subjetividad de la persona. Cuando los viajeros occidentales, ante las confesiones de aquellos sometidos a los juicios populares en los países soviéticos, se extrañaban que estos admitieran crímenes increíbles e improbables y de que muchos de ellos manifestaran y se confirmaran en su fe revolucionaria delante del pelotón de fusilamiento, eran incapaces de entrar en la lógica que describe Zizek con tanta precisión. La revolución es impersonal, como las riadas y los terremotos, luego en su fuerza expansiva es capaz de arrasar con inocentes. Pero, estos ¿son realmente inocentes? La prueba real de su inocencia consistiría en asumir la suerte que les toca, sin temor ni temblor. Como Winston Smith en el momento en el que era liquidado, debemos, con lágrimas en los ojos, amar al Gran Hermano, aunque esto signifique un castigo o la propia ejecución. Aquí en Euskadi ¿cuántas veces les han dicho los militantes del MLNV a víctimas colaterales de sus acciones “te ha tocado”? La etapa de los 90 de la “socialización del sufrimiento” fue un ejemplo de la aplicación por parte del MLNV de “la ley de sospechosos” en la cual las víctimas de pintadas, ataques a establecimientos o agresiones tenían que sentir en la propia carne la justicia de la política de extensión de violencia del MLNV. Si estas, pensándose inocentes, se rebelaban, era señal de que el daño recibido era también merecido.

Dentro del esquema político ternario planteado por Zizek de conservadores/liberales/radicales, estos últimos se caracterizarían, precisamente, por su asunción del terror como una etapa necesaria de toda revolución. Para ejemplificarlo, recoge la cita de Alain Badiou:

“La dialéctica materialista asume, sin ninguna complacencia particular, que hasta ahora ningún sujeto político ha podido llegar a la eternidad de la verdad que desplegaba sin momentos de terror. Por eso Saint-Just preguntaba: «¿Qué desean los que no quieren ni la Virtud ni el Terror?». Su propia respuesta era que desean la corrupción, que es otro nombre de la derrota del sujeto (p. 8)”.

La Virtud y el Terror van unidos por que la determinación del sujeto/persona revolucionaria tiene que necesariamente cometer actos en contra de un “enemigo”, ya sea persona física o inmueble, ya que “la dialéctica materialista” tiene como primera proposición el señalar “cual es nuestro enemigo y cual es nuestro amigo”, y el tomar medidas en consecuencia. Esta apertura, afecta al pensamiento y a la práctica. Es, por ello, que los presos de ETA se encuentran en la cúspide de la pirámide de valor del MLNV, como elementos ejemplares, capaces de matar, de morir y de sufrir las consecuencias de lo que hacen a los otros. La “corrupción” de la que habla Zizek no es el simple lucro de políticos en responsabilidades de poder, sino, sobre todo, el estado de conciencia por el que un sujeto humano no puede aceptar el precio de sangre y dolor por el cual podríamos llegar a una situación de emancipación.

La perspectiva histórica de Zizek, que es derivación de la de Marx, Lenin, Mao y Alain Badiou, posee un defecto grave. Al centrarse en el caso de la revolución francesa, y al interpretar todas las revoluciones posteriores como continuación de ese primer acontecimiento –planteando un hilo de continuidad que llega hasta la Revolución de Octubre y las posteriores revoluciones comunistas- construye su interpretación sobre la gran elusión del modelo de la revolución americana. Aquí no existe tipificada una etapa de terror, donde las guillotinas y los gulags liquidaban al enemigo. Y, volviendo a John Adams y Tocqueville, la idea de igualdad y libertad adquieren una concreción en los EEUU a la que no llega ninguna de las otras revoluciones, tributarias de la francesa.

Entonces, el terror ¿Para qué es realmente necesario? Para perpetuarse a sí mismo, en la búsqueda inacabable de un chivo expiatorio. Eso es lo que nos muestra la experiencia histórica. Ante la naturaleza contradictoria del cuerpo de cualquier sociedad, el marxismo, tributario de los jacobinos, encontró el recurso permanente de la búsqueda de enemigos, de la cual derivaba su energía y una concepción de humana que se quería inocular en las conciencias y comportamientos de las personas. De esta forma, Zizek plantea: “como decía sucintamente el mismo Saint-Just: “Lo que produce el bien general es siempre terrible”. Estas palabras no deberían interpretarse como una advertencia contra la tentación de imponer violentamente el bien general a una sociedad, sino, por el contrario, como una amarga verdad que hay que respaldar enteramente (p. 8)”. Para esta visión, la violencia es un elemento constitutivo de su propio modelo. Marx y Engels se muestran herederos de este “bien general” que se impone de forma “terrible”, cuando afirman en las palabras finales del manifiesto: “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”.

En estos momentos de crisis estructural y de valores del sistema, Zizek pretende reafirmar estos viejos asertos, en la confianza en que la incertidumbre y los graves problemas que vivimos podrán crear una nueva generación de individuos libres de los prejuicios y ataduras que les impiden invocar el recurso a la “violencia divina” y ponerla en práctica. Aquí en Euskadi hemos vivido un largo periodo en el cual el recurso de la violencia se ha visto reforzado por múltiples justificaciones. La experiencia histórica nos muestra que, tanto aquí como en las diversas partes del mundo, tal recurso nunca sirvió para aliviar ninguna pena ni crear ninguna situación de liberación social y política, sino, al contrario, produjo millones de muertes y sociedades disciplinarias, donde reinaban los burócratas que vociferaban consignas. Y donde ideólogos sonrientes como el propio Zizek podían filosofar acerca de las virtudes del derramamiento de sangre ajena.

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2 comentarios en «Sobre el Jacobinismo (y 2)»

  1. Que coincidencia que sean los comunistas y autores de referencia del MLNV (Badiou y Zizek) los que reivindican la tradición jacobina y, los centralistas francoespañoles hagan la misma cosa. La tradición del MLNV nada tiene que ver con Euskadi, igual que el terror que ponen en práctica en nuestro país y del que son un ejemplo internacional

  2. Sería muy interesante un estudio del pensamiento de Zizek bajo la luz del pensamiento de René Girard.

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